En el agua y en sedimentos hallaron plaguicidas y metales pesados
El trabajo de campo se hizo en el arroyo Cululú, la costa del camping municipal de Esperanza y en la playa de Santo Tomé. “Toda la cuenca que se estudió está significativamente degradada y presenta un riesgo para el ambiente acuático”, remarcó Rafael Lajmanovich, doctor en Ciencias Naturales e investigador principal del Conicet.
Una nueva investigación científica denuncia la grave contaminación del río Salado en su cuenca baja. En todos los casos analizaron distintos parámetros fisicoquímicos y de metales, y detectaron que la calidad del agua es “marginal”, es decir, mala. Los estudios mostraron bajos niveles de oxígeno disuelto y altos niveles de sólidos suspendidos totales, incluidos fosfato, nitrito, conductividad, plomo, cromo y cobre. Mientras que las concentraciones de metales fueron entre 34.000 y 35.000 veces más altas en los sedimentos que en las muestras de agua.
La investigación denominada “Calidad ambiental y ecotoxicidad de sedimentos de la cuenca baja del río Salado sobre larvas de anfibios” fue desarrollada por investigadores del Conicet en la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), en conjunto con especialistas del Instituto Nacional de Tecnología Agraria (INTA) y la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Recientemente el estudio fue publicado por la revista científica internacional, “Aquatic Toxicology”.
Rafael Lajmanovich, doctor en Ciencias Naturales e investigador principal del Conicet, dialogó con El Litoral y explicó detalles del trabajo que llevaron adelante desde marzo de este año y que demandó más de seis meses, entre las determinaciones fisicoquímicas en los diferentes laboratorios en los que se analizaron las muestras, que detectaron 30 plaguicidas diferentes en el agua y sedimento.
“Si al trabajo lo tengo que resumir en dos renglones digo que: todos los análisis físicoquímicos y ecotoxicológicos, tanto de plaguicidas y de metales, determinan que toda la cuenca que se estudió está significativamente degradada y presenta un riesgo para el ambiente acuático. El índice de riesgo de calidad de agua muestra que es marginal, no es extremadamente mala, pero tampoco es buena”, sostuvo el investigador.
El grupo de investigadores tomó muestras de agua y sedimentos en el arroyo Cululú, un afluente de la cuenca del río Salado; la costa del camping municipal de la ciudad de Esperanza; y en la playa de la ciudad de Santo Tomé. Al ser consultado sobre porqué se estudia este tramo del río, Lajmanovich indicó que “es la cuenca final y siempre se estudia para estas caracterizaciones porque es donde llega todo lo de aguas arriba y es como un embudo”.
Si bien todos los metales están naturalmente en el territorio, la actividad antrópica –recreativa e industrial– aumenta esos niveles.
Riesgo ambiental
Si bien el estudio no tiene una caracterización sobre el perjuicio a la salud de las personas que pueden producirse a consecuencia de este algo grado de contaminación, el investigador principal del Conicet aclaró que “sí tiene caracterización de riesgo ecológico, y es obvio que la salud ambiental incluye al humano en el ecosistema, es decir que influye sobre las personas”.
El trabajo en red de los científicos y científicas de distintos puntos del país apunta a indagar lo que sucede en las áreas agroindustriales del país y el impacto que tiene para el ambiente. “Uno se sorprende cuando las cosas suceden cerca de su casa, pero hay situaciones que se dan en varios lugares de Argentina”, aseguró Lajmanovich.
Esta alta contaminación debido a la presencia de metales y agroquímicos, sumado al bajo nivel de oxígeno disuelto y los aumentos abruptos de la temperatura, afectan directamente a fauna que habita en el río. En 2020 una gran cantidad de peces aparecieron muertos en el río Salado a la altura de Santo Tomé.
El doctor en Ciencias Naturales remarcó que “la mortandad de peces que pasó acá sucede en otros lugares, los ríos contaminados también. Por ejemplo salió hace poco un trabajo importante del río Gualeguay, que tiene características de contaminación similares al Salado”.
Los contaminantes hallados no solo provienen de la agroindustria, según señaló el científico: “Muchas características fisicoquímicas, como el contenido de materia orgánica, son contaminantes urbanos porque a los ríos desaguan los vertidos desde las ciudades. Todo lo que va al río termina alterando la calidad del agua y al río no solo van pesticidas, sino que es un resumidero de todo lo que se usa a lo largo de la cuenca, ni siquiera tiene que estar exactamente al lado del río”.
En la publicación oficial de la página web de la Universidad de San Martín, en el artículo sobre esta investigación, la investigadora Carolina Aronzón, del Conicet y el Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental de la UNSAM advierte: “Me sorprendió la excesiva cantidad de cromo que encontramos. Hace años trabajamos en análisis de agua y, si bien es habitual encontrar excesos de cobre, no ocurría lo mismo con el cromo, que en las muestras que tomamos cerca de la ciudad de Esperanza, por ejemplo, excedieron el límite de protección de la vida acuática determinado por la legislación argentina”.
La especialista aclaró que, si bien todos los metales están naturalmente en el territorio, la actividad antrópica –recreativa e industrial– aumenta esos niveles. En el caso del arroyo Cululú, por ejemplo, las actividades vinculadas con las industrias del cuero, vidrio, metalurgia, galvanoplastia, agrícola y láctea afectan la calidad de los sedimentos del fondo de la cuenca de este curso de agua.
“Solo consideramos metales y otros parámetros fisicoquímicos en base a los limites establecidos por las reglamentaciones, pero si a eso le sumamos los plaguicidas, el escenario es aún peor”, agrega Aronzón, que es doctora en Ciencias Biológicas. A partir de este trabajo, se detectó la presencia de 30 plaguicidas diferentes en todas las muestras de agua y sedimentos. Por ejemplo, en todas las muestras encontraron glifosato y su metabolito (ácido aminometilfosfónico o AMPA), N,N-Dietil-meta-toluamida (DEET, presente en la mayoría de los repelentes de insectos) y atrazina (que es un disruptor endócrino).
Por Tomás Rico – EL LITORAL
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