En Chacarita, la pasión por el milenario tiro con arco gana seguidores de todas las edades
El instructor Iván Buccellato combina técnicas y leyendas para lograr que el cuerpo entre en sintonía con la flecha y el blanco. “Eso es trascender”, asegura. Por Valeria Agis – La Nación
En el principio fue la caza y fue la defensa.
Fue Artemisa, diosa de los animales silvestres. Fue Ulises, que recuperó a la paciente tejedora Penélope con solo tensar el arco, disfrazado de mendigo entre los pretendientes.
Fueron Cupido, el que hiere de amor; ese centauro dibujado en las estrellas que es Sagitario, y más acá Guillermo Tell con la manzana.
Hoy es otra cosa. Y es, en parte, también la misma.
Iván Buccellato está descalzo sobre el parquet claro. “¡Libre!”, grita, y la prolija línea de tiro se desarma de alumnos, que avanzan hacia las dianas para recuperar las flechas recién disparadas.
Después pone música. Queen, suena. Más tarde será una lista de blues y jazz, dispar pero amena; nada mal para un sábado nuboso. En la pared brilla, dorado, un código interno: “El triunfo de uno, es el triunfo de todos. Quien siembre discordia será invitado a partir”. Indudable: en este rincón de Chacarita prima la camaradería.
Hay un acto solemne encubierto en el gesto, aparentemente simple, de tomar el arco, clavar los pies sobre el suelo, elegir del carcaj el proyectil que saldrá volando hacia adelante, tensar la cuerda, soltar.
Soltar como soltó Siddhartha Gautama, el joven príncipe que renunció al palacio, buscó el silencio y se convirtió en el Buda. Como los turcos antiguos, que antes de tirar besaban la empuñadura por considerarla equivalente al hombre: el eslabón entre la pala superior –el cielo– y la inferior –la tierra–; o como se suelta en la tradición japonesa, sintiéndose en el centro del universo antes del disparo a fin de que, unidos el ser físico y el ser interior, el arquero se vuelva la flecha que alcanza el blanco. Satori.
Así también soltó Buccellato, uno de los instructores de tiro con arco más jóvenes que tuvo el país –tiene 45; comenzó a dar clases a los 27– e impulsor de un movimiento que gana seguidores de todas las edades, cuando descolgó su título en Estudios Internacionales y su posgrado en Estrategia Económica Internacional para crear el club Halcón Peregrino, donde forma arqueros modernos. Soltó porque no quiso ser “un burócrata”. Prefirió ser Robin Hood.
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-¿Cómo llegás al primer arco?
-Había aprobado bien todas las materias de primer año de secundaria. Entonces mis viejos me quisieron premiar. Me llevaron a un shopping. Entre los locales de ropa y de comida, vi una casa de camping. En la vidriera había un arco. Les dije: “Quiero eso”. Era un arco compuesto, para cazar. La potencia con la que se inicia la práctica es de 20 libras. Ese tenía 50. Y yo, 13 años. No era para mí, y no había lugares dónde tirar. Recién a los 21 encontré un volante publicitario de una arquería en un club de caza y pesca que quedaba en Ramos Mejía. Fui, me dieron un arco recurvado, y me fascinó.
-¿Qué fue lo fascinante?
-Más allá de las leyendas o de una película, que es más o menos lo que nos despierta a todos, me encantó la diversión. Así se empieza. Después hay algo más profundo, que tiene que ver con apuntar a un objetivo y alcanzarlo.
-Hay una sensación de poder asociada…
-Exacto. La sensación y el poder real, porque un arco es un arma. Hay gente que me pregunta: ¿esto lastima? En arquería, en general, no hay accidentes. Un arma de fuego se cae y se dispara sola. El arco es noble, no funciona así. Fue una de las primeras tecnologías que le permitieron al ser humano superar al resto de las especies. Posibilitó la caza a distancia; fue un salto cualitativo para procurarse el alimento. El hombre, que es bastante endeble en comparación con muchos animales, impuso con el arco su superioridad. Luego se usó en los campos de batalla. De ahí el poder real que seguimos sintiendo hoy al empuñarlo. Los primeros tiros generan vértigo, pero no hay pánico.
-La metáfora es lograr aquello que antes no lograbas…
-Sí. Alcanzar objetivos que no estaban a tu alcance. Hay mucho simbolismo en el trabajo profundo del camino del arco. Tengo vivencias personales, como arquero, y las de haber visto la evolución de gente a quien formé en estos años. Tanto en el arte en sí mismo, como en todo lo que implica emocionalmente. Hoy, muchos médicos y psicólogos recomiendan practicar tiro con arco.
-¿Por qué?
Los médicos, porque es una actividad que te mantiene activo, mejora la postura, fortalece los músculos de la espalda, ayuda a tomar conciencia de las articulaciones. Desde lo psicológico, cuando una persona tira, descansa de su propia mente… ¡Un gran beneficio! Aunque alguien venga para pasar el rato solamente, su mente está en el aquí y ahora. Hay ambientes en los que prima la competición; acá escuchamos música cuando tiramos, la pasamos bien. A tal punto es positiva la actividad que he trabajado con personas con discapacidades intelectuales, o ciegas.
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-¿Y cuál es el desafío de formar a arqueros con discapacidades?
-Primero, tener un lugar donde tirar, preparado según las necesidades del caso. Después, hay que entender cómo encarar una clase para que la persona tenga una experiencia satisfactoria. Yo empecé trabajando con chicos con síndrome de Down, Asperger, autismo. Alguien con discapacidad intelectual, por lo general se frustra muy rápido, y pierde el interés. Al principio me costó, pero cuando empezaron a tirar y a sentirse como los héroes de las películas, ¡listo! Su seguridad, su disfrute, sus maneras de sentir cambiaron. Ese momento me formó a mí como docente. Lo más importante, siempre, es la comunicación.
-Pero acá la vista parece fundamental. ¿Cómo hace puntería alguien que no ve?
-Con un trípode que tiene una chapita metálica; eso le toca la mano y se usa como mira. También, sí o sí, necesita un asistente que le diga adónde van las flechas, y que se las busca luego de los tiros. Pero la técnica es la técnica. Mi primer alumno fue José, un hombre que había quedado ciego a los 48 años. Un día, cuando gané confianza, le hice una pregunta estúpida: “¿Cómo es ser ciego?”. “Esto es como jugar al truco con dos cuatros y un cinco”, me contestó. “Tenés dos opciones: jugás lo mejor que podés con lo que tenés, o te vas al mazo y pasás el resto de tu vida amargado. Yo juego con lo que tengo”. Con esa actitud, él me enseñó más a mí que yo a él.
En las páginas legendarias, las Amazonas, esas sensuales guerreras hijas de Ares organizadas en un matriarcado, hacían tal culto del dominio del arco que llegaban a renunciar a un pecho para tirar con más holgura. En la realidad, la herencia del mito original –un tanto hostil para con la voluptuosidad– se traduce en el lenguaje de lo indómito: una manera independiente de habitar el mundo, la fuerza femenina ante las circunstancias. Aunque lejano, algún eco de esa estirpe prodigiosa resuena ahora en esta sala, en la que cada semana muchas mujeres desde los 12 años en adelante arman el arco y se posicionan en la línea de tiro.
“En general, la concurrencia al club era un 80 por ciento masculina y un 20 por ciento femenina. Después de la cuarentena, eso se invirtió. De golpe, el 80 por ciento eran mujeres. Así fue durante todo 2021. Hoy se estabilizó; es un 50-50 o 60-40, pero sigue siendo una tendencia en alza. Esto habla de nuestra época. Y creo que, pospandemia, todos salimos a hacer mil cosas que teníamos pendientes”.
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-¿Notás diferencias entre arqueras y arqueros?
-Las noto entre generaciones. En general, las mujeres mayores de 70 años han tenido poca actividad física y su vínculo con el cuerpo es otro. Les cuesta más tomar confianza; se preguntan: ‘¿Esto es para mí?’. Las adolescentes se paran de otra manera, tiran con seguridad porque lo tienen presente en su cultura. No dudan; saben que sí, esta actividad es para ellas; nacieron en otros tiempos. Igualmente, cualquiera sea la edad o el género, hay un proceso; una liberación de estructuras mentales, emocionales y físicas que transforma a las personas.
-¿Qué cambios más evidentes recordás?
-Una de mis primeras alumnas, una chica muy tímida, cuando tiraba cerraba los ojos. Era claramente una traba emocional; mucho miedo. Le hice tirar al piso, para que se sintiera segura. Al piso no le podés errar jamás. Así ganó confianza. Finalmente, levantó y empezó a tirar al blanco.
-Y eso se refleja en la vida, después…
-Exacto. Esa chica temerosa hoy es coach ontológico; motiva a otras personas. Cuando uno está mejor parado en la línea de tiro, también lo está en la vida. La postura del arquero es de dignidad. Hay que abrir el pecho, presentarse erguido. Con el tiempo y la práctica, quienes se lo toman en serio, lo incorporan. Hay un camino por recorrer. Con bibliografía, con relatos del pasado, con anécdotas de los significados… Te metés en una cultura maravillosa.
Cada viernes, puertas adentro del Halcón Peregrino es el Día del Arquero, una tradición para los iniciados, en la que las flechas duermen, las copas se alzan y la sala se vuelve cine, o auditorio para fábulas y relatos del pasado. Porque, si en Ítaca Ulises es el mar, en Buenos Aires Buccellato es la tierra, de firmeza amable, siempre dispuesto a recibir, a integrar, a dar más a aquellos que buscan. Y para eso cuenta historias. De cómo nació el craso error [el general romano Craso ordenó el avance de sus tropas frente a la aparente retirada de los partos, que en realidad habían tomado distancia para aniquilarlos con sus arcos]; de la cuestión del punto débil y el hábil troyano Paris, que mató a Aquiles asestando un flechazo en su única porción vulnerable –el famoso talón–; de Cupido, que con su lado perverso “hacía enamorar a seres que no debían vincularse entre sí”, y una irresistible: el origen de ese injuriante dedo mayor levantado, que empezó en la Guerra de los Cien Años y replicamos hasta hoy. “Cuando un arquero británico era capturado, los franceses le cortaban el índice y el anular, para que no pudieran volver a tirar, y después los devolvían a sus filas”, narra. “Los mutilados, entonces, hacían ese gesto con el dedo que les quedaba en alto, como seña de desprecio a sus eternos rivales”. Después le agregaron el componente oral; el insulto inglés que empieza con F.
-¿Cómo le explicarías el placer de tirar a alguien que nunca tuvo la experiencia?
-Para tensar un arco se hace una fuerza gradual hasta llegar a un punto máximo, en el que no hay que quedarse muchos segundos porque se pierde el dominio, y soltar. Entonces, la sensación es que tu esfuerzo conlleva a una acumulación de energía que, finalmente, se libera. Algo que, para muchos, es muy placentero. Una vez, alguien me dijo: “Esto es como tener un orgasmo” –sonríe–. Y sí, hay una sensación física indiscutible, que no la da cualquier disciplina.
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-Más allá de lo erotizante, hay un concepto clave en la arquería, filosófico, el de ‘no hacer’. Uno no tira, sino que ‘suelta’. Esa idea del dejar de hacer cuesta muchísimo…
-Sí. Porque vivimos en el tiempo del hacer constante. En las artes marciales se habla del enfoque de las dos puertas complementarias: lo que no se logra desde el cuerpo, se puede lograr desde la mente. Para la arquería, yo agrego una: lo emocional. Por ejemplo, vencer un miedo modifica la postura física. Y que esa mano logre soltar la flecha, sin esfuerzo, también cambia las emociones y lo intelectual. Por ende, la forma de encarar la vida.
.En el famoso libro Zen en el arte del tiro con arco, Eugen Herrigel relata cómo su maestro japonés le hablaba de la flecha como extensión de la mente. Ser la flecha y ser el blanco. ¿Es posible hoy, para un occidental que practica un rato cuando sale del trabajo, ser la flecha y ser el blanco?
-No puedo hablar de la experiencia de Herrigel, pero sí de la mía. Cuando tirás regularmente, podés entrar en un estado de sintonía con el blanco y la flecha. Al tirar, parece que todo es parte de lo mismo. Ya no importa qué hagas con la técnica; es como si la flecha fuese siempre por un canal hacia el blanco. Eso es trascender. Terminás tirando con todo el cuerpo, con el arco, con la flecha y el blanco. Se me ocurre una comparación sencilla: Elvis movía la cadera porque cantaba con todo el cuerpo. Si dejaba de moverse, no cantaba igual. Es algo así.
Valeria Agis – LA NACION REVISTA
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