La increíble aventura sobre un río congelado
Entre diciembre y febrero de cada año, se instalan cabañas para que los pescadores tiren sus líneas en las gélidas aguas previo haber hecho un orificio en el hielo. La experiencia de un mendocino.
Sainte-Anne de la Pérade es una pequeña localidad en la región de La Maurice, en la provincia de Quebec (Canadá). Pérade es una misteriosa palabra que no sé traducir al castellano, cuyo significado no supieron explicarme los habitantes del lugar, ni la encargada de la oficina de turismo. Tampoco figura en Le Petit Robert, que es el diccionario de referencia mundial en lengua francesa. Queda como incógnita.
La villa cabecera se llama de igual manera y es habitada por poco más de 2.000 personas. Su atractivo principal es un bello e imponente templo católico construido en 1918. Se encuentra en la ribera Norte del río San Lorenzo en el que desagua el río Santa Ana, después de atravesar transversalmente la ciudad.
El Santa Ana es un respetable cauce de agua que cerca de su desembocadura mide más de 100 metros de ancho. Sin embargo, su nombre en francés (rivière) se usa para los cauces medianos o chicos. Existe todavía otro término para los más chicos: ruisseau, que podemos traducir al castellano como arroyo. El nombre mayor, fleuve, se reserva a los grandes cauces de agua, como el San Lorenzo, que es un verdadero mar transhumante.
Los más deseados
Por el río Santa Ana se desvían los cardúmenes de Poulamon Atlantique, que remontan el San Lorenzo desde el Océano Atlántico para su viaje de reproducción. Es un pequeño pez de entre 15 y 20 centímetros de longitud, aunque se han encontrado ejemplares más grandes, de hasta de 40 centímetros.
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Todos los inviernos, entre mediados de diciembre y mediados de febrero, alrededor de quinientos millones de ejemplares nadan esforzadamente cuesta arriba de esas aguas heladas.
Las hembras depositan miles de huevecillos minúsculos, de un milímetro y medio de diámetro, en el lecho arenoso del río, a unos tres o cuatro kilómetros de la desembocadura. Luego son fecundados por los ejemplares macho.
Esta impresionante masa ictícola es solamente la que remonta el Santa Ana. Hay cardúmenes que eligen otros ríos y existe también una pequeña colonia estacionaria que habita el lago Saint-Pierre, que no es otra cosa que un ensanchamiento del ya de por sí muy ancho río San Lorenzo.
Una improvisada aldea sobre hielo
Todos los años, la Asociación de Pescadores del Santa Ana instala cabañas de madera en el lecho helado del río. Se perfora un canal en el hielo en el interior de cada una de ellas, de unos 30 centímetros de ancho, y se practica allí la llamada “pesca blanca”.
Se forman verdaderos barrios de cabañas, son más de diez, cada uno muy numeroso. Y los pescadores arriban de toda la provincia y de otras vecinas para esa particular experiencia de pesca.
Una estufa de leña de las que en Argentina llamamos salamandra (es en verdad es una marca comercial), una mesita, un pequeño sofá y unas sillas aseguran el rústico confort interior.
El hielo formado es lo bastante sólido para soportarnos a todos y se permite incluso ingresar con vehículos grandes, como las típicas pick-up norteamericanas de gran porte y motor V8, que son muy pesadas.
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Se ha establecido que con un espesor de hielo de un pie (algo más de 30 centímetros) el piso es seguro y son los concesionarios de cada sector de pesca los encargados de controlarlo a diario. Si se advierte un adelgazamiento, perforan pequeños orificios de dos pulgadas y bombean agua del río con la que riegan la superficie helada. A temperatura bajo cero, este riego se congela rápidamente engrosando el suelo.
Cuando el riego no basta para mantener el espesor mínimo de hielo, el sitio deja de ser seguro y el momento de desmontar las cabañas ha llegado.
Una helada aventura
Tuve oportunidad de asistir el sábado pasado. La pared era de dos pies (61 centímetros), con lo cual podíamos pescar, pasear, y hasta patinar, muy tranquilamente. Sin embargo, mi mentalidad de ingeniero me hacía observar con recelo el gran ancho del cauce y no dejaba de impresionarme que semejante estructura sin apoyos intermedios estuviera soportando su propio peso más la carga de todos nosotros, las cabañas y los vehículos, que son muchos y en general bastante grandes.
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Es esta la octogésima séptima temporada sin accidentes. Sin embargo, la idea de que bajo el hielo nos esperaba una muerte segura y muy cruenta no me abandonó en ningún momento.
La jornada fue apacible y hubo poca suerte con las capturas. Obtuvimos unos 40 ejemplares. A veces, los pescadores se los llevan de a cientos. No soy pescador, nunca lo fui. Amo el campo y me gustan mucho las actividades al aire libre, especialmente a caballo, me gustaba la cacería cuando era joven, pero la pesca nunca me conquistó. “No le has agarrado el gustito”, me decía mi suegro, que era jinete, muy campero y buen pescador y cazador.
Entiendo, sin embargo, el fanatismo de muchos por esta actividad y creo que hay que serlo en grado sumo para practicarla de esta manera, pues todo consiste en bajar las líneas con los anzuelos encarnados y esperar. /
Nota de Gabriel Rey (*) para LOS ANDES
*El autor es mendocino radicado en Quebec
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