Hace camperas con velas de parapente y paracaídas y hoy exporta a Asia
Lucas Desimone recicla velas de parapente y paracaídas y utiliza la tela para confeccionar mochilas, bolsos y camperas, muchas de las cuales exporta a China y Japón.
Sentado en su taller, en un galpón de Olivos, Lucas Desimone (42) recuerda, entre risas, el día en que le informó a su ex jefe que iba renunciar para dedicarse a su nuevo emprendimiento. “Me preguntó: ‘Pero, no entiendo… Si supuestamente la idea es tan buena, ¿cómo puede ser que no se le haya ocurrido a nadie antes?’. El tipo no podía creer que yo había tenido una gran idea e iba a hacer mi propia historia”, cuenta, casi 20 años después.
La anécdota data de 2006. Hacía más de un año que Desimone, fotógrafo, oriundo de Villa Urquiza, y su amigo Rodrigo Chapero, diseñador industrial, que vivía en Olivos, habían empezado a confeccionar sus primeros morrales. La idea surgió después de un viaje que Chapero hizo a Nueva York, en el que quedó impactado por unos bolsos suizos elaborados a partir de lonas de camión. Cuando volvió al país, quiso replicar el producto, y para eso contactó a su amigo, a quien había conocido a través de una amiga en común.
Los dos jóvenes buscaron lonas de camión que pudieran reutilizarse, pero no encontraron ninguna. El golpe de realidad les hizo recordar que no estaban en Suiza, sino en la Argentina, y que en este país no existe una normativa que regule cada cuánto se deben cambiar las lonas de los transportes de carga. “Acá las utilizan infinitamente. Y, cuando finalmente las desechan, están tan destruidas que no se pueden recuperar”, cuenta.
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La frustración inicial no duró mucho: en seguida pensaron en otra alternativa. Un día, los dos jóvenes se reunieron en un galpón abandonado en Munro, donde solía funcionar la empresa de muebles del padre de Chaperón, que fundió en los ‘90. Desempolvaron un banner publicitario arrinconado en el taller y, sin tener mucha idea de lo que estaban haciendo, empezaron a cortarlo.
“Era una cosa horrible, una publicidad de fertilizantes color cremita con letras verdes. Ninguno de los dos sabía nada de moldería. Pero bueno, no podía ser muy complejo. Había todo un texto y lo puse en diagonal, tratando de proyectar el diseño. En ese momento, era una gran ciencia para nosotros. Lo cortamos todo, lo mandamos a hacer y flipamos. Quedó increíble”, recuerda Desimone.
La dupla se complementaba. “Juntos funcionábamos muy bien. Rodri, que es diseñador industrial, tenía idea del volumen y del 3D, entonces estaba más con la moldería. Yo, que soy fotógrafo, me dedicaba a la composición de los morrales, a combinar colores. Defendía, por ejemplo, el rosa con naranja, me gustaba jugar con la tensión de colores”, cuenta.
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Su marca, a la que bautizaron Baumm no tardó en conseguir grandes clientes. Al tiempo de haber empezado a vender en consignación en pequeños locales de Palermo, los contactaron marcas como Coca Cola y Adidas. Les encargaron que convirtieran sus gigantografías de las autopistas en morrales, para luego comprárselas y obsequiarlas como regalos empresariales. Sin embargo, no compraban más de 100, por lo que ninguno de los dos emprendedores vivía de eso. Desimone trabajaba como editor fotográfico en una agencia publicitaria y Chapero, como diseñador en una empresa de anteojos.
Cuando una importante empresa telefónica les confirmó que iban a comprarles 1000 bolsos, Desimone hizo algunas cuentas y decidió renunciar a su trabajo. “Lo más gracioso fue que ese trabajo al final nunca salió. Y yo ya había renunciado a mi laburo -cuenta, entre carcajadas -. Pero sirvió, me ayudó a tomar la decisión”, cuenta.
“La idea era buena, pero el material, no”
Tres años después, Baumm naufragó. “Todo lo que habíamos vendido empezó a volver roto. Fue una tragedia. El material era muy hermoso, pero con el frío se rompía. Vendíamos 100 y se desarmaban 20”, recuerda Desimone. Finalmente, al no encontrar otra alternativa, él y Chapero decidieron cerrar el negocio y cada uno volvió a su rubro anterior.
Estuvieron más de un año cerrados, pero los mails nunca dejaron de llegar. “Nos escribían todo el tiempo a la casilla de Baumm. Yo siempre respondía: ‘No, ya no trabajamos más’. Pero un día dije: ‘Basta. Si siguen escribiéndonos es porque tenemos que volver a hacer algo’. Entonces lo hablé con Rodrigo, pero él no quiso saber nada. Le pregunté si no le molestaba que yo siguiera con la marca por mi cuenta y me dijo que no había ningún problema”, recuerda Desimone.
Chaperon no quiso participar de la nueva empresa, pero siguió colaborando con ideas. Desimone todavía no lograba encontrar un material reciclable duradero para confeccionar sus productos, hasta que su ex socio viajó a Bariloche a hacer parapente y a la vuelta le trajo un pedazo de género de parapente. “Durante su experiencia volando, el piloto le contó que tenía un equipo de parapente que estaba como nuevo, pero que ya no lo podía usar más por una cuestión de regulación. Entonces, Rodrigo le dijo: ‘Bueno, dámelo, que se lo voy a dar a un amigo’.
Hoy, gran parte de los productos de Baumm se confeccionan con tela de parapente. Otra parte, especialmente las camperas, se hacen con retazos de paracaídas. “El paracaídas es más sedoso porque se tiene que abrir rápido. Por eso, es perfecto para hacer camperas”, explica el dueño de Baumm. A su lado, en un perchero, cuelga uno de sus rompevientos, creado a partir de la combinación de recortes rojos y blancos de paracaídas.
“Al principio, los parapentistas y paracaidistas me los daban gratis. Después, empecé a comprárselos para que el sistema funcione y sea circular. Porque yo necesito que ellos sigan volando. Y ellos necesitan comprar una vela nueva”, explica. Desde los inicios de la marca, sus diseños se destacan por la gama de colores que combinan. Hoy, venden unos 300 productos por mes, entre bolsos, mochilas, carteras y camperas. La mayor parte de su producción no se vende en el país, sino en Japón.
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“En 2019 vinieron empresarios japoneses a la Buenos Aires Fashion Week y se coparon con las camperas. Los orientales en general se copan mucho con la mezcla de colores y con los productos artesanales y únicos. El año pasado, empezamos a venderle también a una red de locales de Hong Kong”, detalla Desimone. Actualmente, cuenta con la ayuda de tres empleados y varios talleres de costura.
El producto más codiciado de Baumm son las camperas. Sus clientes japoneses le anticiparon que están dispuestos a comprarle todas las camperas que produzcan desde ahora hasta fin de año. Pero para la empresa es difícil aumentar el nivel de producción, debido a la complejidad de la confección de esta prenda. “Cada campera tiene 24 piezas. Los talleres hacen una por día. Es algo muy artesanal. Entonces la capacidad de producción es baja, y es difícil conseguir nuevos talleres que estén dispuestos a hacerla”, explica.
María Nöllmann – LA NACION
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