Superar los propios límites. Por qué la experiencia de hacer trekking o escalar una montaña cambia la vida de las personas
El andinismo enseña y transforma; testimonios y vivencias de quienes se animaron a enfrentar el desafío
Por Victoria Vera Ziccardi
“Un día me llamó un amigo por teléfono y me dijo: ‘vamos a escalar el Lanín, ¿te sumás?’, le pregunté cuánto tiempo tenía para confirmarle y me aclaró que ese mismo día esperaba la respuesta. ‘Bueno okay, voy a ir’ le respondí, me acuerdo de mirarme a mí misma, estaba en pijama en pleno julio y dije ‘voy a hacer algo significativo de mi vida’, relata Sofía Betti, alpinista amateur de 26 años, que escaló por primera vez el Lanín en 2019. Durante seis meses entrenó casi todos los días, no solo físicamente sino también mentalmente con un objetivo claro: hacer cumbre. “Cuando finalmente llegué a la cima sentí una alegría inmensa, me dolían las mejillas de tanta felicidad. Lo había logrado: no lo podía creer”, explica Betti.
Tanto los profesionales como amateurs que se animan al desafío de conectar con la montaña coinciden en que se trata de una experiencia transformadora.
En primera persona
El hiking o trekking enfrentan a quien asume el riesgo a innumerables desafíos, tal vez directamente proporcionales a factores como la dificultad del terreno, el clima y la preparación física de cada uno. “Mucho sol y nos olvidamos el protector solar. Mosquitos, tábanos y no trajimos repelente. Camino escarpado y vinimos con zapatillas en lugar de borceguíes. Noche de carpa, frío y viento, y la bolsa de dormir que nos prestaron es para días de verano”, relata Pedro Serrano Espelta, escalador amateur. Afirma que “mientras más nos aventuremos y más en contacto con la naturaleza estemos más situaciones inesperadas surgirán”.
Pero el circulo siempre es virtuoso: Serrano Espelta relata que una vez en la montaña, cuando uno tiene frío, calor o dolores físicos, se da cuenta que la fortaleza mental y la perseverancia es casi lo único que permite seguir adelante o “encontrarle el gustito” a algo que de otro modo podría ser una tortura. “Cada dificultad que superemos irá cimentando nuestra autoestima, nuestra confianza, nuestra capacidad para tomar desafíos que antes nos parecían imposibles. Esto será luego trasladable a la vida real, la del trabajo, la escuela, la familia o cualquier situación que nos resulte desconocida”, profundiza.
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La primer hazaña del guía de montaña Pablo Piccone fue subir el Cerro Tres Marías en San Juan; tenía menos de diez años y así nació su pasión. Desde entonces Piccone supo que quería pasar su vida cerca de la montaña. Vivió y estudió en Buenos Aires pero tenía la certeza de que cuando tuviera la posibilidad de vivir solo, quería hacerlo cerca de las montañas. Es por eso que luego de recibirse de profesor de Educación Física decidió irse a vivir a San Martín de los Andes donde trabaja como guía, cerca lo que le hace feliz y que, asegura: le transformó la vida.
Pero ¿cuál es la magia de la adversidad de la montaña? Si bien las vivencias dependen de cada persona, están quienes se fijan como meta personal llegar a la cima, los que disfrutan del camino y no se preocupan por hacer cumbre y aquellos que encuentran en el montañismo su pasión. Sin embargo, todos coinciden en que de alguna manera, emprender dicha aventura les sirvió para aprender algo positivo de la vida.
“Confiaremos más en nosotros y nos propondremos objetivos más ambiciosos. Con el tiempo nos acordaremos con nostalgia de las escaladas o las caminatas en la montaña, y querremos más. Solo que esta vez seguramente busquemos algo diferente, más desafiante. Posiblemente entrenemos más, tal vez le prestemos más atención a la alimentación, al equipamiento y a las personas con las cuales iremos. Veremos lugares nuevos y experimentaremos sensaciones diferentes. Nos atreveremos a más, no solo en la montaña, también en nuestras vidas”, relata Serrano Espelta, quien intenta inculcarle su pasión a todas las personas que quiere.
Marcos Serrano Espelta heredó de su papá Pedro la pasión por las montañas
Poder transformador
“La escalada en montaña es un estilo de vida. En algún momento deja de ser un hobbie y comienza a ser una necesidad de relacionarse con el medio primitivo y hostil. Es una necesidad que se despierta, de salir de la cotidianidad de la vida, de hacer algo diferente. Uno siente que necesita en alguna medida despegarse de la sociedad o relacionarse en algún medio distinto. Y mejor si esto sucede con gente que tenga esa misma ‘locura’”, afirma Jony Espinosa, guía de trekking y fotógrafo de expediciones de montaña.
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Francisco Bassani, escalador y fotógrafo profesional coincide. El hombre que escala desde hace más de 40 años afirma que en el desafío de la montaña siente respeto por el ambiente, por la naturaleza, por los animales. Para él, escalar es sinónimo de sentirse libre y a la vez el único límite que existe allí es el sentido de no cometer errores.
Tener ese contacto sugiere cierta transformación en la vida de las personas que se animan a la montaña. Cuesta, es difícil, implica entrenamiento, ganas y perseverancia. En su mayoría, los que se atreven a escalar destacan aprendizajes que luego aplican a la diaria.
- Aprender a superar obstáculos: cuando uno se propone un objetivo trabaja para lograrlo y no desistir. Análogamente, en la vida se encaran proyectos sabiendo que hay obstáculos que deben ser superados con el tiempo.
- Ayuda a conocer los propios límites: en la montaña hay momentos en los que la persona se da cuenta que no puede seguir y eso también pasa en la vida. Se aprende cuál es el límite propio y cuándo se debe parar.
- Es una fuente de autoconocimiento: el montañista debe estar concentrado en seguir subiendo, se enciende su modo de supervivencia y eso hace que aprenda a desconectarse de las tecnologías y el mundo urbano. En esos momentos puede reflexionar sobre su vida y lograr conocer más de sí mismo.
- Permite desarrollar el control mental: quien escala se ve forzado a aprender a controlar las ansiedades y los miedos, ya que si no logra mantener la calma en situaciones extremas puede ser un problema. Se aprende a luchar contra la adversidad y de vuelta al mundo normal, el montañista está preparado para enfrentar cualquier miedo.
- Ganar confianza en sí mismo: experimentar la vivencia más allá de que se cumpla el objetivo de la cima hace que se valore el arduo camino que hizo para llegar hasta ahí. Es decir quien lo experimenta pasa de la sensación de no sentirse capaz a la recompensa inigualable.
- Fortalece el espíritu de trabajar en equipo: en los momentos vulnerables que surgen dudas y miedos, quienes motivan a seguir adelante son los compañeros del grupo de montañismo. Esta relación interpersonal y el aprender a confiar en el otro pasa a reflejarse en la vida diaria con familiares, amigos y compañeros de trabajo. No se puede llegar a ningún lado solo.
El miedo
Los miedos aparecen antes de llegar al destino de la aventura y atacan especialmente a los principiantes; nadie dijo que subir a una montaña sería un reto sencillo.
“El miedo es algo con lo que tenemos que lidiar pero cuando lo enfrentás en la montaña, te das cuenta que muchas de esas cosas a las que les tenés miedo en tu cotidianidad, no tienen sentido. El miedo es el elemento clave y cuando lo superás es cuando crecés”, cuenta Espinosa.
La experiencia también conecta. Serrano Espelta sostiene que le ha pasado de tener que subir la montaña con gente que en algún momento se bloquea y le agarra miedo. En esos casos cuenta que lo importante es ayudar al otro, eso caracteriza al espíritu de grupo. “En la montaña no podés ser egoísta y volver, tenés que intentar seguir y desafiar esos miedos”, añade.
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Los principiantes son quienes están más expuestos al temor de “no poder”. “Es normal que no se animen a seguir y está bueno que les pase porque viven la experiencia con intensidad. Al estar a cargo de la seguridad y del grupo cuando hay personas que sienten miedo, intento motivarlos para que salgan de ese estado y entiendan que no hay razones para tenerlo. Les explico que los profesionales estamos ahí para socorrerlos y que si hubiese un riesgo mayor, no los someteríamos a eso”, dice Pablo Piccone.
Coincide con esta última declaración Espinosa, también profesional del montañismo, que asegura que cuando las personas logran superar los miedos, se relajan y comienzan a ver la montaña con otros ojos. “Me encanta cuando eso pasa, porque significa que como guía estás haciendo bien tu trabajo”, añade.
Experiencia de montañismo en Cordón del Plata
Llegar a la cumbre
Es la meta más ansiada, el final del camino. Pero a diferencia del imaginario colectivo, hacer cumbre no es el objetivo de todos y según destacan los guías de montaña, en muchos casos las condiciones no están dadas para seguir subiendo.
Piccone, quien cuenta con más de 140 cumbres, afirma que el montañismo “no es ir a Disney”, es turismo aventura. “No está garantizado llegar a la cumbre porque en ocasiones el temporal no lo permite, lo único que uno sabe con seguridad es que vivirá una experiencia intensa”. Añade también que en verdad la cumbre es algo más simbólico que físico. “Si realmente lo pensás, la cumbre es un pedazo de roca. Lo que la hace significativa es todo lo que la persona tuvo que atravesar para poder llegar ahí, todo lo que le costó. Y cuando finalmente se llega, se disparan emociones muy intensas: llanto, felicidad, nostalgia, risas”, reflexiona.
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Serrano Espelta y Bassani hicieron varias veces “cumbre”, pero no los define haber cumplido esas experiencias sino el camino que hicieron para lograrlo. De hecho, hoy no es prioridad cuando planean alguna escapada. Coinciden ambos en que todo el trayecto previo sirve para reflexionar, admirar el paisaje y conectar con la naturaleza, en síntesis: “volver a la conexión innata del hombre con la tierra”.
¿Cómo entrenar para subir a la montaña?
El entrenamiento previo al montañismo es principalmente físico, pero no hay que olvidar que la preparación psicológica es indispensable. Respecto a esta última, los especialistas recomiendan: meditar, acostumbrarse a no estar conectado a la tecnología tanto tiempo, hacer ejercicios de respiración y mentalizarse con la aventura.
Respecto a la preparación física, Piccone la divide en cuatro partes esenciales:
- Trabajo aeróbico (como hacer bicicleta, nadar, caminar)
- Entrenamiento de fortalecimiento general para poder trepar (ideal practicar para cargar las mochilas y trabajar con peso)
- Entrenamiento aeróbico pero con la especificidad de la pendiente (como subir escalinatas, pisos de edificio, puentes)
- Tener experiencia escalando otras montañas (también se puede alternar con trekking o hiking)
En definitiva, quienes se animan a la experiencia aseguran que “la montaña te cambia”: deja enseñanzas y ayuda a crecer internamente, más allá de que quien lo prueba se vuelva fanático o no. Es decir, aunque sea una experiencia, ya es valiosa. “La montaña transforma completamente, siempre y cuando uno se deje transformar por ella”, concluye Betti.
Victoria Vera Ziccardi para La Nación
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