Viajar a Ushuaia
La capital de Tierra de Fuego tiene un aire único y una historia plena de contrastes entre lagos, bosques y barrotes.
Por Laureano Debat para NATGEO
Caminando por la costanera de Ushuaia uno puede olvidarse del malestar constante del turista con esas fotos que nunca salen tal cual se pre-visualizan antes de su captura. Aquí no suele pasar. Las imágenes salen tal cual nos las imaginamos, tal vez porque sucede lo contrario: no hay nada que imaginar, todo está ahí en la obviedad de la belleza, los retazos impresionistas del reflejo de las barcas, los mástiles, las sogas y las banderas en el agua a veces apacible, otras tremenda, que conforma el Canal de Beagle.
Vistas de la costanera de Ushuaia
Desde uno de los extremos de la ciudad, el resort Las Hayas se yergue con sus grandes ventanales, sus spas de aguas calientes a cielo abierto y su gran mirador de doble dirección: hacia abajo, para empezar a tener una idea aproximada de la dimensión costera de la ciudad; al alzar la vista, para apreciar algo de nieve en los picos bajos de este tramo donde la Cordillera de Los Andes va en descenso y presenta su menor altura. En la otra punta de Ushuaia, después de barcos que van y vienen de la pingüinera, continúa creciendo el puerto de ensamblaje de tecnología donde cada vez trabajan más personas terminando teléfonos móviles y tablets.
Y exactamente 250 metros más arriba, en plena Reserva Natural Cerro Alarkén, el Hotel Arakur presume de ser uno los primeros hoteles sustentables del fin del mundo y confirma en una de sus cabalgatas que en Ushuaia casi todo el mundo es migrante. Son tres los gauchos que ensillan los caballos y nos acompañan a recorrer la reserva. No sólo ninguno es de aquí sino que entre los tres se llevan más de 5000 km de distancia: Edgardo es de Comodoro Rivadavia, Javier de San Justo y el “Chaco” de la provincia de la que heredó su sobrenombre.
Por turismo, por tecnología: a Ushuaia sigue llegando mucha gente para trabajar. Así lo refleja el último Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas de Argentina de 2022: la provincia de Tierra del Fuego registró un crecimiento del 50 % de su población, siendo la que más creció en el país. Y, según informes del Instituto Nacional de Promoción Turística de Argentina (Inprotur), cada año también aumenta el número de visitantes a la región más austral del planeta.
Los Lagos
David lleva gorra, barba y muchos tatuajes, además de una camioneta Land Rover y la provincia de La Pampa, de donde es originario, en el corazón. La empresa para la que trabaja, Brasileiros Em Ushuaia, es el reflejo evidente del boom que representa Ushuaia en los últimos diez años para el turismo brasileño, que ha cambiado Brasiloche (la manera jocosa en que los turoperadores argentinos denominan a Bariloche en este contexto) por esta ciudad. Brasil está presente incluso en la propia gestión de la ciudad, con Cristiane Cavalli, quien se encarga de los asuntos internacionales dentro de la Secretaría De Turismo de Ushuaia y que hace 20 años está enamorada del fin del mundo.
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Las ruedas de la 4×4 se aferran y muerden los senderos pedregosos e irregulares de los lagos fueguinos. Y, a medida que avanzamos, comprobamos que es, exactamente, lo que escribió Bruce Chatwin sobre esta región: “Otro ejemplo de la forma en la que la naturaleza imita al arte”. Por ejemplo, en Laguna Esmeralda, en verano repleta de fueguinos haciendo picnic y rutas de senderismo, en invierno completamente helada y convertida en pista de patinaje.
Y sigue la mímesis en los caminos rodeados de los árboles autóctonos de Ushuaia: ñires, guindos magallánicos y las populares lengas, adoradas por su madera y tan llamativas con sus raíces superficiales, hábitat preferido de la barba de viejo, un liquen que se apoya sobre sus ramas y toma sus nutrientes de la humedad del aire. La barba de viejo es el medidor ideal de la contaminación del aire para los fueguinos porque crece únicamente si el aire es puro y limpio. Cuando escasea, hay que preocuparse.
Lago escondido
Lago Escondido y Lago Fagnano son enclaves recurrentes para canoas y kayaks. También para respirar, tal vez, uno de los aires más puros del planeta. Y hacerlo en la única ciudad trasandina en todo el mundo, es decir, que existe hacia uno y otro lado de la Cordillera de los Andes y que siempre sigue siendo Ushuaia. Entre uno y otro, a un costado del camino, el emplazamiento donde se filmó la escena final de El Renacido, la película dirigida por Alejandro González Iñárritu. Los de aquí se adjudican el mérito por el primer Oscar a Leonardo Di Caprio como mejor actor y algunos se atreven a hablar de la energía persistente de las fogatas que los pueblos originarios hacían en la costa, que deslumbraron y atemorizaron en partes iguales a la expedición de Fernando de Magallanes. Según las bitácoras de ese viaje, lo que veían concretamente era el humo, y no el fuego, de esa combustión. Pero a la hora de poner nombre a esta isla, primó el espectáculo elíptico de las llamas.
Un tren de presos en el Parque Nacional
No deja de ser paradójico que un enclave de tanta belleza deba a una colonia penitenciaria su crecimiento, aunque a juzgar por los caminos argentinos a principios del siglo XX, es normal que los reos más peligrosos fueran deportados a Ushuaia. Y el tren que transportaba a los presos, parte de su antiguo trayecto, ha sido recuperado hoy como un paseo turístico que combina algo de morbosa historia argentina con el encanto natural del Parque Nacional de Tierra del Fuego.
El tren no es el original pero han hecho todo lo posible por reflejar el espíritu de la antigua máquina, en su estructura y en su caldera de gasoil que produce vapor y que trata de recrear la sensación de su anterior mecanismo a leña. El carioca Thiago Dos Santos Monteiro, que hace 15 años que cambió Río de Janeiro por Ushuaia, y hoy se encarga de las relaciones públicas del Tren del Fin del Mundo, es el encargado de mostrarme el taller mecánico y la carpintería, todos los interiores de la reparación y el mantenimiento del tren, donde ahora mismo están fabricando pieza por pieza la próxima máquina. Y los torneros y los carpinteros son quienes me dicen que necesitan y no encuentran mano de obra capacitada.
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En su origen, el tren salía de la propia cárcel y recorría toda la costanera de la ciudad, pero ese sendero se ha perdido y solo se ha recuperado el tramo a través del cual llevaban a los presos a hacer trabajos al aire libre, en pleno bosque, lo que hoy se ha convertido en parque nacional y vemos a ambos lados de los vagones a través de la guía de Carolina, de Latitud Ushuaia, quien nos asevera que los presos siempre preferían esto: salir, estar fuera, aunque se helaran de frío, aunque el trabajo fuese duro, siempre salir antes de cualquier cosa puertas adentro. A la derecha del tren, la montaña. A la izquierda, el río corriendo sereno en un día muy caluroso y de mucho sol. Y, poco a poco, nos metemos cada vez más adentro del parque nacional, atravesando el río Lapataia lleno de truchas y llegando a una bahía que marca el final la ruta 3, más de 3000 km después de Buenos Aires, donde nace. Y que se conecta con la Panamericana hasta Alaska abarcando más de 18.000 km.
Turismo carcelario y de cruceros
Cuando se inauguró de manera oficial el Presidio Nacional de Ushuaia, el 15 de septiembre de 1902, con un modelo panóptico diseñado por el ingeniero napolitano Catello Muratgia, la ciudad era un rejunte de no más de veinte casas de pescadores, todas de madera y recubiertas con chapas de zinc blanco pintadas de todos colores, una estética que aún se mantiene en algunos barrios. Había un aserradero y una bahía a la que llegaba algún barco de vez en cuando, cada uno o dos meses, y una misión anglicana que trabajaba con los pueblos originarios.
La cárcel fue fundamental en el crecimiento y el desarrollo de la ciudad. Y si bien se suele explicar su origen como causa de un aumento considerable de los índices de reincidencia en el delito en la ciudad de Buenos Aires, hay otro origen geopolítico, muy parecido a la presencia argentina en Antártida a fines de siglo XIX y en épocas grandes expediciones a los polos. “El presidio se originó debido a una gran necesidad del gobierno argentino de poblar esta zona, de tener presencia oficial, ya que había un cierto riesgo de que toda esta gran zona austral fuera ocupada por grandes potencias como el Reino Unido o Francia”, dice Verónica Pedemonte, directora del programa educativo del museo.
Higiene, orden, disciplina y trabajo eran las cuatro palabras-lemas escritas en las paredes de la cárcel y que fundaban la lógica de los trabajos forzosos: todos los presos trabajaban en alguna cosa. “La cárcel es lo que ahora sería considerado algo autosustentable. Había un taller de sastrería donde se hacían los uniformes. Los presos tenían una huerta donde cultivaban lo que iban a comer. Estaba la granja con una vaca para la leche, cerdos y gallinas. Tenían una panadería en la que llegaban a fabricar 800 kilos de pan por día. Había un taller de forja y hasta un pequeño astillero donde se fabricaban pequeñas barcas”, dice Pedemonte.
La historia del presidio está repleta de datos insospechados. Por ejemplo, que Ushuaia fue una ciudad pionera del turismo de cruceros y muchos de estos barcos repletos de turistas de hace más de 100 años tenían como parada obligada a la cárcel de Ushuaia. Las visitas a los presos eran muy apreciadas por el turismo internacional, aunque solo se les permitía el ingreso a los turistas hombres y se les dejaba espiar por un ventanuco a los presos más famosos y temerarios, sin tener ningún tipo de contacto con ellos. Al acabar la visita, podían comprar algunos souvenires, principalmente adornos y otros objetos de madera fabricados por los mismos presos y que hoy se exponen en las vitrinas del museo.
La cárcel de Ushuaia fue un proyecto del presidente argentino Julio Argentino Roca y alojaba a presos políticos y a presos peligrosos. De los políticos, los más famosos fueron el poeta Ricardo Rojas y el anarquista ucraniano Simón Radowitzky. Pero son los peligrosos quienes dan el morbo que el turismo carcelario necesita: el asesino serial de niños Cayetano Santos Godino (mejor conocido como Petiso Orejudo) y el primer multihomicida argentino Mateo Banks. Hoy están todos convertidos en muñecos fabricados a escala dentro de un museo que funciona en los mismos pabellones que los acogieron en vida. Y por donde, seguramente, continúan deambulando sus atormentados fantasmas.
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