Las razones de la Caza – Parte 1
Carlos Nesci nos presenta un nuevo artículo de su autoría que da continuidad a la zaga iniciada iniciado primero con ¿Qué es la Caza?, y luego con ¿Por qué cazamos?, ¿Cómo debemos practicar la caza?, ¿Por qué no quieren que cacemos? y finalmente con ¿Qué pasaría si dejáramos de cazar?.
Los instintos humanos no desaparecen, se archivan en lo más profundo del subconsciente. El hombre ha cazado – fundamentalmente herbívoros – durante toda su existencia, gran parte del tiempo lo hizo para alimentarse y poder sobrevivir.
Recolectar y cazar fue su primer y más prolongada ocupación a través del tiempo. Durante muchos miles de años fue un predador omnívoro.
Hay una memoria de todo lo hecho por el hombre a través del tiempo, que se archiva en nuestro subconsciente y resurge ante determinados estímulos.
El hombre no se hizo cazador, heredó este quehacer del primate en que la humanidad brotó.
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El no entender el amplio y decisivo rol de la naturaleza refuerza nuestro sentimiento de egocentrismo antropocéntrico y nos expone a pensar todo desde el ombligo del hombre actual.
Tal como solía decir una antropóloga española, además de leer, estudiar e investigar sobre el tema de la caza y su relación con los seres humanos actuales, debemos aprender a escuchar lo que sugiere el hombre paleolítico que llevamos dentro.
La caza es una acción entre 2 seres vivos uno agente y otro paciente. Uno cazará y el otro resultará cazado. Así lo es en el gran espectro de la naturaleza, donde en términos generales, los carnívoros atacan y los herbívoros huyen.
Cuando ese hombre – que ya cuenta con destellos de intelección – caza, advierte que no cuenta con la velocidad de los cuadrúpedos ni la potencia muscular, las garras y colmillos de los carnívoros y se vale de la acción grupal – que contribuye a la socialización y división del trabajo – para arrear, arrinconar y despeñar, así como entrampar, capturar y luego sacrificar a la presa.
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Pero cazar es para el hombre actual más que eso, le permite volver a desempeñar aquel antiguo rol que lo acompañó durante casi toda su existencia planetaria, incentivando su predisposición gregaria y generando a la vez, un fuerte sentido de pertenencia con la naturaleza y todo lo bueno que eso conlleva para su bienestar.
Cazar está en el repertorio de nuestros instintos primarios. La caza comienza desde la noche de los tiempos, ya que siempre hubo seres vivientes que se alimentaron de otros seres vivientes para sobrevivir, una suerte de caza biológica.
Lo hacemos desde los albores de la humanidad. Probablemente no podamos evitar hacerlo porque somos, en última instancia, la herramienta final de un equilibrio biológico que demanda nuestra intervención.
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Lo que resulta llamativo es que en nuestros días todavía, a pesar del largo tiempo transcurrido, luego de una jornada de caza, en el fogón del campamento o el hogar de la casa de campo, se sigan intercambiando entre los cazadores los relatos de lo acontecido con la misma intensidad y entusiasmo de hace miles de años atrás. Ese rito es un testimonio viviente, una clara evidencia de que la caza es un componente esencial de la cultura del hombre.
Damos por sentado que el cazador actual debe cumplir con todas las obligaciones que establecen las regulaciones vigentes, constituyentes del marco legal que rige la actividad venatoria. No se puede dejar sin chances a la presa, pero sí proporcionarle una muerte limpia, sin sufrimiento.
Cazar no puede resultar una actividad facilista. La caza deportiva debe ser incierta, la certeza absoluta le restaría todo encanto y degradaría su esencia. Cazar es el proceso, mucho más que el resultado. Cazar no es cazar sino se aplican las reglas del buen cazador, si no ponemos la cuota de esfuerzo, ética y baquía. Después será el azar o los designios de San Huberto los que nos permitirán tener éxito con mayor o menor esfuerzo en su logro.
Si pudiésemos comprimir la historia del hombre en un año, 260 días hemos sido cazadores y recolectores, 90 labradores y recién comenzamos a ser civilizados hace tan solo 15 días.
“No podemos amputar nuestro ADN, por más que tratemos de hacerlo – dice el escritor e historiador israelí Yuval Harari – nuestro ADN siente que opera todavía en la sabana africana.”
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El hombre y el animal matan por igual, pero este último lo hace por instinto y por lo tanto va a generar la muerte en cualquier momento y circunstancia, el hombre al tener razón, ética y moral está sometido a varios condicionamientos.
Debemos cazar con mucho respeto y responsabilidad, cumplimentando primero todos los requerimientos del saber, conociendo tanto la especie, su hábitat, costumbres y anatomía, como las características del arma a utilizar – previamente regulada en el polígono con la munición a utilizar en el campo – nada puede quedar librado al azar.
Hay un cazador desaprensivo, pero hay también – quizá hoy mayoría – gente alentada por los movimientos animalistas y el mascotismo, que no disciernen entre un animal de compañía y uno silvestre, como tampoco son conscientes de las consecuencias ambientales y para su especie, en la medida en que la caza no esté permitida.
A partir de la atrofia progresiva de los instintos del hombre y la aparición de las primeras luces de la razón, cazar se vuelve un hecho de conciencia. Esto se traduce en controlar el número de piezas cobradas y darle chances al animal para que el lance no resulte desigual y en el caso de lograr neutralizar sus capacidades de detección brindarle una muerte limpia, sin sufrimientos, priorizando su preservación ante la duda de una ejecución poco certera.
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Hoy deberíamos cazar animales viejos o adentrados en la madurez, especímenes degenerados o hembras infértiles.
Este es el camino a transitar en la elección. Eso debería ser la caza moderna, lo demás sería retornar a viejos y conocidos vicios.
La razón coordina y ordena todos estos elementos y nos ayuda a controlar los instintos y las emociones, tan siquiera de a ratos para poder manejar así esas pulsiones propias de la animalidad. Surge así claramente, entre otras cosas, el progreso de la caza y sus motivaciones. Allí es donde aparece lo psicoadquirido.
Te invitamos a leer la segunda parte de este artículo de Carlos Nesci
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