“Mientras pueda tocar el bandoneón puedo pescar un tiburón y mientras pueda pescar un tiburón puedo tocar el bandoneón”
El genial compositor marplatense y su afición por la pesca.
Julio de 2023. Nieto de un avezado marinero italiano sobreviviente a por lo menos un naufragio, desde pequeño Astor se sintió fuertemente atraído por todo lo relacionado al mar, primero con las historias marineras contadas por su abuelo Pantaleón (de quien heredará su segundo nombre), luego por su afición a la natación en la popular Playa Bristol del centro de la ciudad de Mar del Plata muy cerca de su primer hogar y finalmente por su pasión por la pesca embarcada (más específicamente la del Tiburón), pasión que junto a la de la música lo acompañaría para siempre.
A Astor Pantaleón Piazzolla nacido un 11 de marzo de 1921 le encantaba ir a la playa, sobre todo para nadar, ya que era un excelente nadador y se había hecho muy amigo de los guardavidas de las playas del centro, donde se internaba 400 o 500 metros mar adentro a nadar con ellos en sus prácticas. Justamente una de sus comidas preferidas era una sopa de cazón (especie de tiburón pequeño de la zona) llamada “Cagnolina” que su padre Vicente había aprendido de la tradición marinera de sus ancestros. Pero pronto descubriría otra afición fundamental al embarcarse en una de las tradicionales embarcaciones pescadoras de la ciudad (las popularmente conocidas “Lanchas Amarillas”) y acompañar a su abuelo y primos a mar abierto.
Astor tenía un lugar de preferencia para pescar en Mar del Plata que estaba ubicado en las piedras de Playa Chica. Según Daniel Piazzolla, hijo de Astor, la escollera Sur era otro de los lugares preferidos para la pesca: “Yo era muy compañero de él de pibe, era su ladero. Recuerdo que me pasaba a buscar y nos ibamos dos días a pescar a Mar del Plata. Por supuesto que parábamos en la casa de los Noninos en Alberti 1561, donde estaba el chalet donde habían vivido siempre desde que regresaron de Estados Unidos. Mis viejos iban y venían durante el verano, yo no recuerdo haber pasado una temporada de verano en Capital, siempre en Mar del Plata. Ibamos mucho a la Playa Bristol de más chicos, porque no teníamos movilidad, así que bajábamos por Alsina hasta la costa y nos íbamos a la Bristol. Papá era muy amigo de todos los bañeros, ya que le gustaba mucho nadar. Nadie nos molestaba porque a Papá no lo reconocía nadie. Íbamos todas las mañanas a la playa, a Astor le encantaba, al mediodía volvíamos a almorzar a lo de los Noninos y casi todas las tardes salíamos con papá los dos juntos a pescar. Papá después descubrió un lugar maravilloso para pescar, porque salían muchas corvinas inmensas y se llenaba de tiburones, en el norte de la ciudad junto al vaciadero cerca de parque Camet”.
La anécdota de Pacho O’Donnell
En una nota publicada en Perfil el escritor relata su conversación con el guía Dante Rinaldi en una salida de pesca de tiburones en la isla de los lobos, cerca de Punta del Este.
¿Sabe quién era un buen pescador de tiburones? Lo dijo así, sólo el nombre, poniéndome a prueba a ver si sabía de quién hablaba y sólo entonces seguir con el tema. ¿Quién? Don Astor. ¿Piazzolla? Sí, el Maestro Piazzolla. Se abría un tema interesante mientras llegábamos a los alrededores de la isla de los Lobos, Dante disminuía la velocidad y me ataba con una cincha a un barrote, por las dudas. Luego puso en mis manos una caña corta, muy sólida, con un enorme anzuelo encarnado con una pescadilla entera y él preparó otra para peces de menor tamaño.
¿Cuántas veces salió el maestro? Dante me miró casi con reproche y una pizca de desprecio. También algo de orgullo. El Maestro no era un turista que salía de vez en cuando. Como yo, pensé tratando de no amoscarme. Era un hábito. Lo hacía por lo menos tres veces a la semana, lunes, miércoles y viernes durante los meses cálidos y templados. No le gustaba el frío.
¿Y pescaba? ¿Si pescaba? Otra vez la suficiencia. Pescaba dos o tres por salida. Alguna vez fueron cinco. Y de los grandes. Siguió hablando mientras desenganchaba una corvina de buen porte que se había resistido con heroísmo. Uno midió dos metros y medio. Y no exagero, aclaró, como hacen algunos pescadores. Calculé que dos metros y medio eran la mitad de ese barquito. Enorme. Tengo la foto en mi casa. Si me avisa cuándo vuelve se la muestro.
¿Cuánto tiempo se tarda en sacar una bestia de ese tamaño? El Maestro era buen pescador así que sabía cansarlo hasta que el bicho se ponía a la par del barco y entonces yo lo izaba. Si era grande: pum, un tiro en la cabeza. Dante señaló vagamente hacia dónde debía guardar el arma.
¿Y de qué hablaban? Para ser sincero le digo que hablábamos muy poco. Casi nada. El parecía estar atento a la caña pero en realidad estaba metido para adentro, como ensias… como se dice, ensamas… Ensimismado, ayudé. Eso. Estoy seguro de que arriba de este barco compuso varios de sus temas. Muchos me atrevería decir. Recordé: hay uno que se llama Escualo. A Dante le brillaron los ojos, mientras desprendía otra presa pequeña y la devolvía al mar. A que no sabe a quién le dedicó Escualo. La respuesta era obvia. A usted. Sí, a este humilde laburante. No hay día que no escuche Escualo.
El silencio fue ahora largo, fue evidente que Dante se había inundado de memoria y yo recordé con satisfacción que en el 85 le entregué al maestro la distinción de Ciudadano Ilustre de Buenos Aires. Para anunciárselo lo visité en su casa de Punta Indio, cerca de Punta del Este, donde vivía con su última compañera, Laura Escalada. Entre sus muchas obras, gran parte de las cuales no ha sido aún ejecutada en público, se destaca la suite Punta del Este. Ahora, gracias al azar que me regaló varias horas con Dante comprendí por qué había elegido ese lugar para vivir varios años de su vida, una etapa de mucha riqueza creativa.
“Los años del tiburón”, el Documental de Daniel Rosenfeld
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