El deportista no vidente que cumplió un sueño que parecía imposible
El mexicano Rafael Jaime multiplica sus retos: además de escalar las montañas más altas, participa en competencias de Ironman.
Por Alejandro Rapetti
26 de octubre de 2023. Oriundo del estado de Durango, en el norte de México, Rafael Jaime (35) es un destacado deportista no vidente con una extensa trayectoria que lo respalda: campeón paralímpico en 2007 en México sobre 100, 400 y 800 metros planos. Además, es el primer triatleta y el primer Ironman ciego de su país.
Su agenda está cargada de grandes desafíos, como los dos Ironman que correrá en noviembre; en enero viajará a la Antártida a subir el Monte Vinson (la montaña más alta del continente Blanco), y en abril irá a Marruecos para participar de la Maratón des Sables, que consiste en correr 57 kilómetros por el desierto del Sahara. Y esto no es todo: en julio correrá un nuevo Ironman junto a un colega español en busca de la clasificación al mundial, y si eso no llegara a ocurrir, en octubre buscará alcanzar, sin asistencia de oxígeno, la cumbre del Manaslu, en los Himalayas, la octava montaña más alta del mundo situada en el macizo Mansiri Himal, Nepal. Nadie lo detiene.
No nació ciego, pero a los 5 años se enfrentó a un cáncer llamado retinoblastoma bilateral, en la retina, que le hizo perder la vista de su ojo derecho. “Mi desarrollo posterior fue totalmente normal, el hecho de no tener uno de mis ojos no me apartaba de las actividades del día a día, como niño o adolescente. Siempre tuve contacto con diferentes deportes como el fútbol, béisbol y basquetbol, pero jamás actividades en la naturaleza”, recuerda Rafa, abogado de profesión que se define como “un auténtico apasionado por explorar el mundo”. Hoy se gana la vida como speaker, viajando y dando conferencias de desarrollo humano, de liderazgo y trabajo en equipo, ofreciendo entrevistas, haciendo podcasts y dictando talleres.
Otra vez a luchar
A los 18 años debió enfrentarse nuevamente al cáncer, en esta ocasión en su ojo izquierdo, y si bien ganó la batalla contra esta enfermedad, el precio a pagar por estar vivo fue adquirir la ceguera que lo acompaña hasta hoy.
“Es normal en un proceso de esta magnitud caer en la depresión y cuestionarte si valen la pena los esfuerzos por permanecer en vida bajo estas circunstancias, sin embargo, la familia, los amigos y el deporte fueron esos motivos y ese empuje para encontrar un camino día a día”, sigue Jaime.
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Si bien en México participó en competencias de 100, 400 y 800 metros planos sobre pista, asegura que ser atleta paralímpico no fue una de sus mejores experiencias. “En mi país, dentro del mundo del deporte, se toma con poca seriedad la discapacidad y todo es un trato de adulación y lastima. Así es que me fui a explorar nuevos caminos”, recuerda.
Algunos de esos caminos lo llevaron a convertirse en corredor de ultra distancias por montañas y desiertos, recorriendo desde 50, 80, 100 y hasta 160 kilómetros. Actualmente es el primero y único ultraman ciego del mundo, prueba en la que debió nadar 10 kilómetros, recorrer 421 kilómetros en bicicleta y correr otros 84 kilómetros a pie.
“Por coincidencia finalicé aquella carrera el 6 de noviembre de 2016, el mismo día que había perdido la vista, pero diez años después, así que fue una gran manera de celebrar el trayecto que estaba recorriendo. Y no me refiero al mundo del alto rendimiento deportivo, si no a la vida como un ser humano de alto rendimiento, abrazando quien era y dando las gracias de que lo mejor que me había pasado en la vida era el hecho de haberme quedado ciego”, asegura.
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A medida que Rafa avanza con su relato no deja de sorprender y despertar admiración por los logros alcanzados. Entre tantos, en 2018 subió por primera vez una montaña. Sin conocer el mundo del montañismo, se embarcó en la aventura de hacer cumbre en la elevación más alta de México, el Pico de Orizaba (5680 metros).
A partir de la buena experiencia obtenida en Orizaba, decidió seguir explorando los techos del mundo, pero incursionando en la roca y el hielo, siempre enfrentando la dificultad adicional que conlleva la ceguera de aventurarse en lugares que en ocasiones pueden ser sumamente peligrosos y hostiles. Desde entonces llevó adelante más de 10 expediciones internacionales en la Cordillera de los Andes y montañas imponentes en Norteamérica, Europa, África y Asia.
Récords y algo más
“Durante un tiempo perseguía el objetivo del Seven Summits (los picos más altos de cada continente) de las cuales ya he tocado la cumbre de 5 de ellos. Sin embargo, hoy mi afición por subir montañas va más allá de un récord. Se trata de disfrutar la vida y las experiencias que puedo adquirir en estos majestuosos lugares, luchando contra mis más grandes demonios y mostrándome la parte más fuerte y resiliente que he construido a lo largo de mi vida”, sigue Rafa.
El último 23 de mayo, a las 6.33 AM, Rafael Jaime alcanzó el techo del mundo, sin dudas, uno de sus desafíos más importantes, para convertirse en el primer ciego iberoamericano en lograr esta hazaña. “Mi verdadera cumbre radicaba en promesas que anidaban en mi mochila y en mi corazón y esa expedición en el Himalaya me daba más herramientas para seguir encarando la vida. Sin dudas, el Everest es mi cumbre más especial”, cuenta Jaime.
Recuerda que un día después de quedarse ciego estaba sentado en la esquina de una cama, reflexionando y se preguntaba qué sería de su vida: “Me planteaba que no iba a poder hacer nada, estaba triste y deprimido por lo que vendría. Y al llegar a la cumbre del Everest, allí sentado, recordé aquel momento y me dije, ‘qué puto cabrón eres, Rafael, mira 17 años después en donde estás. Estás parado en la cima del mundo’. Todo lo que he recorrido durante mi vida fue lo que me empujó a llegar a la cima del Everest. No específicamente un entrenamiento, sino todo ese recorrido fue lo que construyó una mente y un espíritu fuerte”, asegura Rafa.
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Está convencido que la vida tiene esos contrastes, entre los momentos difíciles y los momentos felices.
“Cada momento que vivimos es una oportunidad de aprender, de reflexionar, de entender que muchas veces esos tiempos incómodos, dolorosos son aquellos de los que más podemos sacar un aprendizaje, porque son los que dejan más huella en nuestra vida. Son las cicatrices”, reflexiona
Sin embargo, cree que hay límites en la vida: “Por ejemplo, mi límite es no ver. Y a través de mis límites y siendo consciente de ello, puedo crear nuevos caminos, nuevas formas de hacer las cosas y ahí es donde radican las oportunidades: en ser realistas con lo que somos, abrazar nuestra realidad, lo que tenemos y lo que no. Ser justos y darnos el valor que tenemos como seres humanos, con nuestras capacidades y nuestras discapacidades, nuestros defectos y nuestras virtudes. Para mí los límites son muy importantes porque son los brazos hacia lo que queremos, hacia lo que somos, para reinventarnos y redescubrirnos”.
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