Bellos y en peligro de extinción, la especie recupera su lugar en los Esteros
Texto de Fernando Massa // Fotos Ricardo Pristupluk
9 de febrero de 2024 – ESTEROS DEL IBERÁ, Corrientes.- A primera hora de la mañana, Cabernet está echado sobre el malezal. Es un macho adulto joven, de cuatro o cinco años. Hace unos pocos meses, al igual que todos los venados de las pampas que viven en esta zona, cambió las astas y entró en celo. “Voltean los cuernos y les crecen nuevos y más altos. Es una forma estimativa de calcularles la edad”, dice Augusto Distel. Botas de goma hasta las rodillas –todo el terreno tiene unos centímetros de agua–, lleva en su mano el aparato con el que logra determinar su ubicación. Ya advirtió, además, a una hembrita cerca de ahí.
Una yarará está agazapada entre la maleza. Cerca del camino un zorro deambula lentamente, siempre una amenaza para las crías. Este es territorio de Cabernet: así lo ha demarcado. Controla dos harenes. Se lo ha ganado “trabando guampas” con otros machos, corriendo y zapateando con las patas hacia adelante, su forma de demostrar jerarquía. A la tardecita cruzará el campo, más allá de la ruta, y recién volverá a la noche o al día siguiente. ”Pegan la vuelta como si hubieran dejado la pava en el fuego”, comenta Distel, coordinador de Conservación de la Fundación Rewilding Argentina.
Un venado de las pampas macho como Cabernet puede llegar a alcanzar los 70 cm de altura y a pesar entre 30 o 40 kilos. Son muy bellos, de color bayo en toda la parte dorsal y los flancos, y color crema en la parte inferior del cuello, el vientre, y la cara inferior de la cola, así como alrededor de los ojos y los labios. Eso sí, huelen muy mal: ajo y cebolla.
En Socorro, un área de 124 km² de sabana americana en el sudeste de la Reserva Iberá, en Corrientes, viven entre 30 y 50 venados de las pampas. Al norte, en la isla de San Alonso, 114 km² rodeados por esteros, viven otros 300 ejemplares. Estas dos poblaciones, que conviven, entre otros tantos animales, con osos hormigueros, pecaríes, tapires y yaguaretés –depredador tope de este ecosistema– son consecuencia de un trabajo de reintroducción de especies en peligro de extinción que comenzó en 2009 la Fundación Rewilding Argentina, como parte de un proyecto más amplio de restauración ecológica a la castigada región del Iberá.
“Se trata de un proyecto que busca devolverle todas las especies que le faltaban al Iberá para que vuelva a tener un ecosistema completo –dice Gustavo Solís, veterinario, responsable en Rewilding del ingreso de individuos a los proyectos de reintroducción de especies–. Desde el depredador tope, que es el yaguareté, para abajo. Y dentro de esas especies, el venado de las pampas era clave, porque era uno de los grandes herbívoros de pastizal que estaban faltando”.
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Hasta este proyecto, no había venados en Corrientes dentro de áreas protegidas. Hoy, a casi 15 años de iniciado, las de Socorro y San Alonso son las mayores poblaciones de venados de las pampas dentro de un área protegida en todo el país. Las últimas estimaciones poblacionales a nivel país datan de 2019 y consignan que sólo quedan no más de 2500 ejemplares: unos 1500 en Corrientes; 700 en San Luis, mayormente en campos privados; unos 200 en la Bahía de Samborombón, en Buenos Aires; y no más de 50 en el norte de Santa Fe. Solís advierte, sin embargo, que se sabe que la población de venados a nivel nacional viene declinando.
El venado de las pampas fue en el pasado una de las especies autóctonas más comunes de la región pampeana y hoy es una de las más raras, tanto que está en peligro de extinción. Según publicaciones del investigador argentino Mariano Giménez Dixon, el venado de las pampas ha sido mencionado por diversos viajeros e historiadores de la región, desde Reginaldo De Lizarraga en 1570, hasta Charles Darwin o Guillermo Hudson en el siglo XIX. Los guaraníes los llamaban Gwazú-ti y los puelches, Yoam-Shezcé. Venado de las pampas es como lo nombraban los europeos.
“Su presencia no solo era común sino que era objeto de caza tanto por su carne y piel como por la obtención de las piedras bezoares, cálculos calcáreos que se hallarían en el estómago, con supuestas propiedades medicinales. También fueron aprovechados por las poblaciones aborígenes, habiéndose hallado restos de este cérvido en yacimientos indígenas anteriores a la llegada del europeo. Los gauchos, además, acostumbraban perseguirlos en partidas deportivas a fin de probar su destreza con las boleadoras; el venado formó parte de su léxico así como de sus creencias y leyendas”, escribió Giménez Dixon.
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¿Por qué fue desapareciendo? Según el investigador, la disminución de las poblaciones comenzó a ser notoria a inicios del siglo XX. Entre las causas, menciona la reducción y modificación de sus hábitats, la introducción de ganado doméstico así como de fauna y enfermedades exóticas, y la sobrecaza deportiva y comercial. Por ejemplo, hay registros de que durante el período 1860/70 fueron exportados alrededor de dos millones de cueros de esta especie.
Gustavo Solís agrega dos factores que estos días también marcaron la disminución de la población en el país: “Una de las explotaciones que más afecta al venado de los pampas es la resinería, es decir cuando en las forestaciones empiezan a extraer resina porque van grupos muy grandes de personas, con perros y poco control. A esto hay que sumarle los tremendos incendios que hubo en 2021 y 2022”, dice.
Una especie amenazada
Las últimas estimaciones poblacionales a nivel país datan de 2019 y consignan que sólo quedan no más de 2500 ejemplares
Paciencia y conocer a los animales. Es el mantra que repite Gustavo Solís cuando recuerda aquellos días de captura, hace más de una década. El proyecto se había aprobado y puesto en marcha. Se habían empapado de la experiencia del brasileño José Maurício Barbanti Duarte, uno de los expertos en cérvidos más importantes de la región. El mejor, según Solís. Incluso los había acompañado en la primera captura. Pero en la segunda captura, ya estaban solos. Y eran puros nervios. “De este dardo depende que se desate todo el ciclo”, le repetía una voz en la cabeza de Solís, mientras sostenía el rifle con el telémetro. Podían pasar dos días enteros sin disparar.
Las tierras que rodean al río Aguapey, al este de los Esteros del Iberá, donde hicieron esas primeras capturas de venados, son, en palabras de Solís, “bañados horribles” que les servían de refugio, pero que no eran su hábitat natural como lo puede ser el monte o los pastizales. “Teníamos que andar con el tractor y una especie de plataforma que llevábamos atrás y enganchábamos al tres puntos del tractor. Desde ahí nosotros le disparábamos. Una vez que se dormía, se le tomaban muestras, medidas y se le colocaba el collar. Cuando estaba listo, ya intubado para la anestesia, lo trasladábamos a la plataforma del tractor. De ahí a la camioneta, y desde la camioneta iba al helicóptero o al avión para ser trasladado al lugar definitivo, que era la isla de San Alonso”, detalla Solís.
Pero nada resultaba sencillo. El primer escollo era sortear la burocracia para conseguir las autorizaciones de las capturas, que las obtenían por cantidad de ejemplares. Luego, cada detalle era un desafío en sí mismo: habituar a los venados al ruido del tractor, elegir los ejemplares –que fueran jóvenes para que tengan mayor sobrevida dentro del proyecto–, y aceptar que había venados que iban a morir durante las capturas.
Por eso, las modificaciones constantes: del tipo de dardo, del tipo de anestesia. Y así, ya no murieron más ejemplares durante las capturas. También hicieron capturas en campos forestales. Había menos venados, pero podían prescindir del tractor y recorrían los caminos en camioneta. Los venados estaban acostumbrados a las camionetas de las empresas forestales, y no les tenían miedo, no lo asociaban con un peligro. Les disparaban el dardo desde la misma camioneta y ahí comenzaban el mismo proceso para el traslado. La siguiente estación era un corral de presuelta, ideal para que se conozcan y se aquerencien, antes de ser nuevamente liberados y monitoreados.
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Juan Cruz Minvielle Cepeda estaciona la camioneta a un costado del camino. Forma parte de la Fundación Rewilding Argentina desde hace cuatro años y vive en la estación biológica que está en la isla San Alonso; se dedica a monitorear las especies reintroducidas. A veces con la camioneta, a veces a caballo. En esa zona, la mayor parte de la tierra es agua. El terreno es arenoso. En los parches de monte, los terrenos más altos, se ven árboles de lapacho, ambay, laurel blanco, curupí. Gracias a una quema controlada reciente, relucen los brotes verdes y tiernos, los preferidos de los venados de las pampas.
La población de San Alonso alcanza los 300 ejemplares. Conviven con ciervos de los pantanos, pecaríes, carpinchos, chanchos cimarrones –una amenaza–, yaguaretés. Fauna típica del Iberá.
“Llegué a ver grupos de hasta 20 venados o más”, dice Juan Cruz, con una sonrisa. La población ya entró en la etapa de dispersión: van obteniendo información de avistajes de venados de distintos campos. En Mercedes, San Nicolás, Concepción. Hasta 100 km de distancia.
En censos posteriores a los de 2019, Solís cuenta que notaron una disminución de la población en las forestaciones y una migración hacia el sur, a campos ganaderos. Es muy reciente y lo están evaluando: “Es un proceso de dispersión que aún no terminamos de definir”. “Si fuera un colegio, los osos hormigueros y los venados ya son los egresados –dice Solís–. Crecieron y se empezaron a dispersar. Y esa es la idea”.
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