Y si es por áreas verdes, mejor
27 de mayo de 2024. Muchas investigaciones indican que una escapada a la plaza o parque del barrio, practicar senderismo por un lugar agreste o pasar un fin de semana junto a un ambiente acuático, pueden atenuar los niveles de estrés de las personas. También a disminuir la presión sanguínea y reducir el riesgo de padecer asma, alergias, diabetes, enfermedades cardiovasculares, mejorar la salud mental y aumentar la expectativa de vida. Todo eso en el mediano y largo plazo, pero además en lo inmediato, ese conjunto de acciones ayuda -decididamente- a pensar con más claridad y eficacia.
Simone Kühn, investigadora en el Instituto alemán Max Planck de Desarrollo Humano y directora de un reciente estudio, afirma que una de las co-variables excluidas del análisis fue la contaminación del aire, la cual es más acentuada en ambientes cerrados que en el exterior, lo que podría explicar, al menos parcialmente, los actuales resultados.
Kühn subraya como hallazgo, la remarcable plasticidad de la estructura cerebral en un periodo de tiempo relativamente corto, con consecuencias potencialmente relevantes en el comportamiento.
Precisamente, estos hallazgos podrían proporcionar una explicación a la evidencia anecdótica de que un paseo al aire libre mejora el estado de ánimo, al tiempo que ofrecen comprobación científica para justificar las llamadas “prescripciones verdes” en el tratamiento de algunos desórdenes mentales.
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En un estudio liderado por el investigador Marc G. Berman de la Universidad de Michigan, Estados Unidos, los participantes tuvieron que hacer una breve prueba de memoria y luego fueron divididos en dos grupos. El primer grupo dio un paseo por una zona llena de árboles y el otro por una calle de la ciudad.
Cuando los participantes volvieron e hicieron la prueba de memoria nuevamente, aquellos que habían caminado por el parque respondieron casi un 20 por ciento mejor que la primera vez. En cambio, los que habían caminado por la ciudad no presentaron mejoras tan consistentes.
Esto podría estar reconfirmando que los entornos naturales agregan un importante plus a los efectos benéficos del movimiento.
Caminar y pensar han hecho historia
Reconozcamos que está muy instalada en la tradición occidental la unión de paseo y pensamiento. En el famoso cuadro de Rafael ‘La Escuela de Atenas’ están representados Aristóteles y Platón caminando rodeados de personajes como Hipatia, Sócrates, Parménides y Heráclito. Lo que hacía el filósofo era pasear por el jardín (el peripatos) de su escuela denominada “el Liceo” – creada en el año 335 a.C. – mientras iba hablándole a sus discípulos. De allí surgió la corriente filosófica de los peripatéticos – tan mencionada en la serie española Merlí – .
Pero hubo otros personajes de la historia, recordados también por su gran actividad intelectual durante largas y frecuentes caminatas.
Charles Darwin es un caso emblemático; sus teorías, reflexiones y hallazgos no surgen en su estudio sino al aire libre, en un camino en forma de D minúscula, ubicado en los límites de su propiedad y con una extensión de 800 metros. Darwin lo llamó el Paseo de la Arena.
Hoy en día, se lo conoce como el camino del pensamiento de Darwin.
Janet Browne, autora de una biografía de Darwin en dos volúmenes, escribió: “Como hombre de negocios, amontonaba un montículo de pedernales en la curva del camino y tiraba uno cada vez que pasaba para asegurarse de hacer un número predeterminado de vueltas sin tener que interrumpir su línea de pensamiento”.
Darwin dio la vuelta al Paseo de la Arena mientras desarrollaba su teoría de la evolución por medio de la selección natural.
También caminó para reflexionar sobre el mecanismo de movimiento de las plantas trepadoras; lo mismo hizo mientras desarrollaba su teoría de la selección sexual y también mientras acumulaba la evidencia de la ascendencia humana. Caminar era un requisito casi indispensable para la iluminación del cerebro de Darwin.
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Por su parte, el filósofo francés Jean Jacques Rousseau, dijo una vez: “Hay algo en caminar que estimula y anima mis pensamientos. Cuando me quedo en un lugar casi no puedo pensar en nada; mi cuerpo tiene que estar en movimiento para poner mi mente en marcha“.
Los paseos de Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau por los bosques de Nueva Inglaterra inspiraron sus escritos, incluido “Walking”, el tratado de Thoreau sobre el tema de la caminata.
John Muir, Jonathan Swift, Immanuel Kant, Beethoven y Friedrich Nietzsche eran caminantes obsesivos.
Nietzsche, que caminaba con su cuaderno todos los días entre las 11 de la mañana y la 1 de la tarde, dijo: “Todos los pensamientos verdaderamente grandes se conciben caminando“. Más recientemente, otro famoso adherente a las caminatas fue el hombre de “la manzana mordida”. Los paseos rumiantes se convirtieron en una parte importante del proceso creativo de Steve Jobs, cofundador de Apple.
¿Realmente caminar nos ayuda a pensar?
Michelle Voss, profesora de psicología de la Universidad de Iowa, estudió los efectos de caminar en la conectividad cerebral. Reclutó a 65 voluntarios de entre 55 y 80 años y tomó imágenes de sus cerebros en una máquina de resonancia magnética. Durante el año siguiente, la mitad de sus voluntarios realizaron caminatas de 40 minutos tres veces por semana, mientras los otros participantes seguían haciendo su vida habitual.
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Después de un año, Voss volvió a colocar a todos en la máquina de resonancia magnética y volvió a tomar imágenes de sus cerebros. No había sucedido mucho con el grupo de control, pero los caminantes habían mejorado significativamente la conectividad en regiones del cerebro que juegan un papel importante en nuestra capacidad para pensar creativamente.
Efectivamente, caminar cambia nuestro cerebro e impacta no solo en la creatividad, sino también en nuestra memoria.
En 2004, Jennifer Weuve, de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Boston, estudió la relación entre caminar y el deterioro cognitivo en 18.766 mujeres de entre 70 y 81 años.
Su equipo les pidió que nombraran tantos animales como pudieran en un minuto. Aquellos que caminaban regularmente recordaron muchas más especies que las mujeres que tenían menos movilidad.
A continuación, Weuve leyó una serie de números y pidió a las mujeres que los repitieran en orden inverso. Los que caminaban regularmente realizaron la tarea mucho mejor que los que no lo hacían. Incluso se detectó que caminar tan solo 90 minutos a la semana, había reducido la velocidad del deterioro de la cognición.
Por lo tanto, debido a que el deterioro cognitivo es lo que ocurre en las primeras etapas de la demencia, caminar puede ser de gran ayuda en la prevención de esa afección neurodegenerativa.
Al caminar, todo cobra importancia y todo se relativiza
Cuando empezamos a poner un pie delante del otro, y los metros van quedando a nuestras espaldas, entramos en contacto con la tierra y con el cielo y, en medio, está nuestra mente. Es entonces cuando podemos liberarnos realmente de molestias externas, es el momento en que nuestra voz interna empieza a hablar y nos permitimos escucharnos. Mientras lo hacemos, podemos darnos cuenta de muchas cosas, descubrir otras y tomar decisiones que nos permitan aceptar o descartar cursos de acción.
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El psiquiatra Fréderic Gros nos dice que, de algún modo, es entrar en contacto con nuestra parte instintiva. Así, se desprende lo artificial y queda nuestra esencia más pura. Lo que somos y lo que necesitamos.
Gracias a este ejercicio cotidiano se consigue liberar la mente y meditar con mayor profundidad sobre la realidad, y sobre nuestra propia identidad. Caminar permite depurar nuestras emociones.
¿Caminar nos ayuda realmente a pensar?
Caminar y aprender fue la fórmula que nació de la costumbre de Aristóteles de circular por la zona de jardines que se encontraba a las afueras de Atenas, donde él enseñaba. Hablaba y caminaba, se mantenía en movimiento mientras iba aleccionando a sus discípulos. El principio era simple: no hay forma de entender el mundo a menos de que se experimente en carne propia.
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Caminar promueve la actividad física: es un buen umbral para llegar al ejercicio. Pero no es sólo eso. Al estar caminando, la mente se aclara y las ideas empiezan a fluir. Tal como lo refiere Samuel Taylor Coleridge, la naturaleza derrama sus suaves influencias. Aristóteles entendía que entre tenues rayos de sol y bajo la sombra de los árboles, se producía un maridaje glorioso propicio para filosofar.
¿Pero por qué? ¿Por qué caminar nos ayuda a pensar?
Manuel Martín Loeches, Profesor titular de Psicobiología de la Universidad Complutense, tiene la respuesta que estamos esperando.
Él nos explica que “cuando paseamos, el organismo entiende que estamos realizando un ejercicio y que por tanto se necesita más oxígeno y flujo sanguíneo“. Esto enseguida repercute en el cerebro: “el hecho de que llegue más sangre al cerebro significa que llega más oxígeno y glucosa, por lo que mejora la fluidez mental“. Por el contrario, en un ejercicio aeróbico de mucha intensidad, por ejemplo, correr… el reparto de oxígeno y glucosa es más desequilibrado: los músculos necesitan y acaparan más glucosa y oxígeno que el cerebro.
Hoy la ciencia nos ha dado respuesta a esta ancestral costumbre, algo que nuestros antepasados hacían intuitivamente, pero que nosotros deberíamos hacer porque sus beneficios han sido develados y validados por la ciencia.
¡No hay excusas entonces para demorar la acción que nos permite sentirnos y decidir mejor…a caminar y pensar entonces!
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