Tras un huracán, unos monos belicosos se volvieron más amables
- El cambio fue documentado en un nuevo estudio, que desafía la imagen de los macacos Rhesus como competitivos y jerárquicos.
The New York Times
12 de julio de 2024. El huracán María causó una devastación generalizada en el Caribe, no solo para las personas, sino también para la vida silvestre. Cinco años después de la tormenta, algunos de los efectos aún persisten.
Cayo Santiago, una pequeña isla frente a la costa sureste de Puerto Rico, es un buen ejemplo. De la noche a la mañana pasó de ser un exuberante oasis selvático a un desierto de arena con árboles en su mayoría esqueléticos.
Esto supuso un gran problema para los macacos de la isla. Los monos dependen de la sombra para mantenerse frescos en el calor tropical del día, pero, al acabar con los árboles, la tormenta había hecho que ese recurso escaseara.
Los macacos Rhesus son conocidos por ser unos de los primates más pendencieros del planeta, con estrictas jerarquías sociales que se mantienen mediante la agresión y la competición. Así que lo lógico sería que se desatara una batalla campal simiesca por las pocas áreas de sombra que quedan en la isla.
Pero no fue así. En lugar de eso, los macacos hicieron algo aparentemente inexplicable: empezaron a llevarse bien.
“No era lo que esperábamos”, explicó Camille Testard, ecóloga del comportamiento y neurocientífica de la Universidad de Harvard. “En lugar de volverse más competitivos, los individuos ampliaron su red social y se volvieron menos agresivos”.
Un artículo de Testard y sus colegas, publicado en la revista Science, ofrece una explicación a este inesperado desarrollo. Descubrieron que los monos que aprendieron a compartir la sombra después de la tormenta tenían más posibilidades de sobrevivir que los que siguieron siendo pendencieros.
Los científicos han documentado numerosos casos de especies que responden a la presión ambiental con adaptaciones fisiológicas o morfológicas. Pero el nuevo estudio es uno de los primeros en sugerir que los animales también pueden responder con cambios persistentes en su comportamiento social, dijo Testard.
Ella y sus colegas aprovecharon los cerca de 12 años de datos recogidos en la Estación de Cayo Santiago, el centro de primatología más antiguo del mundo. Los investigadores introdujeron macacos Rhesus en la isla de 15 hectáreas en 1938 y los han estudiado desde entonces.
Los aproximadamente mil macacos que viven en la isla lo hacen en libertad, pero son alimentados por el personal de la estación. “El acceso a la comida no es el principal problema”, dijo Testard. “La sombra para evitar el estrés térmico sí lo es”.
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Las temperaturas diurnas en Cayo Santiago a menudo superan los 38 grados Celsius, o unos 100 grados Fahrenheit, lo que puede ser mortal para los monos varados al sol.
Después de que el huracán María acabara con la mayoría de los árboles de la isla, Testard y sus colegas esperaban que los macacos se esforzaran más en crear alianzas estrechas para poder unir fuerzas y asegurarse la sombra. Pero ocurrió “todo lo contrario”, afirmó. En su lugar, los monos se dedicaron a hacer alianzas más laxas con un mayor número de animales y, en general, se mostraron más tolerantes unos con otros.
Testard dijo que sospechaba que esto se debía a que pelearse es una actividad que consume mucha energía, genera más calor corporal y supone más peligro para los individuos que “preocuparse menos de si otro mono está a mi lado o no”.
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Durante las horas más sofocantes de la tarde, los investigadores observaron a los macacos apiñados en delgadas franjas de sombra. Pero incluso cuando las temperaturas eran menos sofocantes, los animales se reunían en grupos más grandes de lo que solían hacer antes de la tormenta, dijo Testard.
No todos los monos se subieron al tren de la paz, pero aquellos que se adhirieron a la agresividad tenían más probabilidades de pagar un alto precio. La tasa de mortalidad general de la población de macacos no varió tras el huracán. Pero los monos que mantenían relaciones más amistosas experimentaron un descenso del 42 por ciento en sus probabilidades de mortalidad, porque eran menos propensos a sufrir estrés térmico.
“Lo que ha cambiado es quién muere y por qué razón”, dijo Testard.
Noa Pinter-Wollman, ecóloga del comportamiento de la Universidad de California, campus Los Ángeles, quien no participó en la investigación, dijo que los “fascinantes” hallazgos eran “un maravilloso ejemplo de cómo ser social puede amortiguar los efectos negativos del cambio ambiental”.
Julia Fischer, bióloga del comportamiento en el Centro Alemán de Primates en Gotinga, quien tampoco participó en el trabajo, agregó que el estudio, al que calificó como “extremadamente bien hecho”, destacó la importancia de la plasticidad del comportamiento para ayudar a los animales a sobrevivir cuando su hábitat se trastorna. “A la luz del cambio climático, esto es extremadamente importante”, dijo.
El hecho de que otros animales también puedan responder a los trastornos ambientales ajustando sus normas sociales “va a depender mucho de la especie y del contexto”, dijo Testard. Sin embargo, es probable que los humanos entren en esa categoría. La gente suele unirse, por ejemplo, después de catástrofes naturales o provocadas por el humano.
Sin embargo, añadió Testard, hay límites. Si los recursos escasearan demasiado, los humanos podrían caer en una competencia violenta y distópica al estilo de Mad Max. “Existe la esperanza de que nos unamos para hacer que las cosas funcionen en lugar de pelearnos”, afirmó. “Pero eso es una gran especulación”.
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