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Y las mil y un vueltas para llegar a destino
14 de octubre de 2024. Desde hace algún tiempo Florencia realiza viajes explorando el monte junto a su pequeño hijo. Desde joven transita caminos en diferentes partes del mundo (principalmente en Argentina) con el objetivo de contar experiencias. Actualmente se dedica a la actividad de montaña y escalada que realiza junto a diferentes grupos y, otras tantas veces, con su hijo Fabrizio quien desde siempre, explora los cerros. Esta es la historia del viaje a San Francisco en la provincia de Jujuy que madre e hijo realizaron en agosto de 2024.
El plan
Junto a mi hijo Fabrizio decidimos emprender la aventura de recorrer parte de la yunga jujeña por varios motivos: porque él no conocía el norte, yo estaba empecinada con un trekking popular en la zona –“el Tilcara-Calilegua”-, porque nunca había ido a la yunga y, sobre todo, porque podíamos.
Nuestra propuesta siempre es viajar durante las vacaciones –y un poco más-, a conocer alguna zona de nuestro país. Caminar mucho, armar campamentos, escalar. Nuestro plan siempre se aleja de las caminatas que implican una tarde y vuelta al hotel. Nosotros queremos meternos de lleno en lo salvaje, con mochila al hombro, comida para algunos días y acampar en lugares solitarios. Para este viaje, la consigna había sido debatida durante algunos días y finalizó con las siguientes pautas: viaje en avión, norte, mochila para ambos y caminata de, al menos, 30 kilómetros
Fabrizio tiene 10 años y desde bebé anda transitando el monte. Al principio iba en brazos, luego de la mano (un poco a upa y otro poco a pie). A los 8 años realizó su primera travesía. Dos noches, tres días y 15 kilómetros. Siempre de la mano de papá y mamá. Al año siguiente realizó un trekking de 35 kilómetros en las sierras de San Luis. En esta oportunidad, en agosto de 2024, la propuesta era viajar solito con mamá por el norte del país y, así, emprendimos la aventura.
El viaje comenzó un viernes a las 2 de la mañana con un vuelo Buenos Aires – Salta. Aunque agotadora, esa opción era la más conveniente, y de allí a la terminal de ómnibus para comenzar nuestra aventura.
Ya en la terminal, el norte se hizo sentir -y no sólo por el clima-. El micro debía salir a las 8 de la mañana hacia San Salvador de Jujuy y allí haríamos conexión con otro. Pero al preguntar acerca del horario de llegada, me respondieron: “¿el de las 8? Siempre llega 8:30-9”. Claramente los tiempos eran otros. La segunda señal fue la respuesta del chofer del micro al consultarle, preocupada, si llegaríamos al siguiente micro. “Sí, por supuesto”, dijo, y obviamente, no llegamos.
Ante mi preocupación, la mejor opción –según afirmaban el chofer y una pasajera- era dejarnos en medio de la ruta con la recomendación de hacerle señas al micro que estábamos a punto de perder. Así, a las corridas con mochila al hombro y niño de la mano, subimos por el acceso a la autovía y vimos pasar el preciado micro sin posibilidad de alcanzarlo. Habíamos perdido el micro. Por suerte, mamá siempre tiene provisiones en la mochila. Un sándwich para cada uno y rápidamente empezamos a gestionar la solución. Aparecieron lugareños y, gracias al universo, tomaban el mismo micro. Allí conocimos a un maestro de una escuelita rural ubicada cerca de la zona a la que íbamos. Las charlas ocuparon el tiempo de espera y, en eso, empezábamos a empaparnos de la cultura de la zona.
Un nuevo micro apareció y el chofer nos recibió el pasaje vencido. El norte tiene ese quéseyo. Todo se resuelve de una manera amistosa, con otros tiempos, con otro ánimo. Ya en viaje a Libertador General San Martín –o Ledesma, para los lugareños- Fabrizio me preguntó qué es lo que más me había gustado hasta ese momento y yo respondí: “haber perdido el micro”.
Finalmente llegamos a destino y un remis nos llevó hasta San Francisco. Son dos horas por un camino que comienza en ripio y termina en la tierra rojiza de la yunga. Otra opción es tomar el colectivo que sale de Ledesma a las 8 de la mañana. El problema es que sale uno por día y únicamente a ese horario.
En el camino hay que atravesar el Parque Nacional Calilegua y los senderos de la comunidad San Francisco (explotados de forma turística por el municipio). Mirar por la ventanilla, frenar alguna que otra vez, charlar con el chofer. En la aproximación, el pueblo tiene aires de Iruya. Un pueblo en las alturas.
Desde San Francisco a San Lucas
Una vez en San Francisco fuimos directamente al hostel. La calle principal es de solo una cuadra a la que se anexa “el centro”. Este lugar está caracterizado por una plazoleta central de piedra con un gran monumento a la Pachamama. En el centro hay tres bares. Uno, a los pies de la Pacha, y dos más en la calle principal. Nosotros nos quedamos en el Hospedaje Doña Victoria que también es parte de uno de los comedores.
Al día siguiente salíamos para San Lucas (el último de los puestos del recorrido “Tilcara-Calilegua”) pero el acceso a la zona estaba cerrado. Según se cuenta, el recorrido popular llamado habitualmente “Tilcara-Calilegua” (mal llamado porque no se llega a Calilegua sino a Peña Alta) atrae cada vez más personas y los dueños de las tierras que desembocan en Peña Alta no querían ceder el paso. El camino vecinal atraviesa un segmento de su terreno y el conflicto terminó en una tranquera con candado, derribo de pircas, enfrentamientos, juez de paz y todo el condimento argentino.
“No se puede pasar por ahí” fue la sentencia. Así que, por la noche, empecé a consultar acerca de algún camino alternativo para acceder a San Lucas. Me negaba a cambiar el plan. Habíamos ido a realizar ese sendero que proponía una dificultad mayor que los trekkings de pocas horas que se encontraban en la zona. Implicaba 15 kilómetros de ida con un desnivel de 1000 metros y, en San Lucas, nos recibirían en la casa de “Doña Irene”. Era allí a donde debíamos llegar.
Tomamos la mejor decisión: ir hasta Pampichuela que quedaba a poco más de una hora en la camioneta de una familia que viajaba hacia allí. En realidad, eran muchos los que iban a Pampichuela. Ese sábado se realizaba el campeonato de fútbol femenino de Valle Grande y cada una de las localidades tenía su propio equipo. Era un gran evento que se preparaba durante todo el año. Me sorprendí al pensar que localidades como San Lucas o Alto Calilegua (lugares en medio de los cerros a los que sólo se llega caminando), tenían un equipo de fútbol femenino.
Y allí fuimos, siete en una camioneta destartalada que saltaba en cada uno de los pozos del camino. Escuchábamos música y charlábamos. El norte comenzaba a meterse en nosotros y lo disfrutábamos. Una vez en Pampichuela, vimos a las chicas jugando y luego decidimos comenzar el camino ya que llevábamos mucho retraso.
Cerca de las diez de la mañana comenzamos a caminar. El sendero se bifurca varias veces pero luego de unos 30 minutos ya no quedan dudas y el camino está delimitado hasta llegar a destino. La yunga cambia de color constantemente. Un gran puente colgante fue el condimento más vertiginoso del desafío.
Luego de superar el puente, remontamos una gran subida. Para Fabrizio esta era la nueva dificultad pero logró superar el desnivel sin problemas. Fue también la primera vez con su mochila a cuestas. Éramos solo nosotros dos y el monte. Frenábamos a descansar, a comer algo, a mirar el track en el celular. Y cantábamos. Tuvimos tiempo para aggiornar una canción que escuchábamos cuando él era más chico y que reversionamos con lo que nos ofrecía la experiencia. Decía así:
- Los exploradores van por selva
- Van descubriendo bichos y culebras
- Pajaritos nuevos y vacas grandotas
- Que rompen ramas
- Ellos los escuchan
- Ellas los observan
- Siguen explorando
- Los exploradores van por la selva
- Van descubriendo fantasmas y pies grandes
- La yunga jujeña es muy hermosa
- Tiene cosas lindas
- También tenebrosas
- Guían alternados
- Bien orientados
- Siguen explorando…
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Llegamos a San Lucas cerca de las seis de la tarde. Estábamos al límite. En la aproximación logramos ver la gran iglesia que se encuentra en el punto más alto del paraje, más allá, algunas casas. Cuando estábamos a unos metros de lo de “Doña Irene”, vimos a las primeras personas del recorrido. Eran los que venían del famoso trekking. Estaban caminando desde Tilcara. Ese recorrido tiene algo así de 60 kilómetros y, por lo tanto, implica una gran hazaña. La nuestra lo fue también. Lo notamos cuando las personas se acercaban a felicitar a Fabrizio.
Una vez en la casa, luego de sacarnos las mochilas, escucho que una voz grita mi nombre. Increíblemente, en medio de la nada misma, encontré a Darío, un gran amigo de la montaña, que venía haciendo por su cuenta el trekking largo. El gran momento mereció una cerveza y una larga charla.
En este tipo de refugios se ofrecen todas las comidas, baño y litera para pasar la noche. Allí descansamos, felices de haber logrado el primer objetivo. Yo tenía expectativas pero también temores. Viajar sola con mi hijo a lugares tan remotos me llena de incertidumbres. La atención estaba a tope y cuidaba que todo se desarrolle correctamente.
Al día siguiente habíamos decidido bajar por Peña Alta y enfrentarnos al problema. Al final todo estaba saliendo mejor de lo planificado. Sería una travesía uniendo dos puntos (al principio íbamos a subir y bajar por el mismo camino) y al día siguiente nos esperaba un nuevo sendero.
Por la mañana nos sirvieron un rico desayuno con mate cocido, pan y dulce. La gente que estaba allí descendería por Pampichuela pero quisimos arriesgarnos. El problema recién podría surgir con el paso, muy cerca de Peña Alta y confiamos en que nos dejarían pasar. Bajamos con Darío así que la novedad estaba en charlar con él y, para Fabrizio, hacerse un nuevo amigo.
El camino por esta zona tiene otro color. Más rojizo. De cornisa. Nos fuimos encontrando a varios lugareños que también descendían y hablaban acerca de la importancia de ese sendero vecinal para ellos. Nos contaban sus historias. Decían que antes se subía por Pampichuela (que es más largo y te deja en un punto menos transitado), y antes de eso, era aún más complejo.
Las historias sobre poder o no pasar, circulaban… “Que te hacen volver caminando los 15 kilómetros, que se han enfrentado a los golpes, que han derribado el empircado…”.
El sendero vecinal era relativamente reciente y la gente quería cuidarlo. Era suyo. No podía ser que esta “señora no nos deje pasar”, decían. Así pasaban las doñas con sus bolsas, los nenes en mula, todos en familia. Nos saludaban y charlaban. Ellos iban a un paso ligero. Particular. Una vez en la famosa tranquera, solo el candado estaba presente, así que decidimos aprovechar la ocasión y seguir sin preguntar.
Luego, a unos treinta minutos del bloqueo, se encuentra Peña Alta. Por el camino pasan autos y el colectivo que conecta los pueblos de Valle Grande. Al llegar, Fabrizio hizo su bailecito de alegría. El objetivo estaba cumplido.
Como había algunos autos decidimos hacer dedo (porque si la vamos a hacer, que sea completita) y rápidamente nos llevaron. En esos caminos es frecuente viajar de esta manera y puede ofrecerse algún dinero “a voluntad” a quien amablemente decidió llevarlos.
San Francisco y alrededores
Una vez en San Francisco, fuimos a otro de los alojamientos llamado Duraznillo. La familiaridad del lugar no dejaba de sorprendernos. Cuando nos sentamos a cenar, preguntamos qué había para comer, y quien nos atendía comenzó a mirar a su alrededor para ver qué tenía y poder cocinarnos algo. Así, entre algunas ideas nuestras y de ella, nos hizo un menú diferente para cada uno. Era como estar en casa. Algo así como: “tengo tres milanesas, te las puedo hacer con arroz o puedo ir a comprar un poco de papa y te las hago con papas fritas”. El norte tiene ese quéseyo
Al día siguiente teníamos planificado ir a las Termas de Jordán. Para llegar allí es obligatorio contratar a un guía habilitado. Así lo hicimos. Llovía y el modo yunga se hacía sentir. Obviamente, el guía no llegó a horario pero todo salió perfecto. Hasta la entrada a las termas se viaja en remis por poco dinero y el mismo chofer te va a buscar al finalizar el paseo.
El camino a las termas es el turístico típico con la explicación de la flora y la fauna del lugar. El sendero estaba muy resbaloso pero fue divertido. Las termas son dos piletones muy grandes de agua tibia. Son agrestes así que las algas y las piedras aportaban a la experiencia sensorial.
En las charlas conocimos que, de las flores de una planta, se pueden hacer infusiones para curar el dolor de panza o, de la corteza de un árbol, un preparado energético ideal para los días de trabajo. También conocimos al chalchalero que cantaba acompañando nuestro paso y que nos sirvió para darle sentido al nombre del grupo de música folklórica.
La vuelta fue rápida. Un poco tensionados porque a las 19 horas salía el colectivo de vuelta. Allí me enteré que, alrededor de ese horario, también salen varias combis (tres, al menos) y que, tanto el colectivo como la combi, tienen el mismo precio. Viajan los maestros y otras personas que trabajan en San Francisco pero que viven en Ledesma. Dos horas de viaje para volver a sus casas y, al día siguiente, emprender nuevamente el recorrido.
En la terminal de Ledesma saqué los pasajes a Salta. Era una novedad para mí saber que se puede ir directamente a Salta sin pasar por Jujuy. Eran las 22:30 y compré el pasaje de las 21 horas. La señorita que me atendió dijo que, como aún no había llegado, era la mejor opción y así fue.
Llegamos a Salta a medianoche y desde allí un colectivo hasta el hostel. Pensé que la SUBE iba a funcionar pero el sistema de transporte de Salta tiene su propia tarjeta. Por suerte conseguimos que nos prestaran una y llegamos, finalmente, al Prisamata, cerca de la peatonal.
Al día siguiente disfrutamos de Salta, de sus bares, de su plaza central y de sus mercados. Pasamos la tarde en el alojamiento, descansando y mirando alguna película. Fabrizio camina mucho en la montaña pero en la ciudad, solo unas cuadras.
Al día siguiente el avión nos trajo de vuelta a Buenos Aires. Fabrizio estaba increíblemente feliz. y yo lo miraba orgullosa. Ojalá no falte mucho para la próxima aventura.
Hasta pronto!!
Datos útiles
¿Cómo llegar a San Francisco? . Desde Salta hay micros directos hasta la terminal de ómnibus Libertador General San Martín (Jujuy). Desde allí se toma el colectivo a varias de las localidades de Valle Grande a las 8 de la mañana. Pasando San Francisco, siguen Valle Grande, San Lucas, Pampichuela, Valle Colorado, Santa Ana y Caspalá.
¿Dónde nos hospedamos?
- Hospedaje Doña Victoria: +5493886563015 – Tiene habitaciones con baño privado y una linda vista. Está a metros de uno de los comedores. Allí sirven el desayuno. No tiene espacio común para cocinar o calentar agua pero te ofrecen el agua sin cargo en el bar.
- Hospedaje El Duraznillo: (Javi +5493886524543) – Tiene habitaciones con baño privado. El lugar no tiene muchas comodidades pero la gente es muy amable y atenta. No tiene cocina pero hay un espacio común con pava eléctrica y una mesa en donde sirven el desayuno.
Guía de las Termas de Jordán
Matías fue nuestro guía en las Termas de Jordán. Se debe contratar con antelación (fundamentalmente en temporada alta) al +5493886564814.
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Patricio
Linda la aventura y el relato, muy bien documentada también…felicitaciones para ambos