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El Prólogo de José Ortega y Gasset al libro Veinte años de caza mayor del Conde de Yebes es un texto considerado por los cazadores como un clásico de la literatura venatoria. Pero no ha sido el único.
12 de febrero de 2025. En la literatura universal son muchas las obras donde la caza está presente, sin ser el argumento principal, y esto ocurre, por ejemplo en:
En las novelas de Wilbur Smith como «Costa Ardiente», donde te da la sensación de haber recechado un oryx con una lanza durante horas con la paciencia de un bosquimano en Namibia.
En «El último encuentro» de Sandor Marai, donde dos grandes amigos se reúnen en Hungría con una cacería como principal escenario.
En obras maestras como «El Gatopardo» de Lampedusa donde el príncipe de Salina sale a cazar perdices por las montañas de Sicilia en mano, con sus perros, mientras debaten sobre política.
En «Guerra y Paz» de Tolstoi, donde los cosacos rusos cazan lobos al galope con sus galgos borzois, en una de las cacerías más grandiosas que cabe imaginar.
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En «La caza del amor» de Nancy Mitford, en la que un lord inglés entrenaba a sus sabuesos haciéndoles seguir el rastro de sus propios nietos, aterrorizando a los parroquianos que veían aquello cuando iban a Misa, sin saber que, al alcanzar a los niños, los sabuesos se fundían en abrazos con ellos.
En «Las ratas» de Miguel Delibes, el joven y sabio «Nini», cazador de los páramos de Castilla, era admirado por todo el pueblo que llegaban a comparar sus intervenciones con las de «Jesucristo entre los doctores».
En «Por capricho de Dios» Jean d´Ormesson queda claro que no había nada tan apetecible en el castillo y tierras de Plessis le Vaudreuil como las cacerías del ciervo a caballo en los que todos participaban.
En «Esperarme» las memorias de Deborah Mitford, queda claro que no existía para ella nada más emociónate que la caza del zorro a caballo y describe todo lo que rodeaba esas cacerías con entusiasmo.
La caza en el centro de las miradas. Una nota del Libro del 80° Aniversario de AICACYP que no deberías dejar de leer.
En «La flor y nata» de Mamen Sánchez Junco, ya en la portada aparece una amazona cazando a caballo con sus perros como imagen de la excelencia en sociedad.
En «El mundo de Guermantes», aunque el pobre Proust no sabía nada de caza, en el campo y el castillo, como todas las grandes casas de campo de Europa, aparecen cuadros de cacerías en las paredes pintados por sus primeros moradores, cuelgan faisanes recién cazados por el duque, y se enorgullecen de que en sus bosques cazara el Rey Childeberto ya a principios del siglo VI.
En las «Memorias de África», de Isaak Dinesen, donde el héroe que enamora a la protagonista es cazador profesional y aparece elegantísimo.
La literatura y los cazadores, un cuento de Leonardo Killian.
En «El Quijote», declarado galguero, un capítulo entero cuenta como son invitados por unos duques generosos a una montería donde cazan un jabalí a caballo con lanzas y venablos, que es como fue la montería durante siglos hasta que luego se empezaron a usar las armas de fuego.
Por último, ha habido un libro que dicen que es el más leído de la Historia donde al principio, en el Genesis se puede leer, «sed fecundos y multiplicaos, poblad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y cuantos animales se mueven sobre la tierra». Y yo entiendo que este mandato bíblico implica que pescar, cazar o ser ganadero es algo muy bueno, y no hay que dejarse influir por los muchos contrarios que critican la caza y menosprecian a los cazadores.
En todas estas obras maestras de la Literatura, y muchísimas más, que toda la Humanidad conoce, la caza, sin ser el tema principal, es ensalzada, respetada, y admirada.
Fuente: Con textos de El Duque de Maura -Ramiro Pérez-Maura de la Peña – El Debate
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