Por qué la corrección política no salva animales
Paradójicamente, la prohibición de cazar en Africa provocó más muertes en la fauna. ¿Y si en vez de escrachar cazadores por Twitter nos dedicamos a preservar los hábitats naturales?. Artículo de Opinión de Marina Aizen para la Revista VIVA del 28 de noviembre de 2016.
Noviembre 2016. La imagen de un hombre o una mujer posando frente a un trofeo de caza nos parece bastante revulsiva. De hecho, a mí no me gusta ni medio. No sólo exuda cierto machismo, sino que la estética es espantosa. Seguro que al tipo que se para fumando un habano frente a un león muerto, le encantan también los muebles recubiertos de dorado, los angelitos pintados en la pared y las columnas jónicas en el living de su casa. Pero que personalmente no me agrade no quiere decir que la caza legal y bien regulada sea algo malo en sí. O que atente contra la conservación de las especies. Aunque les suene raro.
Quien explica esto mejor que nadie es un biólogo español, Ignacio Jiménez, cuyas credenciales de conservacionista están más que probadas: él está al frente del proyecto de reintroducción del yaguareté en los Esteros del Iberá, un plan fascinante que incluye también otros bichos que se han extinguido en la zona, algo que nunca se había ensayado en la Argentina. Ignacio es muy locuaz y muy apasionado.
Y habla como una metralleta de conceptos. Ahora está en Sudáfrica aprendiendo el modo en que se mueven grandes poblaciones de animales salvajes, como elefantes o leones, un arte que ejecutan a la perfección. Entonces, sabe tan de primera mano la influencia negativa que ha tenido en países como Zimbabwe la ola de indignación que ha producido en Occidente la caza de un sólo león: Cecil.
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A Cecil lo mató un dentista de Minnesota, que se debe haber quedado sin pacientes. Cuando su foto junto a la presa se volvió viral en Twitter, hasta le hicieron un piquete en la puerta del consultorio. También lo amenazaron. Entonces, Zimbabwe, al ver mancillada su imagen nacional a través del odontólogo, directamente prohibió la práctica. ¿Fin de la historia? ¿Se salvaron los leones de sus predadores más crueles? Resulta que no. Y eso me cuenta Ignacio.
El dice: “Esto ha generado un impacto negativo sobre la conservación de la fauna”. ¿Paradójico? No. Expliquemos. Cuando se prohíbe la caza legal y regulada en territorios que tienen fauna nativa, se está evitando que estas mismas zonas se dediquen a otras cosas. Por ejemplo, a la agricultura o la ganadería. O sea, que se limpien enormes extensiones de animales y plantas para realizar una actividad económica que le da de comer a los hombres, que es legítima.
La principal amenaza de los ecosistemas no es la caza. Ni siquiera el cambio climático, sino la desaparición del hábitat en que viven.
Por eso, los campeones del conservacionismo, como Edward O. Wilson, un famoso entomólogo norteamericano, dicen que hay que destinar hasta el 50 por ciento del territorio del mundo como santuarios para la biodiversidad con el fin de evitar lo que se llama “la sexta extinción”: la desaparición total de especies. Entonces, volviendo al razonamiento de Ignacio, la caza es útil. Le da valor a especies emblemáticas, la gente puede vivir de esa actividad, y al mismo tiempo, se preserva territorio para que haya mucha fauna.
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“Africa ha logrado darle al campo utilidad a partir de la fauna”, cuenta, vía Skype. “Desde que Zimbabwe prohibió la caza de leones, muchos colegas me dicen que los veterinarios tienen que matar ‘leones-problemas’, porque los vecinos no los quieren. Y son los leones que antes tenían valor porque eran un trofeo. Ahora no los mata nadie”.
Lo mismo ha pasado en Botswana, donde “cazaron” infraganti al rey de España, Juan Carlos, posando frente a un elefante muerto. El revuelo fue infernal. No sólo el monarca terminó abdicando. “Se perdieron miles y miles de hectáreas para la conservación”, revela.
“No mezclemos que hay que estar en contra de la caza con la conservación de fauna porque en ambos casos se ha generado un impacto negativo”, dice enfático.
Ignacio detesta que los urbanitas hablen de bienestar animal sin comprender cómo funcionan los ecosistemas. “Se creen que están ayudando a los animales, cuando lo que están promocionando es que estos animales pierdan buena parte de su hábitat que se mantenía a través de la caza. Intentar para esta actividad puede tener un efecto devastador sobre el futuro de una especie porque implica que la gente deja de dedicarle espacio a esos animales. La gente de la ciudad confunde las cosas. No sabe que los animales viven, mueren, se reproducen, o se los comen. No hay animales ni buenos ni malos, ni feos ni lindos. Es todo parte de lo mismo. Y a esa empatía por un animal hermoso, como un león o un elefante, se la disfraza por la preocupación por una especie.
La caza legal bien manejada es la mejor manera de gestionar un hábitat para un montón de especies. Me consta que la caza de trofeo -al ser muy cara- justifica económicamente que siga habiendo esos territorios y esos animales”.Es necesario aclarar que Ignacio jamás ha cazado, que no le gusta ni siente ninguna adrenalina en su cuerpo por esta actividad. Pero conoce a grandes conservacionistas que se han conectado con la naturaleza matando animales, aunque parezca paradójico.
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“La mejor población de osos en Europa son los de Eslovenia y Rumania, donde los han cazado toda la vida. Y se conserva porque la gente los caza y les da valor”, agrega Ignacio.
En la Argentina no está permitida la caza de especies nativas. Sólo de exóticas, como el ciervo colorado, con lo cual se le da valor a una especie que no tiene predador y compite con las autóctonas por el espacio y los alimentos. Por ejemplo, estos ciervos que parecen tan bonitos y pintorescos, pero que no existían en esta llanura hasta que los introdujo el hombre, están llevando a la extinción a los venados de las pampas en la zona de la Bahía de Samborombón. ¿Quién se apiada de quién ahí?
Sin embargo, esto no quiere decir que el biólogo esté a favor de que se introduzca la caza de animales nativos en la Argentina. Para eso, dice él, el país tendría que invertir mucho en regulación. “Ser, en definitiva, otro país”.
No obstante, acaso algún día podríamos aprender algo de la experiencia de los países africanos, que nos llevan años luz en esto. Y también saber que sólo con corrección política no arreglamos la naturaleza, que la agresividad no le sirve a nadie. Un ambiente sano es uno que el que tiene todas sus piezas: por empezar un gran territorio destinado a que existan y proliferen sus seres. Nosotros somos los que gozamos de todos los beneficios que nos brindan, como el agua y el aire, aunque no nos demos cuenta. Y jamás lo reconozcamos.
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