El porqué África no se agota en su extremo sur.
Por Santiago Legarre (*) para Revista Aire Libre.
Es bien sabido que Sudáfrica ofrece al viajero algunos de los mejores parques y reservas del mundo para observar la fascinante fauna africana. Es menos conocido que Kenia ofrece una alternativa harto interesante. Y este desconocimiento es particularmente cierto en nuestro país, donde África parece ser sinónimo de Sudáfrica. La finalidad de estas líneas es mostrarles a los lectores de esta revista que Kenia merece seriamente su consideración cuando se trata de planear un safari africano. Recordaré, antes de comenzar, que aquí “safari” significa “viaje”, como en el sentido etimológico original en kiswajili, la lengua común a varios de los países de África Nororiental. En Kenia, entonces, “safari” significa deambular por la sabana —no hay casi selva allí— en busca de animales por el solo gusto de verlos en su hábitat y también, en el caso de un sinfín de viajeros, de fotografiarlos.
En 2018 tuve la oportunidad de dibujar un triángulo sobre el mapa de Kenia. Ashnil es una de las empresas turísticas de safari que lo lleva a uno de la mano a tres destinos sobresalientes, muy distantes entre sí (www.ashnilhotels.com). Es posible visitarlos por separado (y de hecho yo ya lo había hecho en años anteriores), pero Ashnil ofrece al turista una experiencia única y unificada, pues se nota un sabor común en los tres destinos, dentro del cual despunta el espíritu de servicio de todas las personas involucradas. Le compartiré al lector la experiencia en el orden cronológico de mi visita.
En primer lugar, Ashnil Mara, en la Reserva Nacional de Masái Mara, a la cual volé en avión, cortesía de la magnífica empresa Safarilink, que lo lleva a uno a lugares abandonados de la suerte del asfalto. Este destino es famoso por la migración anual de los ñus —que en 2018 se demoró en razón de los cambios climáticos—. Lo más impactante, no más llegar al hotel, es su ubicación sobre el río Mara (el mismo que cruzan los ñus durante la señalada migración). Mi habitación daba directo al río y apenas abiertas las cortinas pude divisar del otro lado del agua tres hipopótamos enormes. Por la noche, se los escuchaba hacer todo tipo de ruidos. Y desde la cantina, en otra vista sobre el mismo río, observé dos enormes cocodrilos durmiendo la siesta —aunque uno nunca sabe: en cualquier momento se despiertan—.
Sin duda la experiencia más sorprendente de esta visita a Masái Mara fue la siguiente. Una mañana salimos con mi amigo David Payne y su mujer, Mitchelle, a hacer safari, en una Land Rover descapotada. David descubrió una manada de leones que intentaban cazar. No llegaban a ver que del otro lado de una foresta había un grupo de impalas. Así que allí los dejamos, luego de un rato de espera inútil. Pero cuando nos íbamos, a mí me pareció ver con mis largavistas una mancha amarilla sobre un banano que estaba unos metros atrás de la manada de leones. Así que le pedí a nuestro chofer y guía, Francis, si podía pegar la vuelta hacia allí. Por suerte, me tuvo confianza… Mientras nos acercábamos cada uno tiraba su teoría acerca de mi mancha amarilla. Mas todos le erramos. Arriba de ese árbol había ¡un león!
Evidentemente había subido la cuesta arriba del tronco desnudo de unos tres metros y allí estaba, con altura suficiente como para ver a los impalas. En eso ocurrió lo imposible, casi un desafío a la fuerza de gravedad: El león bajó por el tronco, clavado con sus garras, sin caerse, hasta que cuando estaba más o menos cerca del pasto pegó un salto. (En este momento exacto lo retrató David, como puede verse en una de las fotos que acompañan esta nota.) No salíamos de nuestro asombro, pues los leones generalmente no suben árboles; aunque lo más impactante fue verlo bajar, ya que se trataba de un ejemplar maduro y pesado, probablemente una leona, que se acercó a la manada inicial y pareció susurrarles al oído dónde se encontraban los impalas, y hacia allí fueron todos.
El segundo vértice del triángulo Ashnil consiste en Ashnil Aruba, enclavado en medio del Parque Nacional Tsavo East. Este parque se encuentra a un lado de la vía del ferrocarril, del otro lado de la cual se encuentra el de Tsavo West. Ambos son muy grandes e icónicos, vinculados al cazador Denys Finch Hatton, retratado, junto con Karen Blixen, en la película “Africa mía”.
Actualmente, se puede ir a Tsavo East en tren, y conviene hacerlo. Se trata de un nuevo ferrocarril que reemplazó al famoso “lunatic express” que unía la ciudad de Mombasa, en la costa de Kenia, con la capital de Uganda, Kampala. Gracias a la nueva obra civil, a cuatro horas de partir de Nairobi uno se encuentra en Voi (la ciudad donde cayó la avioneta de Finch Hatton, caída que le causó la muerte). Allí me esperaba Ezekiel, mi segundo guía de Ashnil, junto con Talha y Fatima, de Pakistán, que se convertirían en mis compinches de safari durante los días siguientes y, además, me regalarían una de las hermosas fotografías adjuntas.
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Tsavo East es un sitio de una gran amplitud y, de hecho, lo más impactante son sus vistas. Tiene un clima semi-desértico muy distinto al de Masái Mara y bastante parecido al de Samburu, la tercera reserva de mi triángulo keniano. De hecho, en razón de la escasez de agua hay algunas especies animales, imposibles de divisar en Masái Mara y en los demás parques, que sí ocurren en Tsavo East y en Samburu. Tres de estas especies, que se dan en estos dos lugares, son el gerenuk (conocido también como gacela-jirafa), el orix (un gran antílope gris, con cuernos largos y rectos) y el avestruz somalí (de cuello azulado).
En la Reserva Nacional de Samburu, último eslabón de mi collar Ashnil, ocurren, además de las tres especies mencionadas, la cebra de Grevy (en peligro de extinción) y la bellísima jirafa reticulada (que debe su nombre a que su lomo oscuro parece tener dibujada sobre sí una red blanca). Me alojé allí en Ashnil Samburu y, junto con mi guía Shukri, acometí una tarea solitaria y difícil: buscar leopardos.
En primer lugar, aclaro que la Reserva de Samburu es el mejor lugar de Kenia (y tal vez del mundo) para encontrar al leopardo que es, sin duda, el animal más difícil de ver y, en mi caso (como en el de tantos) el favorito. También debo aclarar que, si en general en el safari la suerte juega un rol decisivo, cuando se trata de este bicho esquivo y tímido ni qué decir. Tercero, es muy arriesgado ponerle todas las fichas a un objetivo pues uno tiene la posibilidad cierta de quedarse sin nada: para ver leopardos hay que ir por ciertos lugares y caminos por donde circulan menos la mayoría de los animales.
Hechas estas tres aclaraciones, les contaré que la búsqueda fue apasionante pero infructuosa. Aprendí mucho, sufrí bastante, la pasé bien… pero no vi al leopardo esta vez. Para colmo, una tarde, cuando ya nos habíamos dado por vencidos, a Shukri le llega una llamada de que en la rama de un árbol no muy lejano, descansaba un ejemplar de la preciada fiera. Mas cuando llegamos, justo en ese instante, había bajado para perderse en el pasto alto y nunca ya ser vista. ¡Por suerte, en visitas anteriores a esta reserva había visto varios! Acompaño una foto que lo prueba.
Una observación final, útil para los cristianos practicantes. Mediante una conversación previa con el mánager, es posible coordinar con el párroco de cada lugar la celebración de la Misa en el hotel —las Iglesias se encuentran muy lejos y separadas por caminos poco transitables—. Además de la dimensión religiosa, se trata de una experiencia cultural llamativa, pues suele participar apasionadamente el personal del hotel, con cantos y bailes autóctonos de gran belleza.
* Autor del libro Un profesor suelto en África
salegarre@yahoo.com
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