Un cuento de Leonardo Killian
Llegaba cansado. Un día agotador y el subte repleto, la verdad no estaba con mi mejor humor.
Te llamó Willy – dijo mi mujer mientras me daba un beso de bienvenida y despedida a la vez.
…Me voy con las chicas al teatro, ahí te dejé un poco pizza en el horno.
Me saqué los zapatos, puse la tele y lo llamé a Willy aunque me imaginé lo que me iba a decir.
Después de los saludos y las preguntas obligadas sobre la familia y los chicos fue directo al asunto
_ Mariano, necesito que te vengas con los muchachos. Aprovechá el fin de semana largo y venite para acá. Los chanchos me están haciendo un desastre en el campo. Ya van cinco crías que me matan.
– Willy, ahora llamo a los otros mosqueteros y si no pasa nada raro, mañana estamos por allá.
Llamé a Charly y a Fernando y por supuesto, en un rato estábamos arreglando el viajecito, las compras, etc.
_ Vamos con mi camioneta _ dijo Fernando _ que se moría de ganas de estrenar la cuatro por cuatro en el campo y además, por “estar tres días sin la bruja”, agregó…
– Yo llevo la birra – dijo Charly – la última vez que te ocupaste vos trajiste kerosén – agregó sin piedad.
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A las cinco en punto de la mañana me pasaron a buscar. Traían cerveza como para un regimiento de irlandeses.
Yo llevaba un Tika flamante. 7 milímetros puntas de 180grs y una mira de 12 aumentos que había comprado en Lavalle y estaba sin estrenar.
Fernando traía dos fusiles. El de siempre, calibre 308 y uno nuevo 30-06.
Charly, como siempre, no se despegaba del Máuser de caballería que había sido de su abuelo. Es mas corto que el de infantería y aunque todos le insistimos que ya está para el museo, el tipo lo cuida y lo trata como a una mina.
La música la ponía yo, unos CD de Credence que cantamos durante el viaje.
Paramos una sola vez para tomar un café con medialunas, ir al baño y a eso del mediodía ya estábamos llegando.
Willy saludó a los muchachos y nos agradeció la gauchada.
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Los chanchos son mas grandes que el jabalí. Es una plaga en toda la provincia y venir a cazar, para nosotros es una aventura y para esta gente una bendición. Le matan las crías de las vacas además de joder la pastura.
_ Nos vemos el domingo a la noche con el asado – prometió. Y ahí nomás nos mandamos.
Armamos las carpas, comimos algo y esperamos que caiga el sol.
Se puede cazar al rececho, como Fernando, que ya le había puesto el ojo a un caldén para apostarse, aunque a Charly y a mi nos gustó siempre la caminata y el acecho.
Tiene otro encanto.
Hay que saber caminar. Nunca muy erguido, tratando de no pisar ramas secas y por ahí el suelo es arenoso, con mucho yuyo espinoso y si no llevas botas o borceguíes terminas cortado.
Al final, decidimos que los tres saldríamos a caminar apenas bajara el sol que es cuando los chanchos toman confianza y salen al descampado.
Después de matear un rato largo nos pegó la modorra y nos tiramos a dormir una siestita. El viaje nos había molido.
Me despertó el ruido de un aleteo.
Muy fuerte.
Salí de la carpa con el fusil y ya estaba oscureciendo. Una luna llena lo iluminó en un destello y sin pensar, cargué y le disparé.
No se lo que era, pero la tentación era demasiado grande, tan grande como el bicho que pasó volando y que se vino abajo como un avión.
Estaría como a unos cincuenta metros, en un montecito de sauces y tuve que usar la linterna para verlo porque ya estaba muy oscuro.
El lenguaje humano es limitado.
¿Cómo describir lo que no se puede ni imaginar? No tenía color ¿Puede haber algo sin color, sin ser transparente?
Calculé que mediría unos tres metros de largo y estaba jadeando. La bala le había perforado un ala y supongo que también alguna parte del cuerpo.
Quedé petrificado. Ni siquiera me atreví a gritar, a llamar a los muchachos que seguramente dormían y ni habrían escuchado el balazo.
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Aunque las facciones eran humanas, no podría decir a que se parecía. Insisto en que el lenguaje no alcanza para describir lo que no existe. Lo que no sabemos que existe.
Me miró resignado y en un susurro me dijo algo que no entendí. No tenía idea de que me decía, en que lengua hablaba.
¿Cuál es el idioma de los ángeles?
Me hizo señas mientras hablaba. La luz de la linterna lo enceguecía.
Con la luna, ahora alta y este cielo estrellado, sin nubes, ni las luces de la ciudad que le quitan brillo, fue suficiente para ver como se reponía, como se alzaba, como intentaba una y otra vez hasta que alzó vuelo. Primero en círculos, cada vez mas lejos del suelo para después alzarse con todas sus fuerzas y perderse en la noche de la pampa.
Volví a encender la linterna y ahí estaba. Una pluma enorme, como de cóndor, algo chamuscada que recogí y guardé en la campera.
– ¿Dónde te habías metido?- me dijo Fernando.
Charly seguía roncando.
– Nada. Salí a ver la luna y caminar un rato…
– Escuché un tiro – me dijo.
– Si. Vi a un chancho como a cien metros pero no le di…
No recuerdo muy bien como pasamos esa noche y los dos días siguientes.
Las bromas, la cacería, la aventura compartida con los amigos de siempre y el domingo a la noche, el asado de despedida con Willy y su familia.
Nos quedamos con el mas grande. Un chancho que pesaría unos ciento cincuenta kilos.
Charly que es el mas experto lo destripó y a los pocos días ya eran mas de cien embutidos. Un amigo que vive por Mataderos y hace chacinados los prepara de gloria.
No se lo conté a nadie.
Ni a Susy le conté.
Pero la pluma, enorme y sin color, algo chamuscada, está enterrada en el fondo. En el jardín de casa.
Donde juegan los pibes.
Donde está el pinito que, cuando llega Navidad, lo cargamos con lucecitas y angelitos. Unos angelitos de plástico vestidos de blanco.
¿Quién me va a creer que bajé uno de un balazo?
(*) Leonardo Killian en Profesor de Historia y personal del CONICET en el Instituto de Arqueología de la UBA. Practica arquería. Tiene tres campeonatos nacionales de FATARCO y tres de la AATA.
Escribió las novelas “La sombra del general” y “La Hermandad del Arco” y dos libros de cuentos “El gato canoso” y “Cuentos y anticuentos” y editó junto al Dr.Hector Cirigliano “El Camino del Arco”
email: elgatocanoso@yahoo.com.ar
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