A partir de la difusión de las películas Los juegos del hambre, cada vez más jóvenes practican el deporte. La disciplina aporta beneficios a la salud y en algunos lugares se duplicaron las inscripciones. Por Gustavo Sarmiento para Tiempo Argentino.
Es viernes a la tarde y dos niñas adolescentes ingresan en una sala de cine del barrio porteño de Belgrano para ver la flamante edición de la saga Los juegos del hambre llamada Sinsajo-El final.
Salen hablando de “rebeldía” y “revolution”. A idéntica hora, en un club de Palermo, un par de chicos de mismas edades practican con arco y flecha. Parecen dos situaciones sin hilo conductor, pero resulta que a raíz de este tipo de películas –sumado a beneficios saludables que otorga la disciplina, y a la difusión en juegos olímpicos–, se vive un auge de la arquería en la Argentina. En algunas escuelas duplican la cantidad de alumnos que tenían en 2010.
En la película, de ambiente posapocalíptico con reminiscencias mitológicas, Katniss (Jennifer Lawrence) es una famosa arquera que lucha por sobrevivir en juegos organizados por un Estado totalitario. “Al principio sucede que son atraídos por juegos de troll, y películas como Los Juegos del Hambre, Valiente y El Señor de los Anillos. Pero una cosa es la ficción, y otra la realidad con la que se encuentran.
Aquí perciben que es un espacio de contención, donde trabajan con armas y deben seguir determinados protocolos de comportamiento, además de capacitarse continuamente. Lo primero es tomar conciencia de lo que se está usando y aprender cómo tirar”, le explica a Tiempo Argentino José Vildoza, instructor de la Escuela de Tiro Otendor, en Vicente López (Avenida Libertador 1031), de donde salieron cuatro campeones nacionales.
“En los últimos cinco años explotaron los clubes y escuelas. Y sobre todo el público femenino, que hoy representa el 40%”. Cae la tarde del miércoles y en el club hay una decena de personas tirando, algunos de 18 metros, otros de 12, depende la edad y el nivel de aprendizaje. Un par de niños le apuntan a unas bombuchas colocadas en el blanco. Todos respetan las directrices de Sergio y Daniel, otros instructores. A su frase “a la línea de tiro”, se ubican todos con un pie de cada lado de la línea amarilla. Se escucha “libre” y cargan la flecha.
Primero, postura firme de costado al punto de tiro. Luego, cabeza levantada que gira hacia el objetivo, ese centro preciado del tamaño de una moneda de 25 centavos. En el brazo que no sostiene el arco se colocan un protector para evitar el roce con la cuerda. El tirador sostiene la cuerda con tres dedos, se lleva el índice hasta la altura de la boca (algunos lo hacen de modo “olímpico” al mentón); el brazo con el arco, extendido; tensión, el otro codo hacia atrás. Y suelta la mano. Punto cúlmine hacia el éxtasis. El silencio domina la escena. Los tiradores retroceden hasta escuchar “a buscar”. La seguridad es primordial. Algunos tienen espejos para verse la técnica del disparo, primordial en este deporte. Que el arco sea una prolongación del cuerpo. Al término de la clase, todos estiran músculos.
El grupo abarca tres generaciones. Esta temporada recibieron más de 300 consultas, de las cuales quedaron un 30 por ciento. Un tercio son jóvenes, que pueden entrar a partir de los 9 años. “Hoy se ven más niños que llegan. Algunos de 6 años, por ejemplo, superinfluenciados por la tele, pero hay un tema de maduración y contención. Con un chico chiquito no hay fuerza asimétrica, y este es un deporte asimétrico y de repetición, como la natación. También sirve para casos de desviación de columna. Se los pone a tirar del lado que necesitan reforzar”, comenta Vildoza. Agrega: “A los chicos les encanta venir con sus padres, que también tenían sus películas de arco y flecha, como Robin Hood. Vienen muchos padres separados o que por coyuntura laboral no pueden tener un tiempo como este de casi dos horas para compartir una actividad con el hijo.”
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También influye lo coyuntural. Un pico de popularidad ocurrió con los Juegos Olímpicos y los Panamericanos, donde la disciplina cada vez obtiene más miradas de las cámaras. En la Escuela de Arquería (EDA), que tiene una de sus tres sedes en el Club Estrella de Maldonado, ofrecen cinco clases semanales, e incluyen la enseñanza como disciplina deportiva olímpica. Actualmente poseen 80 socios, hace cinco años eran veinte. “Hay un auge por una serie de productos culturales, como películas, series y video juegos, pero también lo que tiene que ver a nivel deportivo está creciendo en su institucionalización. Hace diez años no era demasiado atractivo”, resalta Pablo Lobo, presidente de la EDA.
Fortalecer la tonicidad muscular y hasta rehabilitar personas con condiciones cardíacas, son otras bondades enumeradas. “La flecha realmente vuela, es muy estética. Recuerdo la primera vez que tiré, y sigo sintiendo la misma sensibilidad”, agrega Lobo. “El deporte –dice- no es cuestión de puntería, sino de técnica. Cualquiera puede practicarlo. La clave es no estar tenso.”
“En los últimos cinco años explotaron los clubes y escuelas. Y sobre todo el público femenino, que hoy representa el 40 por ciento. Con Sinsajo hubo un público adolescente que llegó al club, un par hasta tenían la insignia de la película”, resalta Iván Buccellato, de El Halcón Peregrino, ubicado en Godoy Cruz 1731, que ya tiene un homónimo en Colonia, Uruguay, fundado por un ex alumno. En 2010, su sede de Palermo tenía 30 alumnos, hoy superan los 50. Varios llegan por lo medieval, gracias a las participaciones de El Halcón en ferias de ese tipo. “Vienen de la mano de la ilusión fantástica, romántica o filosófica que tiene el tiro con arco”, apunta Buccellato.
Herencia de padres a hijos
Que cada vez hay más padres que practican arquería con sus hijos ya dejó de ser un hecho aislado. Entre los doce que tiran un miércoles a la tarde en el club Otendor, hay tres duplas. Una es la de Julián García (43) y su hija Juliana, de 12 años, que arrancó hace cinco meses. “Vi Los Juegos del Hambre y Valiente, y me gustó la arquería”, cuenta ella. La inquietud llevó a que el padre la acerque al club. Y a los dos meses, de tanto mirar cómo otros tiraban, Julián decidió sumarse.
Dice: “Me lo tomé como un pasatiempo, una manera de distenderme y romper con la rutina, y además es compartir un tiempo con tu hija saliendo de casa.”
¿Diferencias entre ficción y realidad? Muchas, dice Juliana: “No es tirar nada más, están los protectores en los brazos y los dedos, que eso no los usan los personajes de las películas”.
A unos metros están Guillermo (56, odontólogo) y Julián Benedetto (11), del barrio de Belgrano. Llegaron en febrero por inquietud del padre, sumado a películas vistas por el hijo (“aunque la postura es mucho más difícil de lo que veía en la tele”). Guillermo había leído tiempo atrás “El arte del zen en el tiro con arco” y quedó atraído por la disciplina: “Es una actividad terapéutica, relajás la mente”. Al cabo de apenas 8 meses, su chico ya compite en eventos interescolares.
Los juegos del hambre, en el cine
Proveniente de una trilogía de libros homónima, Los Juegos del Hambre está narrada desde la perspectiva de Katniss Everdeen, una joven de 16 años que reside en el Distrito 12, la región más pobre de Panem, una nación norteamericana postapocalíptica, que cada año organiza un evento donde dos jóvenes de 12 a 18 años, hombre y mujer respectivamente deben luchar a muerte para ganar el juego mientras son observados en televisión nacional. También se inspira en algunos relatos de la mitología griega, como el mito de Teseo quien cada nueve años mandaba a un grupo de jóvenes a un laberinto para luchar contra el Minotauro. En 2012 se estrenó la primera película y recaudó casi 700 millones de dólares.
Jennifer Lawrence entrenó con la arquera olímpica Khatuna Lorig, para las escenas de tiro con arco, es decir cada tiro que ella realiza es real, Lawrence confiesa tener una relación de amor-odio con la arquería.
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