El OSDE Cruce Tandilia 2015: Reto al destino
Más de 1500 corredores nos dimos cita en la quinta edición de este tradicional evento organizado por Kumbre – Tandil Aventura. Por: Magda Tagtachian / mtagtachian@gmail.com
El segundo día de carrera entendí por qué la llaman Reto al Precámbrico. Después de 48 horas de trepadas, sorteando piedras y térmicas al rojo vivo es imposible regresar igual. El Cruce Osde Tandilia fue una prueba intensa, emotiva y llena de sorpresas.
El primer descubrimiento fue el sábado y resultaron ser los olores. No sabía que podía darme un shock de menta, manzanilla y eucalipto sin necesidad de encender alguna velita aromática o sahumerio. Mientras corría sentía que mis pulmones nacían de nuevo y se pintaban de verde. Volaba y pisaba las hojas doradas de eucalipto, todavía con resto para sonreír y agradecer la sombra que proyectaban los árboles inmensos. La cosa se puso severa cuando avanzamos algunos kilómetros y apareció el descampado. Espinas, cardos y solazo que se nos partía en la coronilla.
Así y todo, el punto crítico llegó en la infinita trepada del domingo. Muchos pegan la vuelta en este lugar, lo supe horas después. Rocas y sol. Yuyos y más matas. La sierra que no termina. Atrás habían quedado las magníficas vistas del dique, que atravesamos a la carrera y eufóricos todavía. Público y vecinos nos aplaudían y saludaban a los 1.500 desquiciados que enfilábamos para meternos en el Precámbrico en calza y zapatillas.
La cosa se tornó espesa cuando estaba por la mitad de la subida. Con más de 37 grados, tuve -por primera vez en una carrera- un principio de golpe de calor. Redoblé hidratación y repuse glucosa. Creo que hasta dentro de un buen tiempo, no quiero volver a probar las clásicas gomitas que llevamos para “pichicatearnos” los runners, ni brindar con las bebidas ricas en minerales que tomamos como elixir en la previa.
Me senté tranquila en la roca para recuperar la respiración. Sentía la cara como un fuego y me latía la cabeza. Alguien alrededor deslizó la posibilidad de que abandonara. Me incorporé de un salto y quedó en claro que por nada del mundo pensaba perderme la parte de Geografía que más me gustaba del secundario. Las eras geológicas que con tanta pasión nos enseñó Margarita Giró en el Lenguas Vivas. Estaba ahora corriendo sobre esa maravillosa formación que permanece majestuosa e intacta como hace 500 millones de años. Una chica que estaba a punto de abandonar, me vio en el piso y me dejó su botella de agua. Más adelante, cuando reanudé la marcha, un socorrista contaba chistes. Y en otro bosque cercano, una vecina salió a la puerta de su cabaña para “manguerear” a cualquier runner que requiriera un chorro de agua fresca (!la mayoría!).
Lo que sucede en la travesía es una cadena de favores. Postas de aliento y sonrisas que construyen el verdadero secreto en la montaña. En el tramo final de ambos días ocurrió algo genial. Los corredores más rápidos -y que cubrían el trayecto de 42K-, nos alcanzaron en el último sector a los que hacíamos 21K. Además de la alegría de compartir parte del sendero, con cada participante que nos pasaba se armaba una película distinta y la misma a la vez. Primero fue el turno del profe Marcelo Perotti, que venía entre los primeros y a las chapas, pero cuando nos cruzó tuvo tiempo de reconocernos a mi y a Tate Giuliani, mi compañero de equipo, para gritar nuestro nombre y motivarnos. Al rato también apareció entre las piedras Marcos Ferreyra, que avanzaba en el aire y gritó “Magdaaa”. Pero antes casi me choca Santiago García que, ácido como siempre, me descubrió tratando de esquivar el barro como una “lady” y me retó: “Es sólo barrooo, Magdaaa”. Y se esfumó delante a la velocidad de la luz junto a María Paula Ren, su compañera de equipo, que iba con tobillo esguinzado y bancó toda la carrera con hidalguía.
Veníamos por fin bajando por el llano y había una leve barranca, una ínfima brisa. La sensación de libertad que da correr en el medio del campo es absoluta. El aroma de los eucaliptos, menta y manzanilla volvió a inundarlo todo. Sabía que faltaba poco. Estaba dejando todo. Vinieron a mi mente los nombres de los que quiero. De quienes están lejos y desearía tener cerca. Sus gestos y señales remotas empezaron a colarse en mi cabeza.
El primer día cuando me acercaba a la meta escuchaba la música a lo lejos y mi cuerpo se puso a bailar mientras corria. Corría y bailaba. Corría y aplaudía. Sonaba un cuarteto cordobés y la película era de una alegría extrema. El plato fuerte sucedió en la llegada del día después. Quizá por el calor que había triplicado su apuesta. Quizá por el cansancio acumulado. O tal vez por la euforia del trabajo concluido o por todo junto. Iba atravesando los arcos a medida que llegaba, los amigos a los costados de la pista, no podía parar de llorar. Después de 48 horas el milagro había sucedido. Algo se había modificado adentro. Mi viaje era una fiesta. Mi corazón también.
“Encontré corriendo una maravillosa forma de no solo de hacer deporte, sino también de expresarme. Volando en mis zapas conecto mejor mente, espíritu y cabeza. Me siento libre atravesando la naturaleza y explorando cada rincón que me propone cada terreno, cada paisaje, cada circunstancia. Además trabajo como periodista, practico yoga, amo leer y viajar, y me focalizo día a día para contagiar alegría y desplegar nuestros sueños”
Impactos: 104