Pasión por la pesca con mosca.
El multipremiado cantautor argentino repite con sus hijos, una historia familiar heredada de su padre: inculcarles su amor por la pesca con mosca en el Sur argentino. Un costado poco conocido del artista que pasó de pescar tarariras en el río Reconquista, al experto en pesca de truchas en fly. Y ahora, también le apunta sus lances mosqueros al dorado y el pacú.
Por Wilmar Merino
3 de marzo de 2014. No es posible hablar de música popular en Argentina sin evocar a uno de los cantautores mas reconocidos a nivel nacional e internacional, cuya pluma y melodías han defendido las mas nobles causas humanitarias. Su fina sensibilidad, manifiesta en los versos de sus canciones y en su flamante pasión por la literatura, tienen un correlato en su hobby-pasión: la pesca deportiva.
Porque Víctor es un ferviente amante de la pesca con mosca, cuya técnica y sutileza no se cansa de elogiar. Pero como en la música y otras disciplinas artísticas, para llegar a niveles elevados de técnica y filosofía, hay que ir subiendo escalones. Y en el arte de la pesca, Heredia los fue sorteando. Atando, como a una ninfa en la morsa, su pasión por el aire libre y su sensibilidad, a una técnica que es la que mejor le cuadra a su lugar en el mundo: San Martín de los Andes, su escenario favorito para el fly cast.
– ¿Cómo te iniciaste en la pesca deportiva, Victor?
Es una pasión que tenía mi padre y que disfrutamos cada vez que teníamos vacaciones en la costa atlántica. A él le encantaba llevarme y siempre me ponía una caña en la mano. Me enseñó a armar los equipos, a cuidar el reel, a limpiarlo después de un salida. Hacíamos pesca de costa en Mar del Plata, en Necochea y Mar Chiquita. Después. Cuando las cosas no le funcionaron económicamente a mi familia, cambiamos el mar por el río y nos íbamos en una carpita al Paraná de las Palmas. Ahí nos pasábamos dos o tres días. A mis padres les encantaba el aire libre así que siempre compartíamos programas de ese tipo. Pero mi papá fue mi iniciador.
– ¿Donde transcurrió tu infancia tenías algún curso acuático a mano para pescar?
Nací en plena Capital Federal, en el barrio de Monserrat, calle Salta esquina Belgrano, justo frente a la iglesia de Nuestra Señora de Monserrat. Pero cuando yo tenía 8 años, nos mudamos a Paso del Rey. Allí estaba el río Reconquista y ahí me divertía pescando bagres, tarariras y anguilas.
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– Estas hablando de pesca en el río Reconquista, que hoy es un río muerto. Pero en aquel momento fue importante en tu infancia vinculada a la naturaleza…
Es un río muerto, sí, lamentablemente. En aquel momento ya empezaba a contaminarse. Había dos o tres curtiembres que tiraban los desechos al agua, y nos dábamos cuenta en seguida si el agua venía limpia o sucia. Por eso, había días en donde no podíamos pescar ni bañarnos. Pero cuando venía limpia era una fiesta, pescábamos y disfrutábamos de esa maravilla que es tener un río cerca.
– Pasó esa etapa de la infancia en donde alternaste un poco de pesca de río o salidas al mar cuando te ibas de vacaciones. ¿En tu adolescencia empezaste a hacer viajes de pesca o te dedicaste de lleno a la música y abandonaste el pasatiempo?.
La música ocupaba prácticamente toda mi vida, pero cuando tenía oportunidad y tiempo repetía la historia familiar. Uno repite las historias familiares. Y esta propuesta de mi viejo se ve que se hizo carne en mí y volví a repetir la historia con mis hijos. Cuando podía me iba al sur. A pescar con mosca, que es lo que me gustaba. Fui pasando varios niveles en la pesca pero cuando descubrí la mosca la abracé con pasión. Y hoy me gusta con locura. Es una pesca extraordinaria, de mucha sutileza
¿Qué persona o circunstancia influyó para dar ese salto de calidad?
Ese salto de calidad me lo hace Marcelo Illodo, que fue campeón sudamericano de pesca con mosca, un chico que vive en Villa La Angostura. Me lo recomendaron como un gran profesor de mosca y yo quería aprender seriamente a pescar con mosca. El fue un gran profesor, no solo en la técnica, sino en la filosofía del mosquero. Yo, por ejemplo, no mato una sola trucha. Si tengo ganas de comerla voy a un restaurante. En aquel momento, años 84 u 85, estuve con él varias semanas de toda una temporada instruyéndome y luego salimos a pescar al Pichi Traful y demostré que tenía capacidad, que podía tirar con el revés o esquivar los árboles. ¡¡¡Y pesqué!!! Lo más sorprendente para un novato es ver que él también puede pescar. Claro que en las salidas Marcelo se pescaba todo… Yo le decía que las tenía escondida detrás de las piedras a las truchas!.
– ¿Cuál fue la sensación que tuviste al pescar tu primera trucha?.
Fue muy fuerte, porque yo me había dado cuenta de que esto es un pasatiempo hermoso pero podía ser mucho mas divertido con un pez detrás de la línea. Y se tarda en pescar. Pero después arranqué con mucho ímpetu. Cuando estuve solo me costó, y traté de recordar todos los pasos, como que el bicho no te vea, tratar de presentar bien la mosca, y ver si en el entorno hay eclosión de determinado insecto para tratar de imitarlo con tu mosca. En fin, una enorme cantidad de cuestiones que tienen que ver con la sutileza de la técnica. Luego, la primera grande que pesqué las cobré en el río grande de Valle Hermoso, cerca de Las Leñas. Ahí pesqué una trucha de 4,5 kilos, una bestialidad.
– ¿Desde entonces tomaste por costumbre viajar al sur?.
Siempre, y no solo viajo, sino que me construí una cabaña pequeñita en San Martín de Los Andes para estar con mi familia cuando voy.
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– Fijate vos cómo la pesca puede ser motor de la reactivación económica de una zona que sufrió la tragedia de las cenizas volcánicas. Las truchas siguen allí, esperando visitantes…
¡¡¡Y con una combatividad extraordinaria!!!. Estuve pescándolas hace poco. Están gordas, con muchísima fuerza. Por eso hay que cuidar mucho ese patrimonio. Mucha gente va y depreda, no tiene conciencia. No presta atención a las indicaciones de los permisos de pesca. Es lamentable ver gente pescando con carnada haciendo spinning en lugares prohibidos y matan sin ninguna compasión. A veces están a salvo, porque no hay demasiados guardias, pero esto es una cuestión de conciencia. Por eso en algunos casos como en el lago Meliquina, se pierde un incentivo turístico extraordinario.
– ¿Llevaste tu pasión mosquera a otras especies como la tararira o el dorado?
Justamente el año pasado debuté con el dorado. Estuvimos en Itatí pescando dorados en el Paraná y también pacúes, con la misma mosca que usamos para el dorado. Lo bueno es que dimos con un guía que tiene la misma filosofía que nosotros, llamado Peto. El no te deja matar un solo bicho. Me parece extraordinario, porque la razón de su trabajo es cuidarlo. Y por otra parte, no tiene sentido comerte un doradito de dos kilos cuando dentro de la oferta del paquete que te ofrecen con la lancha, el hospedaje y las salidas guiadas también hay una gastronomía regional magnífica. Una razón más que hace que no tenga sentido matar peces.
– ¿Tuviste la oportunidad de aprovechar tus viajes al exterior para pescar?
En el exterior no pude pescar pero me hicieron ofertas de salidas en México y en Venezuela. Así que, si Dios quiere, en julio voy a México y allí intentaré pescar. En México hice un intento pero tras una hora y media de navegación, vimos que se venía una tormenta fuerte y nos tuvimos que volver.
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– Al hablar del río Reconquista, me vino a la mente tu tema Sobreviviendo. ¿No te da la sensación de que, a pesar de tanta agresión, la naturaleza te devuelve una oportunidad de reconciliación si le das una chance?.
Yo le enseño eso a mis hijos mas chicos cuando vamos a Córdoba a visitar familiares. Allí solemos ir a los ríos a hacer un picnic y ellos pescan mojarritas. Yo les pido que las pongan en un balde, las muestren si quieren y luego las devuelvan. Ellos comprenden cuando uno les explica que a ese animalito le está costando sobrevivir, sobre todo en tiempos de sequía, y no tiene sentido matarlo sin razón.
– Me hablaste de repetir las historias familiares y de que uno tiende a circular por los mismos caminos por donde pasaron sus ancestros. ¿Vos inculcaste esta pasión por la pesca a tus hijos?.
Tengo tres varones y dos mujeres. Los tres varones, Lautaro de 29, Tahiel de 20 y Camilo de 9, son mosqueros y pescadores que devuelven. Cuando hacen campamento, siempre van a pescar. El otro día Lautaro me contó compungido que en uno de sus campamentos se les habían acabado las hamburguesas, no tenían que comer y él pescó una trucha y se la comieron. Bueno, una no pasa nada, pero le dolió sacrificarla. Los tres tienen esa conciencia. Los tres buscan también el sur. Los dos grandes se van solos y el chiquito vive preguntado “¿Cuándo vamos a la casita de la montaña?”. Ves, las historias se repiten.
– ¿Con quién compartís tus salidas?
Mi pata de pesca es Juan Ader, y vamos en la lancha al Paraná o pescamos en el sur. Luego, están mis hijos, desde ya.
– ¿Te mantenés actualizado consumiendo medios de pesca deportiva?.
No compro revistas ni veo programas, pero veo mucha información por internet, eso sí.
– ¿Atás tus propias moscas?
No, no tengo paciencia para eso ni el tiempo disponible, pero mi hijo de 20 sí, y a él le encargo alguna mosca que me interesa.
– No solamente practicás la pesca con mosca sino que difundís sus bondades: hace poco te tocó prologar un libro de pesca con mosca…
Si, acabo de escribir un prólogo para otro gran amigo mosquero y profesor de pesca con mosca que es Mariano Ravizza. El sacó un libro sobre técnica de mosca y yo escribí un prólogo hablando de la razón o el porqué uno se hace pescador con mosca y disfruta de eso. Y la filosofía es maravillosa, porque la adquirís con la experiencia: uno entra a la mosca todavía con espíritu depredador. Pero cuando estás en el lago, con el agua al pecho y sentís lo que te rodea, el silencio, el sonido de los pájaros y hasta una mariposa aleteando detrás tuyo, entendés que todo eso lo tenés que cuidar. O sea, no hay ninguna otra razón por la cual vos la cual vos estás ahí. El pescado puede estar o no, eso es harina de otro costal. Pero si te toca pescar, después viene el respeto por ese bicho que tanto buscaste. De eso hablo en ese prólogo
Postales del alma: Águilas, arco iris y marrones, al pie del Filo Hua Hum
Puesto a hablar de los beneficios mentales que le brinda la pesca deportiva a éste artista atareado por múltiples compromisos, Heredia nos describe una sucesión de momentos únicos que –dice- hacen que su vida entera cobre sentido al estar inmerso en determinadas situaciones.
Dejemos que sea el mismo quien las describa en sus palabras: “Yo suelo ir a pescar al Filo Hua Hum y estoy desesperado por meter una de esas truchas marrones grandes, de cuatro o cinco kilos, que te pasan de largo, te hacen invisible, y todo lo que le tirás no existe. Son “minas difíciles” (risas). Cuando te metés ahí con el wader y el agua te llega al pecho entendés que todo eso lo tenés que querer y respetar… De golpe la cabeza se te va. Yo he visto atardeceres que, con la caña en la mano, no pude fotografiar, pero lo fotografié con la memoria… Por ejemplo, ver un arco iris, como me tocó ver, con la lluvia en la punta del lago, me ha emocionado al punto de llamar a mi mujer por radio para ver si ella estaba viendo y sintiendo lo mismo que yo.
Otra cosa increíble y divertida fue dar con unas golondrinitas nocturnas, que cuando estás pescando al ocaso, se le tiran a la mosca confundiéndola con un insecto…¡o sea que el engaño funciona también arriba del agua!. Es muy divertido. Pero el momento de mayor emoción de mi vida fue estar con mi hijo Tahiel pescando en el Filo Hua Hum, al costado de una ladera escarpada, y ver a un águila enseñándole a volar a dos pichones. En realidad, primero sentimos el grito de un pájaro y pensamos que el águila lo estaba atacando… y no, era un pichón que venía cayendo y venía el águila y le ponía el ala debajo y la estabilizaba. Y no conforme con eso, volvió al nido, empujó a otro pichón y se repitió la situación: el pichón caía gritando, el águila tranquila la dejaba caer un poco, luego se le ponía debajo y le abría el ala y le enseñaba a volar. Eso fue tremendo, no solo me pagó el viaje, sino mi vida entera. Y lo compartí con mi hijo, pescando. Esas cosas son las que puede vivir un tipo que disfruta del aire libre. Y los mosqueros las disfrutamos especialmente.
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