Un recorrido compartido desde 1939.
Artículo publicado en el libro del 80º aniversario de AICACYP.
La caza es ancestral, una actividad que está presente en el desarrollo de todas las culturas y en todas las sociedades desde el inicio de los tiempos. “Fue pues la caza la primera ocupación, el primer trabajo y oficio del hombre”, señalaba Ortega y Gasset en 1942 en su famoso prólogo al libro Veinte años de caza mayor del Conde de Yebes. Prólogo que marca un antes y un después para el cazador de raza. A 75 años de aquel prólogo, muchos ponen equivocadamente a la caza en el ojo de una controversia ambientalista y de un conservacionismo mal entendido.
Como actividad deportiva y recreativa, en la Argentina, la caza tanto menor como mayor se expandió gracias a los inmigrantes europeos que vinieron con su fusil al hombro y la pasión por esta práctica y que encontraron en nuestro país a las especies autóctonas (pumas, carpinchos, guanacos, entre otras) y a las exóticas introducidas desde principios del siglo XX (jabalíes, ciervos colorados, liebres europeas, castores, entre otras)
Durante décadas, para los argentinos ir a cazar era una actividad absolutamente habitual, un buen plan que estaba al alcance de cualquiera, y en muchos casos lo sigue siendo, sobre todo en el Interior del país. Incluso los más chicos de la familia, acompañaban la cacería con una escopeta pequeña. Las perdices y las liebres eran lo más común en la mira de un fin de semana en el campo. Por caso un censo cuantificó para 1963 en 600.000 a los cazadores de la Provincia de Buenos Aires, alcanzando al 10% de la población. Pero, los tiempos cambiaron. La caza, sobre todo la mayor, ya no es una actividad accesible como antes, y la actividad es mirada de reojo por el público que no la practica. La explosión demográfica y el avance de las áreas cultivadas completan un combo difícil para facilitar el crecimiento de la actividad.
Los buenos viejos tiempos
Entre fines de los 60 y principios de los 70, en el Tiro Federal Argentino, el sector de Caza Mayor, realizaba concursos a los que “la gente asistía masivamente”, recuerdan los memoriosos. Actualmente, no sucede. Acaso el momento más importante haya sido la incorporación de la Federación de Caza Mayor, en los ’80, porque eran muchos los cazadores que se asociaban al Tiro Federal para ir a practicar y calibrar sus armas. Y todavía estaba la influencia de los viejos inmigrantes que seguían con la tradición cazadora en su familia.
Pero si hablamos de años prósperos para este deporte, además de los mencionados, la década de los ‘90, con la ley de convertibilidad, permitió que muchos amantes de la caza pudieran viajar con mayor facilidad a conocer lugares míticos, como África. Y regresar con sus trofeos. La actividad tenía pujanza y existían varias publicaciones dedicadas a este deporte.
Contradicciones
En las últimas décadas, los discursos contrarios a la cacería ganaron terreno. Acaso para no entrar en conflicto con organismos ambientalistas que calan hondo en la sociedad, algunas provincias tomaron medidas poco razonables y, en algunos casos, prohibiendo la caza de cualquier especie. Así encontramos provincias limítrofes que con una misma población silvestre tienen diferentes reglamentaciones para una misma especie. Con protecciones que hasta resultan erróneas o insuficientes, pues se protege a una especie pero no a la que le sirve de alimento. La consecuencia es que los animales “protegidos” proliferan –como es el caso del puma- y depredan a otros que no constituyen su dieta natural.
La otra cara de la misma moneda es que el turismo cinegético se convirtió en una actividad pujante y que deja importantes dividendos. En efecto, nuestro país tiene cotos de caza con especies diseñadas -como ocurre en las cabañas de ciervos- que reproducen ejemplares apetecibles para los cazadores de todo el mundo. Son vox populi dentro del ambiente, las personalidades internacionales e integrantes de la realeza europea que vienen –en la más absoluta reserva- a cazar algún ejemplar que eligieron previamente, y pagan fortunas por tirar un solo tiro y obtener su trofeo.
Cazar y proteger
Como integrantes de AICACYP, un logro extraordinario fue la sanción de la ley nacional 22.421 sobre Conservación de la Fauna que establece la protección, conservación y aprovechamiento de la fauna silvestre. Esto es: la creación de reservas, santuarios y criaderos con fines conservacionistas, establecimientos cinegéticos con idénticos fines y cotos de caza oficiales y privados, entre otras medidas.
¿Se puede ser cazador y conservacionista al mismo tiempo? La respuesta es sí. El cazador sabe que a la fauna hay que conservarla, mejorarla y amarla. La caza, de hecho, contribuye a la existencia de especies cinegéticas. La conservación reduce los riesgos de la población, mantiene el hábitat y garantiza que las especies sean sostenibles en el tiempo. Conservar la fauna significa mantener el equilibrio, por eso los cazadores realizan una cacería de prevención y selección.
Sin embargo, la gente parecería no lograr la asociación entre la caza y la conservación, como parte de la misma actividad. Y ese es el gran desafío que tiene el sector en el presente y futuro.
Enseñar y prevenir
Cada provincia tiene su club de caza. La Pampa y Buenos Aires tienen varios centros. Aunque la mayoría se mantienen, pero no avanzan, sus socios no dejan de estar activos: colaboran con el Estado y los cotos en las reglamentaciones, leyes y disposiciones, como ocurrió con la ley nacional. Intervienen en los planes de manejo de los establecimientos de cría y recría. Y en algunos casos, dictan cursos en los mismos lugares de caza, a las personas que viven en el campo –y cazan para comer- y a los guías de diferentes actividades outdoor, sobre los temas más importantes de la actividad y la conservación de las especies. Sobre todo, para el conocimiento de aquellos animales cuya cacería está prohibida: el oso hormiguero, el yaguareté, el ciervo del pantano, el puma. También muchos cazadores vienen especialmente de Europa y Estados Unidos a cazar palomas, sobre todo las torcazas que no tienen restricciones. Otra de las actividades que genera dividendos a las provincias que las realizan.
Futuro incierto
Con el corrimiento de la frontera sojera, la deforestación, las fumigaciones, la depredación de la naturaleza por la actividad humana y el calentamiento global, se destruyeron ecosistemas con la consecuente migración de animales. Cuando el hábitat de una especie –el nicho donde está su alimento- se modifica o algún elemento extraño lo invade, el animal se muda y lo más probable es que muera, depredado, a su vez, por otro. Es lo que viene sucediendo.
Por otro lado, mientras en Estados Unidos hay registrados 14 millones de cazadores socios de Safari Club, en Sudamérica, cada día la sociedad se muestra más reacia a la caza mayor bajo un proteccionismo mal comprendido.
Quizás la clave del futuro esté en abrir la actividad educando a los más pequeños en las virtudes de una caza sustentable y la conservación de las especies. Y que los mismos cazadores sean quienes expliquen que sin caza, no hay conservación.
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Eugenio Rivademar
Un buen ejemplo de aumento de poblaciones de animales silvestres se dió en la PLANDEMIA. A la vez, el humano se acerca -por actividades agricolas, entre muchas- a sitios donde habitan especies.
Yendo al fondo del tema, se nota un gran aumento de la poblacion de jabalí (y por tanto de puma) en zonas q antes no se observaba.
En Cordoba y Entre Rios, zona de caza de aves, las poblaciones de torcazas y patos debe haber crecido enormemente, supongo.
Ni hablar de la poblacion de ciervo Axis en Misiones. O del guanaco y puma en Santa Cruz.