La raya y la sal
Colaboración del Ing. Pedro SARALEGUI – Paraná E. Ríos
Un otoño de hace varios años, navegando en piragua con mis hermanos Pablo, Alvaro y mi padre José Ignacio, llegamos a la isla Puente del lado de Santa Fe aquí, frente a Paraná. Si bien el aire estaba fresco, el agua mantenía aún el calor del verano por lo que nos tiramos al agua antes de llegar a la playa.
Ya próximos a pisar la arena, mi hermano menor Alvaro, sintió un pinchazo en su pierna derecha, a la altura del muslo y rápidamente subió a la piragua. Se observaba en el lugar donde le dolía, apenas una leve marca rosada en el lado interior de la pierna.
Pensamos en una primera instancia que había sido un bagre por lo alto del pinchazo, pero en función de cuanto iba creciendo el dolor minuto a minuto y por la expresión en el rostro de mi hermano, no nos quedó otra cosa que pensar que había sido una raya.
Recordemos que la raya solo utiliza la chuza que posee en su cola para defenderse, sobre todo cuando se la pisa y es por eso que se sugiere, al ingresar al agua en zonas de barro, arrastrar los pies.
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La raya es un animal de “punta de creciente” como se la denomina ya que al ser de poca altura, es la que primero ingresa a las zonas bajas donde el agua avanza, en búsqueda de comida.
Normalmente se la encuentra en las orillas, tratando de cazar mojarras ó mojarrines, a los que cubre con su cuerpo y dirige luego hacia su boca. Es allí, en las orillas, donde suceden la mayoría de los accidentes cuando la gente ingresa al agua sin la debida precaución de agitar los piés, efectuar golpes, etc., para ahuyentarlas. Éstas, al sentir el ruido, consideran que son animales como vacas ó caballos, que se acercan a beber y por temor a ser pisadas, se retiran.
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Volviendo al tema de la chuza de la raya, ésta es una púa ósea que posee un aserrado a ambos lados de la misma. Esta púa es maciza, NO HUECA, lo que da por tierra aquel errado pensamiento de que la raya INYECTA VENENO al hincarla.
La creencia de esto se debe a que al producir la herida con dicha púa, la sustancia exterior que recubre al animal, ingresa dentro del cuerpo de su agresor como si lo hubiera inyectado.
Esta especie de gelatina transparente que la envuelve, actúa como un ácido provocando un ardor y un dolor insoportable. Ese tipo de dolor era el que sentía mi hermano aquella tarde. Se le caían las lágrimas pero aún así, trataba de aguantar para no “amargarnos” la tarde y obligarnos a regresar luego de haber remado tanto. Haciendo caso omiso a sus pedidos de que nos quedáramos, retornamos a Paraná y lo llevamos al médico.
Fuimos al consultorio de nuestro (y de tantas familias), médico de cabecera, como lo era el emblemático y recordado Doctor Julián Obaid.
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Recuerdo muy bien que ni bien nos atendió y le comentamos el problema, sin dejar de “retarlo” a Papá (si, “retarlo” ya que no paraba de decirle: “.. vos, que siempre anduviste en el río, como no vas a saber que es lo que hay que hacer en estos casos, etc, etc.”…) se levantó de su silla, fué hacia atrás, a su casa (el consultorio estaba al frente de su casona de calle Gualeguaychú 255) y trajo el salero de su cocina.
Luego mezcló en un pequeño boul de porcelana, en el que se hacían los preparados de aquella época, agua caliente del termo que tenía sobre el escritorio, con agua fría y luego le echó sal. (Si, eso, SOLO SAL, Cloruro de Sodio). Tomó una jeringa, esas de vidrio que se esterilizaban en un hornito, y muy suavemente, y con finos y certeros chorritos de aquella tibia salmuera, comenzó a lavar la herida. La salmuera quitó aquella ardiente y quemante sustancia de la pierna de mi hermano.
En ningún momento INYECTÓ NADA, SOLO LAVÓ la herida.
Mientras lo hacía, nos contó que días antes había llegado al hospital, un pescador al que una raya le había atravesado la mano con la chuza. A este pobre hombre, lo habían traído atado a la canoa porque se quería cortar la mano él mismo con el machete, para “quitarse el dolor”. Nos contó que media hora después de haberle lavado la mano con agua tibia con sal y de haberle hecho las curaciones de rigor, el hombre dormía plácidamente en la cama del hospital.
Lo mismo sucedió con mi hermano el que, luego de ponerle un pequeño parche sobre la herida y de tomar un par de aspirinas, dormía en casa como que nada hubiera sucedido.
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Nos comentó Don Julián, que la raya posee esa secreción exterior para proteger su piel de los continuos roces de ésta contra el fondo, contra los troncos hundidos, contra las piedras, y para disuadir a sus predadores.
Esta secreción es un ÁCIDO que, cuando ingresa al cuerpo de su víctima, produce un enorme dolor. Al aplicar una SAL sobre la misma, anula su efecto y solo resta curar la herida como cualquier otra.
Aquella tarde, no solo batimos el récord de regresar remando de la isla a la costa, sino que también aprendimos esta lección la cual trato de comunicar a todos los que andamos en el río, ya que siempre estamos expuestos a estos avatares.
Esperando que no necesiten usar esta receta, me despido de Uds. no sin antes agradecer al DR. JULIÁN OBAID por todo lo que nos brindó
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