Mantenerse activo puede proteger al cerebro conforme envejece
Las actividades sencillas, como caminar, activan las células inmunitarias del cerebro que pueden ayudar a mantener la memoria alerta e incluso prevenir la enfermedad de Alzheimer. Por Gretchen Reynolds para The New York Times.
Mantenernos físicamente activos conforme envejecemos disminuye significativamente el riesgo de desarrollar demencia en el transcurso de nuestra vida, y no es necesario que el ejercicio sea prolongado. Tal vez caminar o deambular, en vez de quedarnos sentados, sea todo lo que se requiere para ayudar a fortalecer el cerebro, y un nuevo estudio con personas octogenarias de Chicago podría ayudarnos a explicar por qué.
En este estudio, en el cual se investigó con qué frecuencia se movían o se quedaban sentadas las personas mayores y luego analizaron su cerebro a profundidad después de que fallecieron, se descubrió que ciertas células inmunitarias esenciales funcionaban de manera diferente en el cerebro de las personas mayores activas en comparación con sus contemporáneos más sedentarios. Al parecer, la actividad física influía en la salud de su cerebro, en su capacidad cognitiva y en si sufrían la pérdida de memoria de la enfermedad de Alzheimer. Los hallazgos se suman a las crecientes pruebas de que, sin importar qué tan mayores seamos, cuando movemos el cuerpo, modificamos la mente.
Existen muchas pruebas científicas que indican que la actividad física hace que aumente la masa cerebral. Es común que, por ejemplo, en las personas mayores sedentarias que comienzan a caminar durante una hora la mayor parte de los días aumente el volumen del hipocampo, el centro de la memoria del cerebro, y disminuya o se revierta la reducción que, de otra manera, tiene lugar ahí con el paso de los años. También es común que las personas activas de mediana edad o mayores tengan un mejor desempeño en las pruebas de memoria y de habilidades cognitivas que las personas de la misma edad que casi nunca se ejercitan y tengan cerca de la mitad de probabilidades de que les diagnostiquen alzhéimer. Casi igual de alentador es el hecho de que las personas activas que sí llegan a desarrollar demencia, por lo general, presentan los primeros síntomas años después que las personas poco activas.
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No obstante, sigue siendo un misterio el modo exacto en que movernos reestructura nuestro cerebro, aunque los científicos han conseguido algunas pistas a partir de los experimentos realizados con animales. Por ejemplo, cuando las ratas y los ratones adultos de laboratorio se desplazan, inducen la producción de hormonas y neurotransmisores que estimulan la creación de nuevas neuronas, así como sinapsis, vasos sanguíneos y otros tejidos que conectan y alimentan a esas neuronas jóvenes.
Según los estudios, el ejercicio también disminuye o detiene el deterioro relacionado con la edad en el cerebro de los roedores en parte al fortalecer las células especializadas llamadas microglía. Poco entendida hasta hace poco, ahora se sabe que la microglía son las células inmunitarias del cerebro y las supervisoras del entorno. Vigilan cuando hay señales de que está disminuyendo la salud de las neuronas y, cuando detectan células que se están deteriorando, liberan neurotransmisores que inician una respuesta inflamatoria. En el corto plazo, la inflamación ayuda a eliminar las células con problemas y cualquier otro desecho biológico. Posteriormente, la microglía envía otros mensajes químicos que reducen la inflamación y mantienen el cerebro limpio y saludable e intacta la capacidad cognitiva del animal.
Sin embargo, en estudios recientes se ha descubierto que, a medida que los animales envejecen, su microglía puede comenzar a fallar y a iniciar una inflamación, pero sin detenerla después, lo cual hace que el cerebro esté inflamado de manera constante. Esta inflamación crónica puede matar células sanas y provocar problemas de memoria y aprendizaje, en ocasiones lo suficientemente graves como para dar origen a la versión de la enfermedad de Alzheimer en roedores.
A menos que estos animales se ejerciten. En ese caso, según las pruebas post mortem de sus tejidos, es común que, hasta la edad avanzada, el cerebro de los animales esté repleto de microglía sana y útil, que presente pocos signos de inflamación continua y que los roedores viejos conservaran la capacidad de aprender y recordar propia de la juventud.
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Pero nosotros no somos ratones y, aunque tenemos microglía, los investigadores no habían encontrado con anterioridad una manera de estudiar si el hecho de estar físicamente activos—o no— mientras envejecemos influiría en el funcionamiento interno de la microglía. Así que para este nuevo estudio, que fue publicado en noviembre en la revista Journal of Neuroscience, los científicos afiliados al Centro Médico de la Universidad Rush de Chicago, la Universidad de California, campus San Francisco, y otras instituciones, recurrieron a los datos del ambicioso proyecto Memoria y Envejecimiento de la Universidad Rush. Para ese estudio, cientos de residentes de Chicago, la mayoría de 80 y tantos años al principio, realizaron amplias pruebas anuales de cognición y memoria y, al menos durante una semana, portaron monitores para medir su actividad. Los monitores mostraron que pocos de ellos se ejercitaban de manera formal, pero unos deambulaban y caminaban mucho más que otros.
Muchos de los participantes fallecieron mientras estaba en marcha el estudio y los investigadores analizaron los tejidos cerebrales almacenados de 167 de ellos en busca de marcadores bioquímicos continuos de la actividad de la microglía. En realidad, querían investigar si se veía que la microglía de las personas había sido estimulada demasiado de manera continua durante sus últimos años y esto provocaba una inflamación cerebral o si había sido capaz de volver a disminuir su actividad cuando era preciso y atenuar, así, la inflamación. Los investigadores también buscaron marcas biológicas distintivas de la enfermedad de Alzhéimer, como las placas y las marañas características que se extienden por todo el cerebro. Luego cruzaron esta información con la de los monitores de actividad de las personas.
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Descubrieron una estrecha relación entre la actividad y la microglía sana, sobre todo en las partes del cerebro que participan en la memoria. La microglía de los ancianos más activos contenía marcadores bioquímicos que indicaban que las células sabían cómo detenerse cuando era necesario. Pero la microglía de los participantes sedentarios mostró señales de haberse quedado atascada en una sobrecarga poco saludable durante sus últimos años. Por lo general, las personas poco activas también obtuvieron las calificaciones más bajas en las pruebas de cognición.
No obstante, tal vez lo más interesante sea que estos efectos fueron mayores en las personas cuyo cerebro presentaba signos de alzhéimer cuando fallecieron, sin importar si tenían trastornos serios de memoria mientras aún estaban vivas. Si estas personas habían estado inactivas, su microglía tendía a verse bastante disfuncional y sus recuerdos tendían a ser inconsistentes. Pero si las personas deambularon con frecuencia durante los últimos años de su vida, casi siempre su microglía se veía más sana y muchas no habían sufrido una pérdida importante de memoria en sus últimos años. Es posible que su cerebro hubiera presentado señales de alzhéimer, pero su vida y su capacidad cognitiva no.
Lo que indican estos hallazgos es que la actividad física, al mantener en parte sana la microglía, podría retrasar o modificar la pérdida de memoria derivada del alzhéimer en las personas mayores, explicó Kaitlin Casaletto, profesora adjunta de Neurofisiología en el Centro de Memoria y Envejecimiento de la Universidad de California, campus San Francisco, quien encabezó el nuevo estudio.
Es alentador que, para ver estos beneficios, no fue mucha la cantidad de actividad necesaria, explicó Casaletto. Ninguno de los participantes había estado corriendo maratones en sus últimos años. Pocos se habían ejercitado de manera formal. “Pero había una relación lineal” entre cómo estaban todavía y la salud de su cerebro, señaló. “Sus resultados fueron mejores cuanto menos tiempo estuvieron sentados, más tiempo de pie y deambularon más”.
Este estudio es importante, comentó Mark Gluck, un profesor de Neurociencia en la Universidad Rutgers de Nueva Jersey que no participó en el estudio. Los hallazgos son “los primeros en usar análisis post mortem del tejido cerebral para mostrar que un marcador de inflamación en el cerebro, la activación de la microglía, parece ser el mecanismo mediante el cual la actividad física puede reducir la inflamación cerebral y ayudar a protegerse contra los daños cognitivos de la enfermedad de Alzhéimer”, explicó, aunque se necesitan más investigaciones en personas vivas.
Además, nadie cree que la microglía sea lo único del cerebro que se ve afectado con la actividad, señaló Casaletto. Comentó que la actividad física modifica muchas otras células, genes y sustancias químicas del cerebro y algunos de esos efectos podrían ser más importantes que la microglía para mantener fuerte nuestra mente. El estudio tampoco prueba que la actividad hace que la microglía funcione mejor, solo que es común que las personas activas tengan una microglía sana. Finalmente, no nos dice si nuestro cerebro obtiene más beneficios por estar activos físicamente cuando tenemos mucho menos de 80 años. Pero Casaletto, quien tiene 36 años, afirma que los resultados del estudio la impulsan a hacer ejercicio.
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