La cruzada en motorhome para tatuar a mujeres que sufrieron cáncer de mama
Diego Starópoli, el dueño de Mandinga Tattoo, vendió su casa para viajar junto a su familia. Llevan casi seis meses rodando, acaban de pasar por México y llegaron a los Estados Unidos.
“Es como una isla. Entramos en un ferry y estamos parando en lo de unos argentinos que viven en una especie de country. Ahora estoy frente a dos canchas de sóftbol y el mar. El agua es transparente. Ni bien cruzamos la primera avenida me imaginé con un local acá”. El que habla, y se refiere a Baja California, México, es Diego Starópoli (50), dueño de Mandinga Tattoo, el local de tatuajes más importante de la Argentina. Conversa con Clarín desde el motorhome en el que partió de viaje el 26 de diciembre pasado junto a Elizabeth, su mujer, y Thiago e Iván, sus hijos. El destino final es Alaska.
“Me pasó lo mismo en Ciudad de México y en Puerto Rico. En cada ciudad o país que entro me imagino una sucursal de Mandinga. Es una maldición”, agrega entre risas.
Pero el viaje no tiene como fin la búsqueda de posibles locales para futuras sucursales de Mandinga. Solo en Costa Rica, por citar un ejemplo, hizo 76 tatuajes gratuitos de areolas mamarias a mujeres que padecieron cáncer de mama. En lo que va del viaje ya superó los 300 (y contando los de Buenos Aires son un total de 2.010).
Los próximos tatuajes solidarios serán en Los Ángeles, Nueva York, Nueva Jersey y Orlando. Diego cree que en las próximas semanas se sumarán más. Y estima estar de regreso en Buenos Aires para septiembre u octubre.
Hace más de cinco meses que Diego Starópoli y su familia viajan a través del continente americano.
El proyecto se llama “Mandinga por América” y si bien el kilómetro 1 se hizo en Villa Lugano, frente al local que nació en 1993, la idea nació hace 32 años. “Lo más probable es que nuestra relación sea corta”, le aclaró Diego a Elizabeth apenas se pusieron de novios. “En cualquier momento me compro una moto y me voy de viaje a Estados Unidos”, le argumentó en uno de los banquitos del barrio Samoré, el complejo de monoblocks de Escalada y la autopista Dellepiane, donde se conocieron y vivían.
En ese entonces él trabajaba de cadete en una agencia de autos y ella estudiaba Derecho. A la par, Diego hacía sus primeros tatuajes en el baño del Mercado Central.
Crecieron juntos. Él como tatuador y organizador de una de las convenciones de tatuajes más convocantes del mundo (en La Rural llegó a vender más de 40 mil entradas por año) y ella como abogada. Desde hace unos años, Elizabeth se sumó al equipo de Mandinga. Y en la pandemia, a Diego le volvieron las ganas de viajar. No podía ser en moto, ya que ahora su idea era hacerlo en familia. Hasta ese momento solo había conocido Brasil y Uruguay (por convenciones), Estados Unidos y México. Sumando los viajes no había pasado más de 40 días fuera de la Argentina.
Ahora lleva casi seis meses de viaje. En esta fecha, ya se encontraba en San Diego, Estados Unidos. “La pandemia me generó un montón de planteos sobre cosas que teníamos pendientes. Fue ahí que le propuse a Eli hacer un viaje en familia para celebrar todas las cosas lindas que nos pasaron en estos treinta años”, le contó a Clarín el año pasado, antes de viajar. Para hacerlo vendieron una propiedad en un barrio privado y compraron un motorhome al que bautizaron “Cazador de sueños”.
La Legislatura porteña declaró al viaje de “Interés Social de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”, por iniciativa del legislador Matías López (Vamos Juntos). De Villa Lugano bajaron hasta Ushuaia y luego ingresaron a Chile. Más adelante tuvieron que regresar a la Argentina porque estaba cerrada la frontera con Perú. Recorrieron Santa Fe y Córdoba y cruzaron a Bolivia. Fue de paso. En Jujuy compraron bidones y los llenaron con 100 litros de gasoil, ya que les habían dicho que en Bolivia no le vendían combustible a los extranjeros, o se lo cobraban mucho más caro. Se abastecieron solos hasta llegar a Perú.
“Por ahí a algunos les puede parecer una locura sacrificar una propiedad por un viaje“, explica, a días de partir hacia Tijuana. “El tema es que se trata del viaje de nuestras vidas. Como nunca tuve nada, siempre me resistí a hacer locuras a cambio de vender una propiedad. Pero iba a envejecer, mi cuerpo no iba a responder, la propiedad iba a seguir ahí y me iba a dar cuenta de que no había vivido nada. Mi recomendación es que el que pueda, que lo haga. Esto me lo voy a llevar hasta el último día. Es sentirme libre. La experiencia que le queda a los chicos es increíble. Voy a escribir un libro sobre el viaje. Y no hace falta ser millonario para poder hacerlo”.
El viaje se financia gracias a las dos sucursales. Una está en Lugano y la otra en San Telmo y en total trabajan 20 tatuadores. Durante la travesía a Diego le van pidiendo otro tipo de tatuajes, comerciales, pero él dice que si se detiene a tatuar por plata se pierde de pasar sus días en playas con sus hijos. “Voy a tatuar toda la vida. En este momento de mi vida priorizo el viaje en familia y los tatuajes solidarios“, enfatiza.
Iván terminó la secundaria a fines del año pasado y Thiago estudia séptimo grado a distancia, vía internet, desde el motorhome. El peor momento del viaje fue en Cartagena, Colombia. El de mayor tensión. La única posibilidad de seguir camino hacia Panamá era subir el motorhome a un barco y viajar en avión. El problema es que les pedían entre 5 mil y 10 mil dólares. La camioneta, sin todo el equipamiento, vale 30 mil dólares.
“Los viajeros nos habían advertido que la opción más económica tenía un riesgo: que nos robaran las cosas. Entonces me fui a un hipermercado, compré una tabla de madera y la coloqué para que no pudieran pasar a la parte de la casa. Y puse cadenas. Finalmente el viaje se demoró un montón, tuvimos que alquilar un departamento en Cartagena y gastamos mucha plata, más allá de los 5 mil dólares que pagamos por el cruce de la camioneta”, recuerda Diego.
Lo mejor fue en Honduras. Era un país que no estaba dentro de la ruta. Pero los contactaron de la Embajada Argentina en ese país. Los invitaron y un contingente policial los esperó en la frontera. Les hicieron custodia hasta el hotel 5 estrellas que les asignaron. Montaron una muestra fotográfica, tatuaron a mujeres, los entrevistaron en varios noticieros y Diego dio charlas para tatuadores.
Además les enseñó a varios colegas a tatuar areolas. Así se convirtieron en “embajadores”, que seguirán haciendo lo mismo. En Panamá y en Costa Rica ocurrió algo similar. Asociaciones y ONG de víctimas de cáncer de mama les consiguieron hoteles. De esos tres países ya les prometieron que lo invitarán con todo pago en los próximos años, para tatuar a más mujeres.
“Nos hacen sentir estrellas de rock. Nos van entrevistando en los principales medios y después ven la camioneta por la ciudad y nos tocan bocina, o nos empiezan a seguir en redes por los carteles de la camioneta. Lo de los hoteles es fundamental. No es fácil encontrar un lugar para dormir tranquilos“, dice.
Es que cuando no los invitan a hoteles buscan estaciones de servicio en las que paren camioneros, le dejan una propina a los playeros y estacionan y duermen. “Ellos duermen (por Eli y los chicos). Yo duermo con un ojo abierto. Los tengo que cuidar. A veces nos tocó pasar la noche estacionados sobre una plaza”, cuenta.
Otro riesgo son las rutas. Más que nada ni bien ingresan a un país nuevo. Es que los policías los advierten y a la vez los asustan. Que los cárteles en México; que la guerrilla y los narcos en Colombia; las maras en Guatemala; la trata blanca en varios países. En Ecuador les recomendaron: “Por la ruta no hay nadie. Si ven gente que les hace señas no frenen que son fantasmas“. Pero lo que viene supera todo tipo de riesgos. Llegar a los casinos de Las Vegas, al Cañón del Colorado, hacer un tramo de la Ruta 66, vivir un partido de la NBA y otro de la NFL, disfrutar de las playas y malls de Miami. Ya habrá tiempo de volver a Lugano.
La familia no terminó el viaje pero ya tiene en mente el próximo. Será por Europa. Pero habrá que esperar a que Thiago empiece y termine la secundaria.
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