“No se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría”
Si ya han leído primero ¿Qué es la Caza? y luego ¿Por qué cazamos? ahora presentamos la Nota 3 de 5 que ha preparado Carlos Nesci para revista Aire Libre.
Con mucho respeto y responsabilidad, cumplimentando primero todos los requerimientos del saber, conociendo tanto la especie, su hábitat, costumbres y anatomía, como las características del arma a utilizar – previamente regulada en el polígono con la munición a utilizar en el campo –.
Asegurándonos dar cumplimiento a todos los requisitos establecidos por las reglamentaciones que conforman el marco legal.
Respetando las normas de seguridad y el lugar en que practicaremos la actividad cinegética, tanto como si fuese un intangible. Verificando allí que el arma ha viajado bien y efectuando disparos de prueba para constatar la correcta regulación de su sistema de puntería.
Finalmente, ejecutando el disparo a la presa sólo en el caso de tener certeza absoluta de ubicar el proyectil en sus órganos vitales. O su equivalente, no haciéndolo en el caso de no obtener una clara y definida visión de la zona a impactar. Respetando siempre la distancia en la que sabemos que nuestra arma y nosotros somos capaces de acertar con seguridad. No podemos dejar el sufrimiento del animal librado al azar, debemos proveerle una muerte limpia, sin padecimientos.
El cazador, en el acto de cazar, debe estar en un permanente estado de alerta – tal como lo está su presa – caso contrario, será siempre sorprendido por esta, sumiéndolo en el fracaso, la frustración y el desencanto.
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Hay una caza utilitaria, centrada en la captura del animal, pero hay también una caza deportiva focalizada en los procedimientos y que entiende que la captura del animal debe ser el desenlace que de darse coronará la experiencia, pero de no darse no lo frustrará, porque lo hecho hasta ese momento fue lo suficientemente atractivo y desafiante.
Si durante el lance, la muerte no se produce, puede deberse a varias razones: se erró el tiro, no se dio con el ejemplar deseado, ganó la presa al eludirlo, la presa no reunió los requisitos que impone el marco reglamentario o porque no estaba correctamente situada para ejecutar un disparo seguro.
El acto de cazar es falible, ya que se encuentra siempre sumido en una gran incertidumbre, pero la resonancia interna que le produce al hombre actual, estar en contacto con la naturaleza, practicando aquello que solían hacer sus más remotos ancestros ya lo colma de felicidad; si a esto le sumamos la obtención de la pieza – según Ortega y Gasset – alcanzará el placer.
El hombre y el animal matan por igual, pero este último lo hace solo por instinto y por lo tanto va a generar la muerte en cualquier momento y circunstancia, el hombre al tener razón, ética y moral está sometido a varios condicionamientos.
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El animal predador o el hombre sujeto a las leyes de la caza deportiva no significan ningún peligro para el equilibrio de la naturaleza y su normal desenvolvimiento, el problema está cuando liberamos al super predador, que habita en el hombre, del marco ético y moral que debe contenerlo. Así exculpado de responsabilidades, su inteligencia pierde el rumbo y se descontrola, lo cual lo transforma en depredador, un peligro para la naturaleza y la sociedad en que vive.
Si por los fenómenos de la naturaleza una especie es abundante y se la sobrecaza, esa actitud irresponsable de los cazadores generará escasez a futuro y puede ser una amenaza para la especie y el ecosistema.
La caza, como toda actividad humana está encuadrada dentro de un marco ético que discierne entre virtudes y vicios. Ortega y Gasset dice, hay un cazador bellaco, pero también hay una beatería de la caza. Esto es producto de la existencia de distintas corrientes de pensamiento o de sentimiento. Hay un cazador desaprensivo, pero hay también – quizá hoy mayoría – gente alentada por los movimientos animalistas y el mascotismo, que no disciernen entre un animal de compañía y uno silvestre, como tampoco son conscientes de las consecuencias ambientales y para la especie de ese animal silvestre, en la medida en que la caza no esté permitida.
A partir de la atrofia progresiva de los instintos del hombre y la aparición de las primeras luces de la razón, cazar se vuelve un hecho de conciencia. Esto se traduce en controlar el número de piezas cobradas y darle chances al animal para que el lance no resulte desigual y en el caso de lograr neutralizar sus capacidades de detección brindarle una muerte limpia, sin sufrimientos, priorizando su preservación ante la duda de una ejecución poco certera.
El cazador no puede ejecutar el tiro si no está seguro de acertar en los órganos vitales. Ese renunciamiento a disparar sin certeza, con el correr del tiempo, se volverá un recuerdo grato. Lo contrario, si arriesga y falla o mal hiere, quedará como un episodio reprochable y oscuro en su conciencia. Por eso, la templanza debe gobernar el acto final, ya que nada se comparará con el placer y la paz mental de lograr abatir una pieza bien cobrada.
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Ya desde el Paleolítico aparece una relación del hombre con el animal casi mística, porque el hombre tenía como una doble visión del animal, la concreta y la idealizada. Todos los atributos de la bestia: fortaleza, velocidad, agilidad, capacidad de volar, entre otros, le eran atribuidos a una suerte de energía divina que el concebía como el espíritu del animal. Esa concepción comienza a alimentar y corporizar lo que hoy conocemos como zoolatría.
Así nace el tabú o la prohibición, la restricción. Elemento de contención de las conductas para evitar caer en excesos que puedan ofender al espíritu del animal. En la antigüedad eran los chamanes los que, a través de la interpretación de la voluntad de los espíritus, administraban el derecho a cazar, hoy la ley, la ciencia y la tecnología reemplazan el rol de los chamanes, pero aun así los animalistas quieren prohibir la caza, volviendo a la zoolatría y a los derechos animales.
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Hay cientos de anécdotas de animales peligrosos que han causado estragos en aldeas y villorrios provocando la muerte de muchos de sus pobladores, pero las ONG´s animalistas con muchos recursos económicos e influyentes relaciones han intentado tapar esto en los medios para evitar el sacrificio de los animales y eliminar cuestiones que pudiesen lesionar sus intereses. Muchas veces cuentan con el beneplácito de los medios y consiguen armar historias conmovedoras de animales sufriendo injusticias, dándoles un nombre humano, para hacerlos más cercanos y empáticos. Desviando así la atención de las audiencias y del padecimiento de las auténticas víctimas.
El hombre heredó la habilidad de cazar del antropoide, por lo tanto, el ser originario del hombre era cazador. Cuando el hombre deja de ser nómade y se establece, disminuyen todas sus capacidades físicas y las suple con su capacidad intelectual, lo que le permite crear herramientas que atenúen lo perdido. Pero, cuando el fulgor de la intelección le da supremacía absoluta sobre el animal, la razón se pone del lado del animal para equiparar las chances y el buen cazador acepta las reglas del lance.
Los animales tienen la capacidad de aprender y por lo tanto suponemos que es un gesto de inteligencia, los etólogos a esto lo llaman NOESIS. El biólogo James Fraser, dice que los animales poseen memoria y que por lo tanto tienen capacidad de aprender, facultad que difiere según las especies y las razas, no obstante, afirma que esta capacidad se da de forma más genérica que en el hombre y que, por lo tanto, no influye demasiado en el comportamiento general. Esta limitación se da porque lo hacen por prueba y error ya que no razonan. De todos modos, esa capacidad es importante para ir registrando nuevos recursos que le permitirán luego modificar conductas y sobrevivir a los cambios.
La caza en el centro de las miradas. Una nota del Libro del 80° Aniversario de AICACYP que no deberías dejar de leer.
Los animales y los hombres presienten el peligro sin que medie ninguna razón que lo justifique. A esta suerte de telepatía premonitora se la llama sexto sentido y es un elemento más al servicio de la supervivencia. La suspicacia, el estado de alerta y la inmediatez para advertir todo aquello que está fuera de lugar, forman el contexto propiciatorio para cultivar y desarrollar ese mágico sentido. La razón coordina y ordena todos estos elementos y nos ayuda a controlar los instintos y las emociones, tan siquiera de a ratos para poder manejar así esas pulsiones propias de la animalidad. Surge así claramente, entre otras cosas, el progreso de la caza y sus motivaciones. Allí es donde aparece lo psicoadquirido.
Visto desde el punto de vista concreto y utilitario, el animal era el proveedor de alimento para satisfacer las necesidades de supervivencia, pero al cazarlo el hombre temía ofender al espíritu y tener que hacerse cargo de las consecuencias, un conflicto que, con otras apariencias, perdura hasta nuestros días. Es posible que quizás por esto, emocionalmente retornamos a la zoolatría.
Al no estar obligado a comer de la caza para sobrevivir el hombre caza por el trofeo, por lo cual la caza pasa a ser razonada y selectiva, no masiva.
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Se puede criticar al hombre por matar a ciertos tipos de animales, pero los nuevos conocimientos biológicos permiten determinar científicamente cuáles son los ejemplares adecuados para darle caza y es la ética la que debe custodiar las conductas para impedir desbordes.
Esto debe ser la caza moderna. En términos evolutivos no debemos confundir individuos con especies. Por lo tanto, es responsabilidad del cazador identificar al ejemplar indicado, respetando las poblaciones de la especie y preservándolas – principalmente – para beneficio del ecosistema y – secundariamente – para el usufructo de las próximas generaciones de cazadores.
El hombre antiguo pensaba que la naturaleza les pertenecía a los dioses y creó la figura del chamán – el hombre aceta o espiritual – como un interlocutor con ellos. Así solicitaban a los dioses el permiso de esta propiedad para hacer uso de ella y poder cazar. El chamán era el propiciatorio, custodio y árbitro de la caza.
Los proto homínidos llegan a los 6 o 4 millones de años sobre el planeta. Pero el cazador del paleolítico comienza con los primeros hallazgos de la piedra tallada – 2.5 millones de años –. También sabemos que este período se cierra hace 10.000 años atrás. La cadena evolutiva del hombre es la del cazador. Comienza con los australopitecos sigue como homo habilis, homo erectus, homo sapiens y homo sapiens sapiens. El hombre comienza haciendo recolección y carroñando, luego pasa a hacer caza menor y finalmente incorpora la caza mayor.
El incremento de su inteligencia le permitió enfrentar con éxito a los grandes mamíferos y esto produce un cambio importante en su dieta lo que termina impactando fuertemente en su evolución. Muchos antropólogos y biólogos piensan que sin este tipo de dieta el hombre no habría alcanzado el nivel actual de desarrollo. El aporte de nutrientes, la gran cantidad de proteínas, la completa variedad de aminoácidos esenciales, vitaminas y minerales han permitido desarrollar músculos, cartílagos, huesos, órganos internos y fundamentalmente el cerebro, además de todos los procesos metabólicos y enzimáticos propios de la química biológica.
Evidentemente, este registro de lo acontecido tiene su correlato en la apreciación de los trofeos por parte del cazador africano. Para él no hay mejor trofeo que el animal más grande, lo que importa son los kilos de carne. La longitud y grosor de colmillos y cuernos son meras excentricidades del hombre blanco. Quizás por ese pasado, el hombre africano ha sido el más interesado y deseoso de proteína animal, así lo atestiguan los primeros cazadores blancos que convivieron con ellos.
La sucesión de razas comienza con los australopitecos y continúa con los homínidos como el homo habilis – 600 a 800 cm3 de capacidad cerebral – 2,5 millones de años con posición semi erecta. Utilizaba el chopper o garrote para machacar y cortar la carroña o cazar (como el chimpancé). El homo erectus – 750 a 1100 cm3 de capacidad cerebral – fue el primer gran cazador. Aparece en África, hace 1.6 millones de años y desapareció hace 300 mil años. Es el que más tiempo ha vivido en el planeta, lo hizo durante la era glaciar. Eso permitió que pudiera iniciar un largo periplo planetario ya que mares, ríos y lagos congelados permitían peregrinar hacia otros continentes. Por esa época África no fue afectada por la glaciarización lo que favoreció el desarrollo de la vida para múltiples especies.
Aparentemente, los orígenes de la migración están dados por la caza. Migraban los animales y detrás de ellos migraban los cazadores. Esta especie trabajó muy bien la piedra, desarrolló una gran cantidad de herramientas y comenzó a manejar el fuego, por lo tanto, fue capaz de prolongar el tiempo de actividad, iluminándose por la noche. Luego vinieron los netamente intelectivos: Homo neandertal, – 1500 cm3 de capacidad cerebral – bastante parecido al hombre, aunque con rasgos toscos. Relativamente bajo, pero muy fuerte. Era el hombre de las cavernas y del paleolítico frío, se lo recuerda también como el hombre del hielo. Fue el primero en tener pensamiento abstracto. Honraba a sus muertos y los enterraba con sus armas para que pudieran seguir cazando en otras vidas. Fueron cazadores grupales y los primeros en atreverse con los grandes mamíferos – Mamut, rinoceronte lanudo, los grandes ciervos, entre otros –. Recientes descubrimientos permiten afirmar que fue el primero en tener expresiones artísticas. Desaparecieron hace 30.000 años, de forma abrupta y misteriosa.
Homo sapiens y homo sapiens sapiens: conocido como el hombre de Cromañón es el hombre actual – 1500 cm3 de capacidad cerebral – igual a su antecesor, pero con mayor desarrollo de sus conexiones y centros cognitivos. Mayor capacidad de pensamiento abstracto y el que alcanzó el máximo dominio del fuego. Se le atribuye la invención del arco. Las partidas de caza eran más numerosas, organizadas y con funciones especializadas. Fue también pescador. Comienza a ser socialmente prestigiante enrolarse en las filas de los guerreros o los cazadores. Con los trofeos se confeccionaban joyas y elementos ornamentales que las mujeres lucían con orgullo como muestra de lo que sus maridos habían cazado.
Al utilizarse trampas, algunos animales eran recuperados vivos y en buenas condiciones físicas, lo que permitió iniciar el proceso de domesticación de los animales. Luego viene la etapa en que el hombre comienza a cazar no por su subsistencia, sino por lo que Ortega y Gasset llama: la complementación felicitaría.
El cazador es un hombre alerta y estar alerta es saber mirar. La menos musculosa de las acciones del cazador es, paradójicamente, la más importante. Mirar es dirigir la vista hacia aquellos puntos en los que presuponemos podría estar nuestra presa. El cazador sabe que no sabe lo que puede ocurrir y por lo tanto no se puede dar el lujo de presumir, sino que debe advertir lo que ocurre a su alrededor, con el mayor sigilo y economía de movimientos. Para evitar la gran tentación de la desatención universal el cazador debe estar en estado de alerta. Saber mirar brinda más chances de ver. Pero también hay que saber escuchar, hay momentos en que podemos valernos solo de este sentido, especialmente durante la noche.
El estar cazando no es solo tener un rifle colgado del hombro o trasladar un trofeo, es internarse e internalizar un contexto natural.
El rastreo fue la primera ciencia que practicó el hombre, lo hizo motivado por la caza. Cuando dejó de ser recolector y carroñero, comenzó a leer los símbolos de la naturaleza y luego a construir los propios. Por lo tanto, leyó primero y escribió después sus interpretaciones del mundo que lo rodea.
Así fue la caza evolucionando junto al desarrollo del hombre, desde los albores de la humanidad hasta nuestros días. Hoy deberíamos cazar animales viejos o adentrados en la madurez, especímenes degenerados o hembras infértiles. Este es el camino a transitar en la elección. Eso debería ser la caza moderna, sostenible y sustentable, lo demás sería retornar a viejos y conocidos vicios, hipotecando el futuro de la primera actividad del hombre.
Hasta la próxima donde les contaré ¿Por qué no quieren que cacemos?
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