El deporte de reyes que atrae turistas extranjeros y genera polémica
Este año, se volvieron a habilitar los permisos. Para algunas provincias, la práctica es una gran fuente de ingresos. Pero hay cuestionamientos de los ambientalistas e incluso de los propios cazadores. Nota publicada en los especiales de CLARIN del 9 de septiembre de 2022.
Un sábado por la mañana, en la ciudad de Coronel Suárez, a unas seis horas de la Capital Federal, Juan Manuel carga una escopeta con cartuchos en la caja de la camioneta, y comienza a alejarse de la estancia antigua en la que pasó la noche. Con un cielo nublado y una ventisca, que se hace sentir fuerte en medio de las 30 hectáreas de campo, está a punto de salir de caza después de dos años.
“A la mayoría de nosotros no nos importa cazar sino estar cazando, salir a desayunar por el campo, caminar horas, buscar el animal, hacer un ‘stop’ y preparar un asado, y volver a la búsqueda”, relata el cazador amateur.
En mayo, el Ministerio de Desarrollo Agrario bonaerense habilitó la temporada de caza deportiva en la provincia, luego de dos años limitada a causa de la pandemia de Covid-19. Gradualmente, cada una de las jurisdicciones del país comenzaron a publicar sus resoluciones que les permitieron a los cazadores volver a salir a los campos y cotos de caza con sus licencias.
Si bien se suele tratar de un tema tabú, o que no permite grises en la discusión, en Argentina la Ley 22.421 se encarga de regular la actividad y proteger la fauna a nivel nacional. Sin embargo, cada una de las 23 provincias tiene la facultad de ordenar sus propias temporadas de caza, lo que hace que los períodos de tiempo permitidos varíen de una frontera a otra, al igual que las especies o las cantidades habilitadas.
Tanto organizaciones ambientales, como cazadores experimentados coinciden en que esta diferencia en las normas y resoluciones de cada jurisdicción solo genera más dificultad para el control del tráfico de fauna y la regulación de la caza. Desde ambas partes, existe una demanda compartida para actualizar la ley vigente, centralizar la información y tener un “manejo más profesional de la fauna”.
Dónde y qué se caza
En este universo, la primera gran clasificación que tiene en cuenta la reglamentación se refiere al tamaño de los animales. Existe la caza mayor y la caza menor. En este último grupo, los animales que se pueden cazar son por lo general más pequeños que un zorro, como los conejos, perdices o palomas. Y es el tipo de caza que puede tener más adeptos, por la facilidad para encontrar las piezas y por la poca logística que requiere. El cazador que la elige suele cazar a pie y con ayuda de perros.
“La reglamentación es muy heterogénea y depende mucho de la política de cada provincia, que fija sus propias temporadas”, explica Guillermo Muttoni, director de la Cámara de la Industria del Aire Libre (AICACYP), organismo que nuclea a industrias y comerciantes relacionados con el sector de la caza y pesca de todo el país desde hace 80 años.
Las provincias donde actualmente la caza está prohibida son Jujuy, San Juan, Misiones y La Rioja. La caza menor está permitida en las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, La Pampa, Salta, Río Negro, Chaco y Tucumán. Y la caza mayor se practica en Buenos Aires, Corrientes, Chaco, La Pampa, Córdoba, Neuquén y Chubut.
“Hay temporadas de caza que se establecen teniendo en cuenta la reproducción de especies, y otras en cambio están orientadas al control de plagas. Por ejemplo, el jabalí es considerado una plaga durante todo el año. Pero a nivel nacional, no existe una coordinación real sobre este tema”, opina Muttoni.
Y ejemplifica: “En Santa Cruz funciona una legislación y en Neuquén otra; son dos provincias que forman parte de la Patagonia, pero no tienen un mismo criterio para abrir y cerrar las temporadas porque se regula por límites, y no por zonas geográficas. Esto mismo hace que en Jujuy la caza esté prohibida y en Salta, que está al lado, no”.
La caza en el centro de las miradas. Una nota del Libro del 80° Aniversario de AICACYP que no deberías dejar de leer.
Por su parte, Nestor Baldacci, secretario de la Confederación Argentina de Entidades Cinegéticas (CONAECI), explica que en los últimos años las provincias trabajaron para unificar mejor algunos criterios para el inicio y cierre de temporadas de caza menor. “Se oscila entre los meses de abril/mayo, hasta julio/agosto. Esto suele coincidir con el otoño e invierno, ya que en esa época las especies difícilmente se reproduzcan, y sus crías están crecidas y apartadas de sus progenitores”, desarrolla.
En años con intensas sequías, mucha lluvia, o en zonas donde hubo alguna catástrofe natural, las autoridades provinciales también tienen la facultad de prohibir la caza para preservar la reproducción de ciertas especies.
Este fue el caso de Corrientes, la única provincia que habilitaba anualmente la caza del carpincho. Con los incendios en los primeros meses del año se quemó más del 10% del territorio y el gobernador, Gustavo Valdés, ordenó que se cancelara cualquier actividad de caza de carpincho en todo el territorio. Sin embargo, la Dirección de Recursos Naturales habilitó la temporada mayor, y menor para otras especies.
En Misiones, provincia aledaña, está prohibida por completo la caza. Pero con los focos de incendios, muchos animales se vieron desplazados hacia allá. “Entonces, ahora en las tierras misioneras hay ciervos o jabalíes que estaban en Corrientes y, ¿qué se hace con esos animales? Hay que manejar más seriamente la fauna, con un criterio más geográfico y no de límites provinciales”, repite Muttoni.
Y compara: “Con la pesca en el Río Paraná pasa algo parecido: tiene un reglamento distinto en Entre Ríos, otro en Santa Fe y otro en Corrientes, y es siempre el mismo río. Entiendo que es un tema tabú, y que se hace difícil abordarlo con seriedad, pero el manejo de la fauna tiene que ser más equilibrado”.
La voz de un cazador
“Creo que la caza tiende a desaparecer porque no se está practicando, ni regulando, como corresponde”, opina Claudio Ferrer, un cazador con 52 años de experiencia en los campos. Y sigue: “Yo tengo un reglamento de 1919 en donde se prohibía la caza de perdiz colorada porque había pocas; hoy hay lugares donde abunda y debería habilitarse una o dos unidades para cazar. La legislación quedó dormida hace 103 años”.
La primera vez que Claudio cazó un animal fue a los 13 años en el fondo de su casa, en Avellaneda. “Los tiempos eran otros, no había tablets ni celulares. Yo jugaba con un rifle de aire comprimido y nunca le pegaba a nada. El día que maté el primer pájaro mi abuela me dijo ‘Vení’: me lo hizo pelar, cocinar y comerlo. Y me dio la primera lección de mi vida: Nunca mates nada que no te vayas a comer. De ahí en adelante, todo lo que cace, sea perdices, liebres, ciervos o lo que sea, siempre fue para cocinar”, recuerda Claudio.
“Muchos no lo ven como un deporte, pero cuando uno caza se vuelve a su estado más primitivo porque se recuperan todos los sentidos, hay que caminar sin hacer ruido, ni pisar hojas, y estar pendiente que no te cambie el viento. A mí me apasiona vencer todo eso. Cuando voy a cazar con amigos que nunca fueron y llegamos al lugar donde está la presa, siempre dejó disparar al otro, porque en teoría yo ya lo cacé, apretar o no el gatillo, no me cambia nada. Pero esto es una postura muy personal”.
En una jornada habitual, la caza mayor es la que presenta más obstáculos para los cazadores, ya que por lo general, permanecen solos durante varias horas en un monte extenso o un campo, que muchas veces desconocen, esperando que aparezca el animal para poder disparar. Para Claudio, ese momento significa “vencer todas las defensas y sentidos del animal: la vista, el oído y el olfato, es como hacerse invisible”.
Más allá de las experiencias de contacto con la naturaleza que cuenta Ferrer, también existe un universo de cazadores que atrapan y matan animales por estatus, debido a la existencia de clubes que ponderan los récords y los tamaños de los animales que se cazan. “Muchos ni se preocupan por la carne que dejan tirada. Yo me peleé con varios clubes porque lo que hacen es eliminar los buenos reproductores”, explica Claudio.
Y agrega: “Mi teoría de la caza es cumplir lo que diga la naturaleza. Muchos de los animales de caza mayor no son nativos de Argentina, son europeos, y en Europa tenían depredadores que acá no hay. Entonces, me parece que lo más lógico sería eliminar al defectuoso o herido, no al gran bicho para tener una medalla récord, que podría haber sido un gran reproductor. Ese el ego de las personas”.
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Además de recorrer medio país practicando la cacería, Claudio también viajó al sur de España, Namibia y Sudáfrica: “La caza en esos lugares está mucho más organizada, pero también es más comercial, por lo que pierde un poco su esencia. Siempre tiene que haber un guía al lado tuyo. Por un lado está bien, porque estás caminando por un campo y te aparece un león, y alguien tiene que hacerse responsable”.
“Vamos todo en auto, si alguien ve un animal que quiere cazar, paramos, nos ponen el trípode. Acá podes tener la duda de que el animal sea o no un encierro, allá no. Tenés miles de hectáreas de animales libres”, agrega.
El perfil de los cazadores
En los últimos años, la “agenda verde” tomó cada vez más protagonismo en el escenario político y social, en gran medida impulsada por las generaciones más jóvenes, lo que hace que ciertos temas, como la caza de animales, se pongan aún más en debate y se cuestionen algunos estereotipos.
Jennifer Ibarra es médica veterinaria y preside la Red Argentina Contra el Tráfico de Especies Silvestres (RACTES), un grupo de ONG’s encargadas de denunciar el tráfico de especies silvestres y el furtivismo en Argentina.
“Creo que hay un perfil determinado de personas que hace cacería, excepto a la caza de subsistencia. Se suele tratar de personas concierto poder adquisitivo, porque salir a cazar no es barato.
Son más los hombres que las mujeres, y excepto los hijos de cazadores, que heredan la actividad, los más jóvenes ya no ven con buenos ojos matar animales”, dice Ibarra, e intuye que esta es una de las razones por la cual la caza comenzó un decrecer.
Y agrega: “En las zonas rurales de Argentina, los productores son más pequeños, pero igualmente salen a cazar. Hay dos tipos de caza: cultural y económica. El de mayor poder adquisitivo va a piezas o lugares más caros: paga lo que sea por algo particular. Pero también tenes a aquel que sale el fin de semana con sus perros a cazar quirquinchos o vizcachas y todo lo que se le cruce”.
Para Guillermo Muttoni, la cacería también está en descenso: “Crece la agricultura, y los campos libres disminuyen. Tengo la certeza de que el cemento y el trigo mataron más animales que la caza. El cazador no caza por matar simplemente. Se come lo que caza. Jamás se deja tirado al bicho ahí”.
En general, los cazadores consultados coinciden y hacen una distinción entre la caza urbana, orientados a un grupo más selecto de personas, con un promedio de edad entre los 40 y 50 años, que viene disminuyendo, y la caza de campo, en el interior del país, en donde puede haber más jóvenes o mujeres que se sumen a la actividad y se extiendan a todas las edades.
Los extranjeros que vienen a cazar
Según información brindada por la Cámara de la Industria del Aire Libre, las provincias mayormente elegidas por los turistas, tanto nacionales como internacionales, para llevar adelante esta actividad en Argentina son La Pampa, Córdoba y Santa Fe. En menor medida continúan Neuquén, Entre Ríos y San Luis. Por lo general, los extranjeros llegan al país en vuelos de línea y después arriban a sus destinos finales en un chárter privado.
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La CONAECI detalla que, para la caza menor, los turistas extranjeros que mayormente visitan Argentina provienen de Estados Unidos, Italia, Francia, Portugal, España y en menor medida, Brasil. A nivel mundial, los últimos diez años Argentina fue uno de los destinos más elegidos para durante los cazadores deportivos por los precios relativamente económicos para el alquiler de alojamientos y armamentos, por la variedad de animales que habitan en el país y el desarrollo de la industria de turismo cinegético.
“Las personas que vienen a practicar la cacería desde otros países tienen en cuenta mucho el tipo de cambio que rige en Argentina, porque les resulta beneficioso. El turismo cinegético representa un ingreso significativo para las provincias receptoras. En las más emblemáticas, como La Pampa, genera ingresos superiores a otras alternativas turísticas, como el safari fotográfico o los tours por la ciudad”, explica el secretario de CONAECI.
Y agrega: “La caza y la pesca como actividad turística son parte de una gran cadena comercial que genera beneficios para distintos rubros articulados entre sí: hoteles y cabañas, guías de caza, armerías, fábricas de indumentaria, criadores, adiestradores de perros de caza, entre otros”.
Además de tener que pagar las licencias obligatorias, un extranjero que viene a la Argentina, gasta en promedio diario entre 300 y 500 dólares según la empresa turística que organiza el viaje. Esto incluye el servicio de la cacería, organizado por un coto, un alojamiento con pensión completa y lo que se conoce como “servicio de secretarios”.
Durante la jornada, a cada cazador se le asigna un ayudante, que lo va a acompañar durante todo el día, y se va a encargar de armar el puesto de tiro, alcanzar los cartuchos y verificar que no se exceda del cupo limitado para cada animal. Además, busca y junta las presas caídas, sean patos, palomas o perdices.
A estas cifras además deben sumarse las estadías de hoteles y restaurantes cuando el cazador está en la “city”, un promedio 150 dólares diarios con ambas cosas.
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Claudio Ferrer, que lleva años cazando, detalla: “El turismo cinegético genera ingresos para las provincias porque son las encargadas de vender la licencia de caza. Un ciervo cazado legalmente está precintado y eso es otro costo. El cazador tiene que llevar lo que cazó a un taxidermista, que hace todo el trabajo de curación del hueso y de desinfección. Después va un despachante de aduana que te lo envía por avión. Es toda una cadena de servicios que generan ingresos parala provincia”.
Si bien la Cámara Argentina de Turismo Cinegético y Conservacionismo (CATCYC) no posee datos actualizados debido a la baja de la actividad en los últimos dos años, se estima que La Pampa es la provincia que posee un mayor desarrollo de turismo cinegético y el destino más elegido por los turistas extranjeros, debido a la gran cantidad de cotos que se registran. Otra de las provincias donde abunda este tipo de turismo es Córdoba. En este caso, la mayor atracción son las palomas, particularmente la paloma dorada, que se considera una plaga. Actualmente, no existe un cupo máximo, ni una fecha establecida para su cacería, es ilimitada. Córdoba es la única provincia que tiene su propia Cámara de Turismo Cinegético local.
El turismo cinegético vinculado a la caza de la paloma representa más del 10% del turismo receptivo internacional en Córdoba, con unos 10.000 turistas al año y un porcentaje alto de estadounidenses y luego europeos.
Los cotos de caza
Un coto de caza es un territorio al aire libre, delimitado y organizado, para que los cazadores practiquen la actividad con normas para conservar la fauna del lugar. Cada coto tiene que estar habilitado en los registros provinciales. Por lo general, asisten mayormente extranjeros y están vinculados a la caza mayor, aunque también existen en donde se cazan especies menores.
También hay críticas y denuncias por la mala regulación que llevan algunos de sus dueños. Los tiempos de funcionamiento se adaptan a las aperturas y cierres de temporadas decretadas por cada provincia, lo que dificulta la información centralizada de estos lugares. El último registro nacional data de 2018 y contabiliza 112 cotos en todo el país.
Nadie puede abrir un coto sin inscribirse en registro de armas, en la ANMAC, y en el registro de turismo de cada provincia. “Los cotos pueden llegar a declarar unas dos mil hectáreas y tal vez solo tengan 200, 300. Por ejemplo, en La Pampa hay mucho monte, y si el turista internacional no lo conoce se pierde, y la guía lo hace pasar cuatro veces por el mismo punto y no se da cuenta”, cuenta Claudio Ferrer.
En el universo de la cacería, las personas más experimentadas conocen las distintas prácticas que se hacen en algunos cotos: venden un servicio, o un paquete, armado para los cazadores de clubes que solo quieren un buen puntaje y vienen en busca de trofeos de caza.
“En esos casos, los dueños de coto compran animales de criaderos que hacen genética, los tienen retenidos en jaulas o corrales y luego los sueltan para que los cazadores los atrapen”, denuncia un cazador que vive y practica la actividad en la provincia de La Pampa hace más de 40 años. Y detalla: “Es un negocio armado para el turista internacional. Los dueños de cotos compran el puma, lo tienen muerto de sed, lo sueltan en un charco para que pueda tomar agua, y el cazador dispara”.
Por su parte, las autoridades de distintas organizaciones ambientalistas, también denuncian que en determinados cotos existe fauna exótica introducida como antílopes negros o ciervos colorados.
Además de los cotos, la legislación actual habilita practicar la caza en los campos privados, siempre y cuando el cazador tenga el permiso firmado por el dueño u ocupante legal del terreno. “Si yo voy por la ruta, veo un campo, pido permiso para cazar y el dueño o quien esté me firma la autorización que expide el ministerio, puedo cazar ahí también”, explica el mismo cazador.
Los cazadores consultados coinciden: “La ética del cazador promedio no consiste en bajarse de un auto al costado de la ruta y cazar en un campo no habilitado. Además, ahora si el puestero de un campo está lejos y escucha un disparo, agarra el celular y llama a la Policía. Antes eso no pasaba”.
En Argentina, para cazar se tiene que tener una licencia y llevarla siempre encima para mostrarla en cualquier momento en que se pida, junto con la licencia del arma. Este año, por primera vez, muchas provincias comenzaron a expedir sus licencias de caza de manera remota, trámite que históricamente se hacía presencial. Algunos cazadores vieron esto con buenos ojos, mientras que otros lo tomaron como un “obstáculo” más para practicar la actividad debido a que los plazos se extendieron.
Como sucede con el resto de la regulación en torno a la caza, cada provincia tiene su organismo que también expide su propio permiso. Por ejemplo, en Buenos Aires el trámite está regulado por el Ministerio de Desarrollo Agrario, y en La Pampa por el Ministerio de Producción. Los valores dependen si el cazador es oriundo del país, de la provincia o si extranjero, y si se practica caza mayor o menor.
A modo demostrativo, en Buenos Aires, los precios de las licencias van de los $ 1.400 en la caza menor para argentinos a los $ 21.000 en la caza mayor para extranjeros. En La Pampa, para quienes vienen del exterior el valor trepa a más de $ 30.000.
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“Hace unos años para sacar el permiso de caza llevabas tu documento, tu tarjeta de arma, lo pagabas, y obtenías el cartoncito. Este año es virtual, entonces primero tenés que hacer un depósito al banco, después tenés que enviar al ministerio tu credencial de arma, tu documento, y tus datos personales, y después esperar que te llegue el permiso a tu caza. Y si no te llega, ¿a quién se lo reclamas? Esas son trabas que indirectamente desalientan la caza”, opina el cazador Ferrer.
Además, en los cotos privados es necesario contar con la autorización escrita del dueño. Cada vez son más los turistas extranjeros que eligen usar las armas que les brindan en los cotos debido a las exigencias y requisitos que se expiden desde las jurisdicciones provinciales. “Es una forma indirecta de desalentar este tipo de turismo, al igual que la prohibición de llevar trofeos al exterior por parte de empresas aéreas”, opina un socio de un coto privado de La Pampa.
Tipos de Armas
Por lo general, para la caza menor se utilizan escopetas de calibre 12 y20, que tienen un costo promedio entre 1.500 y 2.500 dólares. En cambio para especies de mayor tamaño se utilizan rifles en calibre 308, 30-06 y 300.
No toda arma es legal para cazar. No están permitidas las armas automáticas, semiautomáticas, con miras infrarrojas o silenciadores. Además, está prohibido llevar las armas cargadas mientras los cazadores están circulando dentro de algún vehículo.
La voz de los ambientalistas
Mientras que para los gobiernos provinciales el turismo cinegético representa un ingreso económico y aducen al control de plagas como uno de sus argumentos para llevarlo adelante, distintas organizaciones ambientales reclaman por una ley que directamente prohíba la caza como deporte, y advierten que a lo largo de los años los ecosistemas se fueron transformando, por lo que se necesita modificar la normativa vigente.
Fundación Cullunche es una de las organizaciones que trabaja para conservar la fauna en el país y el equilibrio de los ecosistemas. Tiene su sede central en la provincia de Mendoza, pero se articula con instituciones de todo el país. De esta manera, fue una de las protagonistas que trabajó en la prohibición de exportación de trofeos de caza por parte de Aerolíneas Argentinas.
Distintas organizaciones ambientales reclaman por una ley que directamente prohíba la caza como deporte. “Las organizaciones ambientalistas no tenemos la misma postura sobre la caza. Hay algunas que están de acuerdo con el aprovechamiento de la fauna y otras como la nuestra en que no. Otras plantean una postura intermedia y aprueban la caza de animales exóticos introducidos como forma de conservación y protección de lo autóctono, lo cual no está mal. Es el caso de animales introducidos como jabalí, ciervo colorado, visones, castores, conejos, liebres”, explican desde la fundación.
La fauna exótica introducida en el país se combate porque puede traer problemas de competencia por desplazamiento, alimentación, territorio o parejas. Y puede tener consecuencias sanitarias por la llegada de nuevas enfermedades. Estos son algunos de los fundamentos científicos por los cuales las provincias argumentan que habilitan la cacería de especies exóticas.
De todas formas, también están las provincias que consideran plaga a determinados animales y tienen una política de exterminio sistemático y permanente. “Es el caso de Río Negro, Chubut y Santa Cruz que pagan por puma y por zorro muerto. A esto nos oponemos y lo combatimos”, detallaron desde Cullunche.
La legislación argentina de vida silvestre incluye el Decreto 666/97 sobre Conservación de la Vida Silvestre, la Ley 14.346 sobre el Abuso y Actos de Crueldad hacia los Animales, la Ley del Sistema Nacional de Áreas Protegidas, la Ley de Parques Nacionales y la Ley de Defensa del Patrimonio Forestal, así como varios leyes provinciales. Y establece cuatro categorías de delitos contra la vida silvestre: delitos de caza; delitos comerciales; delitos de licencia; y ofensas dañinas.
Las sanciones por estos delitos incluyen confiscación de bienes, cancelación o suspensión de licencias y / o permisos, multas monetarias y encarcelamiento. Los delitos y la gravedad de sus sanciones pueden diferir dentro de cada provincia.
El puma, el trofeo más buscado
Desde la Red Argentina Contra el Tráfico de Especies Silvestres(RACTES) afirman que la regulación nacional de la caza debe prestarles mayor atención a las especies de pumas que habitan en Argentina, ya que se trata del segundo felino más grande de América luego del yaguareté, y una de las especies más buscados por los cazadores extranjeros
que llegan al país.
El puma es el centro de una de las principales campañas que lleva adelante RACTES junto a PUMAKAWA y Human Society International(HSI). “Es uno de los animales que más atropellos, vejaciones y malos tratos sufre en nuestro país. Se los caza para llevarlos a cotos en diferentes provincias. En La Pampa se los cría en criaderos autorizados hace más de 10 años por la Dirección de Fauna de la Nación, a pesar de que se les pidió que no lo hicieran”, explica Jennifer Ibarra.
Y precisan: “Muchos cotos de caza adquieren pumas capturados y vendidos por personas que se dedican a eso. Los animales son mantenidos en pequeños lugares encerrados. Cuando van a ser cazados se los hace pasar sed dándoles comida salada, y luego se los libera estando sedientos y débiles. También se les lastiman las patas con espinas que se ponen en la jaula para que camine más lento o seles dan tranquilizantes. Eso es lo que se conoce como caza enlatada o caza garantizada”.
Si bien desde la biología aún se discute, en principio hay siete subespecies de pumas en Argentina. Todos son igual de buscados, pero el que habita en la zona patagónica, también conocido como puma concolor, es el más grande y una de las especies silvestres autóctonas más codiciadas para la exportación como “trofeo”. Ninguno está declarado en peligro de extinción, pero las organizaciones ambientales denuncian que su matanza es sistemática y paga.
Según datos de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), en 2019 Argentina se posicionaba como el séptimo exportador mundial de trofeos de caza, con un promedio de 318 exportados por año. Casi todas las exportaciones fueron de antílope negro, seguidos de los de puma, la mayoría criados en cautiverio.
Los trofeos de caza
En Argentina está permitida la caza de trofeos desde 1981, reglamentada por el Decreto 666/97 de la ya mencionada Ley 22.421 de Conservación de la Fauna. Sin embargo, diferentes voces ambientalistas sostienen que es necesario actualizar la normativa legal para preservar ciertos ejemplares de fauna.
En esta línea, desde septiembre del 2021, a través de un comunicado oficial, la empresa Aerolíneas Argentinas prohibió el transporte de “trofeos de caza” en sus vuelos nacionales e internacionales. La compañía había argumentado que este tipo de caza impacta directamente en el equilibrio de los ecosistemas debido a que especies como el puma se ven afectadas, y que estas políticas “tienen por objetivo avanzar hacia un mundo más consciente en el cuidado de la fauna y flora”.
Esto se logró, en gran parte, gracias al trabajo de las organizaciones como Pumakawa, Fundación Cullunche, Red Argentina Contra el Tráfico de Especies Silvestres (RACTES), Humane Society International, y otras.
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Marina Ratchford es la directora en Argentina de Humane Society International (HSI), una de las organizaciones impulsoras de la medida. Desde HSI no se oponen a la caza en general, pero sí se enfocan en “eliminar las peores formas de la caza, como la de trofeos”, exponen.
La caza de trofeos se define como una forma de practicar la caza deportiva y recreativa de animales salvajes, en la que el cazador se enfoca principalmente en obtener el animal para exhibirlo. Cabezas colgando de una pared o pieles utilizadas como alfombras decorativas son algunos de los usos que le dan a estos trofeos.
“Se mata a un animal por competencia o placer, con el propósito de adquirir partes del cuerpo como símbolo de estatus o para su exhibición. Es diferente a la caza de animales para obtener su carne con propósitos de consumo”, explica Ratchford.
Los trofeos pueden consistir en diferentes partes del cuerpo del animal como los genitales, garras, orejas, pies, colas, dientes, cuernos, colmillos o incluso los huesos. Las piernas de una jirafa pueden usarse para una mesa, los pies de un elefante como cesto de basura y los huesos o garras como joyas.
“Los sectores que dicen que la caza de trofeos es necesaria para ‘regular la vida silvestre’ están usando eso como excusa para continuar matando animales por diversión. Para aquellos casos en los cuales se haya demostrado científicamente que debe haber intervención humana para regular las poblaciones de vida silvestre, hay muchos métodos eficaces y no letales de manejo, como por ejemplo los inmuno contraceptivos”, argumenta la directora de HSI.
Y agrega: “Este tipo de cacería generalmente involucra viajes internacionales, lo cual puede ser caro, además de pagar a los guías de los cotos, y los costos de los trofeos, los cuales son muy altos para animales poco comunes. La caza de trofeos más cara actualmente es la del rinoceronte negro en Namibia, la cual puede subir a unos 400.000 dólares por solamente el trofeo”.
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Según un estudio de opinión pública, realizado por HSI a un grupo de entre 20 y 65 años de distintas partes del país, más de un 80% de los consultados rechazaron firmemente la “caza de trofeos”. No obstante, los jóvenes reflejan mayor falta de conocimiento sobre el tema.
“Para los cazadores de trofeos, la motivación principal detrás de la matanza es obtener partes de animales, o para presumir y posar para las fotos. Incluso si se come la carne, esa no es la motivación principal para la caza de trofeos”, contextualizan desde el HSI.
“No se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría”
El rechazo a la presencia de cazadores extranjeros en la Argentina es aún mayor, alcanzando al 84% de la muestra total. Sin embargo, el rechazo a esta clase de turistas es algo menor en las provincias de Chaco, Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Formosa. No por ello dejan de llegar al país cazadores provenientes de Europa, principalmente de Italia, Francia y España, o Estados Unidos, y yéndose con vuelos privados.
En los últimos cinco años ingresaron a Argentina 456 trofeos de caza, lo que posiciona al país en el puesto N° 23 como importador mundial. Las cinco especies más importadas a Argentina durante 2014-2018 fueron el elefante africano, la cebra de montaña Hartmann, el león africano, el hipopótamo y el papión negro. Por otra parte, dentro de este universo se debe dimensionar un número desconocido de cazadores furtivos, mayormente por dedicados a razones comerciales, de los cuales no se lleva ningún registro oficial.
Si bien la caza se practicó desde el comienzo de los tiempos como una actividad de subsistencia, los historiadores coinciden que fue durante la Edad Media cuando empezó a ser un símbolo de entretenimiento para la nobleza y un medio por el cual se establecieron diferencias entre las clases sociales. Para cazar se tenía que tener tiempo libre, valor físico y recursos económicos, demostraciones de poder entre los miembros de las principales monarquías europeas.
De esta manera, se ayudaron a construir los valores en los que se fundaba la nobleza. Se excluía a los súbditos de la actividad porque se los acusaba de querer escapar del trabajo y mantenerse a través de la caza. La prohibición iba más allá de evitar delitos; se pretendía defender un ideal aristocrático. Sin embargo, en los últimos años ese ideal comenzó a ser más cuestionado por las mismas voces dentro de la realeza, príncipes y reyes europeos protagonizaron tapas de revistas y diarios por salir de cacería. El ejemplo más famoso fue el de Juan Carlos, ahora rey emérito de España, cazando elefantes en Africa.
Los Perros
Se sabe que cuando el hombre empezó a recolectar y comer las presas, los lobos y los chacales comenzaron a seguirlos porque quedaban restos de comida donde había acampado. Además el fuego hecho por el hombre les brindaba protección contra otras especies. Esa asociación permitió que se genere un lazo entre ambos.
“Mis perros ya saben desde el día anterior que vamos a salir a cazar porque me ven preparar todo en la camioneta”, cuenta José María Lorenzo, que cría perros de raza Weimaraner desde los 14 años. Actualmente practica la cacería, es médico veterinario y juez de estructura de razas de caza de la Federación Cinológica Argentina y la Federación Cinológica Internacional.
Para los cazadores, los perros son un complemento importante durante la jornada de cacería. “El perro conforma un equipo con el cazador, caza porque comparte la presa con su dueño. Todo lo hace desde el compañerismo, porque su entrenamiento es enseñarle que comparta con la persona”, explica el criador canino de 58 años.
Las razas mayormente elegidas se pueden separar en dos grupos. Los perros especialistas, que se dedican a atrapar aves, conejos o liebres, y no llevan la presa al cazador, como el Pointer Inglés, Setter Inglés e Irlandes. Y los perros integrales o versátiles, que se usan para la caza mayor acompañados de su dueño, que pueden perseguir rastros, o incluso meterse al agua si tiene que cazar patos. Estos son de razas como Kurzhaar (Braco alemán de pelo corto), Bretón, Vizsla y Drahthaar (Braco alemán de pelo duro).
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Hasta el momento, el Dogo Argentino es la única raza nacional orientada para la caza. Se usa para cazar grandes presas, como el jabalí. Por lo general, los perros de caza mayor, como estos, buscan a sus presas ellos solos. Mientras tanto, los perros orientados a la caza menor tienen otra metodología, que usa a la escopeta como complemento.
“La caza menor con perros va siempre acompañada del uso de la escopeta. Porque el perro hace lo que se llama ‘muestra’, que es detectar a la presa y el cazador luego es el encargado de disparar”.
La “muestra”, como lo detallan los cazadores, es el momento exacto en el que el perro calcula el ataque. “Para ilustrarlo de otra manera, es por ejemplo cuando el gato está mirando al ratón y calcula cuándo agarrarlo. Para el perro es un momento orgásmico, tiene toda la tensión y atención puesta en ese momento”, precisa José María Lorenzo. Por selección se buscan perros que permanezcan en ese estadío el mayor tiempo posible.
Lorenzo puede describir a la perfección una jornada de caza menor con compañía de un perro: “Se busca siempre tener el viento en contra, porque los perros cazan por olfato, oliendo el aire. La presa genera un cono de olor, y los perros tienen una capacidad de olfato 400 veces superior al humano. Eso les permite arremeter con la presa”.
Según los adiestradores consultados, los canes tienen un entrenamiento progresivo, desde un punto de vista lúdico. Aseguran que en ningún momento hay coerción o castigo. “Imaginate que si lo tratas mal, cuando lo soltás en el medio del campo se va a escapar y no va a volver”, explica José María. La base del adiestramiento se basa en el olor: desde cachorros juegan con los olores de las presas que van a buscar.
El entrenamiento previo también permite que no se asusten del ruido de los tiros. Para esto se empieza entrenando desde que son cachorros con revólveres de sebita, cuando le das de comer o le tiras la pelota, disparas con eso y el perro lo relaciona con un placer posterior, como comer o tirar la pelotita. Los perros no comen lo que cazan por una cuestión sanitaria, no es que les haga mal, pero tampoco tienen que entender que eso es comida porque si no buscan la presa y se la comen ellos.
En la actualidad un cachorro de alguna de estas razas cuesta cerca de mil dólares, con pedigree.
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La última novedad en materia legislativa en relación a este tema tiene que ver con un proyecto de ley presentado por la diputada nacional por Consenso Federal, Graciela Camaño. El proyecto buscaba prohibir el uso de perros para todas las actividades vinculadas a la caza. En aquella oportunidad, se proponía reprimir con prisión de tres meses a cuatro años y multa al que “por cualquier título organizare, promoviere, facilitare o realizare actividades de caza con el uso de perros. El uso de perros para la caza conlleva el ejercicio de un grado de crueldad y de violencia que es feroz, porque se lo fuerza a participar en matanzas crueles, violentas, agónicas, bajo los eufemismos de tradición, deporte y cultura”, establecía la legisladora y en los fundamentos de su proyecto enumeraba una serie de situaciones.
En el 2015 ya había sido elevada, en el Congreso Nacional, una propuesta similar a cargo de entonces senadora pampeana María Odarda. Sus fundamentos revelaban algunos elementos de crueldad hacia los perros utilizados para su adiestramiento, pero la iniciativa no prosperó.
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